Publicidad

Ecuador, 28 de Marzo de 2024
Ecuador Continental: 12:34
Ecuador Insular: 11:34
El Telégrafo
Comparte

Esta “industria” ilegal genera más de un billón de dólares anuales

Los refugiados son víctimas del tráfico de órganos en Egipto

Anualmente miles de refugiados africanos, que huyen de los conflictos y las crisis de sus países, ingresan ilegalmente a Israel a través de Egipto, donde son víctimas de abusos. Foto: AFP
Anualmente miles de refugiados africanos, que huyen de los conflictos y las crisis de sus países, ingresan ilegalmente a Israel a través de Egipto, donde son víctimas de abusos. Foto: AFP
27 de febrero de 2014 - 00:00 - Pilar Cebrián, especial para El Telégrafo

“Mientras caminaba por el mercado descubrí que un coche negro me seguía”, cuenta a EL TELÉGRAFO Rawida, una sudanesa refugiada en El Cairo. “El coche se acercó lentamente y pude ver quiénes iban en el interior. Me invitaron a llevarme hasta mi casa y accedí porque los conocía de Sudán. Cuando entré en el coche me taparon la nariz con cloroformo y caí inconsciente”, recuerda Rawida entre sollozos. “A las 24 horas desperté en un apartamento desconocido con una enorme cicatriz en el costado”.

Así relata Rawida el momento en que una mafia de El Cairo robó su riñón hace tres años. Lo sucedido provocó una serie de secuelas físicas y psicológicas que han marcado su vida para siempre. Además de sufrir varios dolores, desde aquel día en el mercado Rawida no ha vuelto a tener sexo con su esposo, rompe a llorar cuando le habla algún desconocido y apenas sale de su casa. “Ni siquiera me deja tocarle”, cuenta Mohamed. Pero él también fue víctima de las redes en el pasado y puede entender su dolor mejor que nadie.

Ahora, en un humilde local de un barrio, en el sur de El Cairo, Mohamed y Rawida conviven con la marca imborrable de haber sido víctimas del tráfico de órganos. Sus hijos de 3 y 5 años corretean por una casa repleta de cucarachas. Rawida prepara la comida, mientras Mohamed cuenta que hace siete meses que no pueden afrontar los gastos del alquiler, un pequeño local de apenas 30 metros cuadrados. La pérdida de un riñón le impide a Mohamed desempeñar cualquier tipo de trabajo y los dos viven presos de una situación sin salida. “Todavía recibimos amenazas de las mafias”, cuenta Mohamed con la mirada fija en el suelo, “nos dicen que si contamos lo que ha pasado secuestrarán y asesinarán a nuestros hijos”.

La sudanesa Rawida muestra la cicatriz luego de que sufriera el robo de un riñón. Foto: Pilar Cebrian

La historia de esta familia se remonta al año 2010, cuando ambos vivían en Jartum, la capital de Sudán. Mohamed trabajaba para el Ministerio de Cultura y fue testigo de la corrupción de su gobierno al descubrir en su maletero grandes cantidades de billetes. Las autoridades no tardaron en amenazarlo y encerrarlo en prisión. “Me torturaron, interrogaron y me acusaron de colaborar con la resistencia”, recuerda Mohamed. Normalmente las mafias abusan de quienes se encuentran en una situación irregular y deambulan por el área penitenciaria para captar a sus víctimas.

Después de siete meses entre rejas, un hombre llamado Somali le propuso un plan para huir del país. “Te daré 1.500 dólares si transportas a una mujer desde Etiopía hasta El Cairo”, le dijo. Mohamed aceptó sin pensarlo y acompañó a la joven para que luego cruzara de manera ilegal la frontera con Israel.

Pero cuando Mohamed llegó a Egipto nada era como Somali le había prometido. “Nunca me pagó el dinero, me quitó mi pasaporte y apenas me daba de comer”, espeta indignado. Con el paso de los días Somali se ofreció a llevarlo a un hospital para revisar sus fuertes dolores abdominales. Al llegar, una mujer lo obligó a firmar unos documentos, “no me dejaron leer lo que firmaba”. Mohamed creyó que lo someterían a un simple tratamiento de diálisis, pero a las 24 horas despertó con fuertes dolores en la espalda. “Tuve que abandonar el hospital porque Somali había desaparecido. No tenía donde ir, acudí a una cafetería frecuentada por somalíes y ahí me contaron la verdad. Como a otros refugiados, Somali me había engañado para robarme un riñón”.

