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El objetivo de la izquierda es forzarlo a frenar su primer paquete de decretos

Macron tiende la mano a Merkel para refundar la Unión Europea

El presidente de Francia, Emmanuel Macron y la canciller alemana, Angela Merkel, saludan en la cumbre digital en Tallin, Estonia.
El presidente de Francia, Emmanuel Macron y la canciller alemana, Angela Merkel, saludan en la cumbre digital en Tallin, Estonia.
Foto: AFP
29 de septiembre de 2017 - 00:00 - Gorka Castillo. Corresponsal en Madrid

Mientras el martes en la Sorbona, Emmanuel Macron redoblaba su amistad con la canciller alemana Angela Merkel, en las calles cientos de personas protestaban contra los estragos que causarán sus recién aprobadas reformas en las clases más desfavorecidas del país.

La que más ha soliviantado a miles de franceses es, sin duda, la laboral. “La democracia no se hace en la calle”, afirmó el presidente galo sobre el pulso que le ha propuesto toda la izquierda en pleno, desde la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon hasta el sector más socialista del otrora poderoso Partido Socialista (PSF), una formación a la que le consume la nostalgia de ver cómo uno de sus vástagos aventajados ocupa el Eliseo mientras entre ellos se despedazan.

Pese a la aparente seguridad que muestra Macron en cada palabra o gesto que realiza en sus apariciones públicas, el desafío que las clases trabajadoras le han planteado en la calle ha comenzado a preocuparle. El sábado se reunieron en París entre 100.000 y 150.000 personas,  cifra nada desdeñable aunque alejada de las multitudes que desfilaban por los Campos Elíseos en los años dorados del sindicalismo francés.

“Fue la calle la que tumbó al rey, la que barrió a los nazis, la que acabó con Juppé y conquistó los derechos sociales”, replicó Mélenchon, que ha demostrado habilidad para situar a su Francia Insumisa como la única oposición activa a las políticas socioliberales que prometió el presidente galo para transformar los pilares de la V República.

El objetivo de la izquierda es forzar a Macron a frenar su primera batería de decretos, ya en marcha, y sobre todo una reforma laboral que facilita el despido y reduce el poder negociador de los trabajadores en beneficio de las empresas, lo que ha puesto en aprietos a los sindicatos menos rebeldes, como la Confederación Francesa Democrática del Trabajo (CFDT), que recientemente superó a la Confederación General del Trabajo (CGT) como primera fuerza sindical del país.

La gran conquista que la CFDT vendió para aplacar la ira contra el gobierno era haber logrado un aumento del 25% en las indemnizaciones por despido inicialmente previstas a cambio, eso sí, de muchas renuncias laborales.

Pero el lunes la promesa quedó en agua de borrajas. La ministra de Trabajo, Muriel Penicaud, calificó el supuesto éxito atribuido a la CFDT de “malentendido”: el aumento será solo para que aquellos empleados con más de 10 años de antigüedad en una empresa.

A la exitosa huelga de transportes celebrada el lunes, le siguió ayer la de los pensionistas.

El 10 de octubre se ha convocado otra de funcionarios y el 13 llegará el sector de la metalurgia. En medio de esta revuelta situación, pocos se acuerdan ya del PSF, arruinado políticamente desde su debacle electoral de mayo y que aún continúa sumido en una refundación estructural que parece interminable.

Ni siquiera la alcaldesa de París, Anne Hidalgo, la única que ha mostrado energía para recomponer el estado de ruina en amenaza al socialismo francés, encuentra razones que expliquen la caída en barrena de la socialdemocracia europea.

Hoy sus líderes están claramente divididos entre dos líneas irreconciliables: una social-liberal que tiende a apoyar la política de austeridad implantada por Macron. La otra intenta abrirse camino hacia el programa más proteccionista que defiende Jean-Luc Mélenchon.

“El problema es que la herencia dejada por François Hollande ha ahogado una opción socialdemócrata propia al haber presidido un supuesto gobierno de izquierda que resultó ser oportunista y sin poder para moderar las políticas cada vez más liberales impuestas a Europa desde Alemania”, resumía hace unas semanas el politólogo Renée Fregosi en el diario Le Figaro.

Eso es lo que ahora intenta protagonizar Macron con su calculada propuesta de refundación de la Unión Europea (UE) realizada el martes en el auditorio principal de la Sorbona. Con las primeras contestaciones sociales a sus radicales reformas internas y el estrecho margen de negociación que le ha quedado a Angela Merkel tras las elecciones germanas, con la ultraderecha como tercera fuerza del Bundestag, el presidente de Francia  ha optado por presentar un catálogo de medidas que permitan impulsar el estancado proceso europeo.

Para el líder galo, la UE vive hoy “una crisis existencial” por lo que ha llegado el momento de “refundarla” sobre las bases populares. “Ha llegado el fin de Europa sin los pueblos”, proclamó quizá el único dirigente del continente que aún se atreve a vender ilusiones y, sin duda, el único que promueve ambiciones planes de futuro para la UE esclerotizada desde la gran crisis.

Macron quiere ‘listas políticas transnacionales’ para elegir la mitad del Parlamento y propone gravar las transacciones financieras de empresas extracomunitarias para ahorrar impuestos. Con el Brexit y las elecciones estadounidenses se ha cosechado, dijo “los límites de una competencia sin justicia”. Por eso desea que se cree un presupuesto anual para la zona euro, con un ministro de Finanzas comunitario y un control exhaustivo del Parlamento.

Queda por ver cuál es la reacción de Berlín, ahora que Merkel parece abocado a pactar con los liberales, enemigos acérrimos del centralismo financiero europeo. El mediático presidente de Francia solo espera que Alemania no se repliegue. (I)   

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