Un mercado irregular
En el año 2010, la Organización Mundial de la Salud alertó de que Egipto se había convertido en el núcleo regional del tráfico de órganos. La falta de supervisión provocada por la inestabilidad política, la necesidad producida por la crisis económica y el continuo flujo de refugiados han creado el caldo de cultivo perfecto para los traficantes. Según la Coalición para Solucionar la Pérdida de Órganos (COFS), esta industria genera más de un billón de dólares anuales.

Hasta el año 2010, las leyes islámicas prohibían recibir órganos de cuerpos fallecidos y todos los trasplantes dependían de donantes vivos. Como consecuencia se ha formado un mercado irregular que propicia el abuso de los sectores más vulnerables de la población, los refugiados, sujetos a fines puramente comerciales o a la explotación.

Además, los refugiados que residen en Egipto no están obligados a vivir excluidos en campamentos, sino que conviven con el resto de la población. No cuentan con un sistema propio de asistencia por lo que se ven obligados a buscar sus propios métodos de supervivencia.

Como Mohamed y Rawida, los refugiados sudaneses son los más afectados. Ellos, la mayoría, huyen de la persecución del gobierno y no tienen pasaporte, por lo que no cuentan con la ayuda de su embajada. Normalmente, los traficantes pertenecen a la propia comunidad de Sudán, muchos de ellos fueron víctimas de las redes en el pasado y ahora funcionan de nexo con los médicos y hospitales implicados. La obtención de órganos se realiza a cambio de una escasa compensación económica, a través del robo o de la extorsión.

El Cairo, un destino para “turismo de órganos”
“Desde el estallido de la revolución de 2011 no hay vigilancia en los hospitales, ni se aplica la ley para controlar los trasplantes”, dice Amer Mustafa, trabajador de la COFS. “La demanda de órganos ha aumentado en los últimos años. En 2012 se produjeron más de 3.000 trasplantes de riñón frente a los apenas 1.000 del año 2009”. En la capital egipcia hay multitud de clínicas, laboratorios y hospitales implicados que actúan a espaldas de las autoridades y de la legislación.

Según Amer, ahora El Cairo es el destino perfecto para un “turismo de órganos”. Familias ricas del Golfo, de Libia o de Jordania viajan a operarse a Egipto cuando no pueden hacerlo en sus países. De los 20.000 dólares de media que cuesta un riñón en el mercado negro, el 90%, cuenta Amer, se queda en las clínicas y hospitales.

Vivir sin un riñón
Mohamed Matar lleva años dando asistencia médica a las víctimas. Visita con frecuencia a Rawida y a Mohamed, colabora con dinero, comida o juguetes para los niños. “Las víctimas padecen secuelas durante toda su vida. No pueden levantar grandes pesos así que están incapacitados para realizar un trabajo”, cuenta Matar.

“Todos padecen fatiga, dolor en la cicatriz, problemas digestivos y depresión”. También sufren un sentimiento de culpa relacionado con su religión y creen que el pecado de donar un órgano es semejante a “comerse a uno mismo”, agrega.

Matar, que utiliza un pseudónimo para evitar represalias, presta ayuda médica a quienes han perdido sus órganos. Hace años recibe amenazas de las autoridades egipcias y de la embajada de Sudán por denunciar una situación que genera grandes sumas de dinero.

“Desde el año 2009 he cambiado 64 veces de residencia, recibo llamadas de amenaza cada semana y la organización se ha visto obligada a cerrar su oficina por los continuos saqueos”. Él ya ha atendido a más de 160 víctimas pero, asegura, cada año miles de refugiados caen indefensos en las redes del tráfico de órganos.

Contenido externo patrocinado

Ecuador TV

En vivo

Pública FM

Noticias relacionadas

Social media