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El 5% de los haitianos mira desde una colina
A la derecha –en una misma cuadra- la empresa automotriz Porsche exhibe sus últimos modelos convertibles. Del lado izquierdo de la calle, un hombre escarba en la basura en busca de algo para comer.
Así es Puerto Príncipe, la capital de Haití. La ciudad tiene bien definidas y completamente polarizadas sus clases sociales. Los más pudientes están en Petion Ville, una colina, que incluso tiene un Hard Rock Café. Allí viven 500.000 de los 11 millones de habitantes del país caribeño.
El resto mira desde abajo. Martine, de 25 años, añora algún día conocer que hay allá. “Dicen que sonríen, que comen, que son felices”, se imagina, mientras cierra los ojos y limpia su rostro con sus manos. Cerca de 50 policías impiden que ingresen al lugar.
Las manos de Martine tienen llagas. Vive en Cantrazeli, una invasión de terreno en donde, según sus vecinos, habitan más de 200.000 personas en pequeñas casas de un metro, construidas con cuatro tablones de madera que hacen de pilares y recubiertas por plástico.
El sol es intenso y la temperatura alcanza los 50 grados centígrados. En Cantrazeli no hay árboles y por ello el sol pega fuerte. “No tenemos agua y porque estamos todos juntos tenemos enfermedades en la piel, fiebre, dolor en el cuerpo”, cuenta Joseph Levium, un hombre de mirada penetrante que en el terremoto del 12 de enero de 2010 perdió a su esposa y tres hijos. “Estoy solo”, acepta con dolor.
El caso es similar para Fabricio, de 5 años, quien perdió a su madre en aquel desastre. Completamente desnudo, el niño juega entre la tierra. José Lucero, un militar ecuatoriano, lo mira. Su picardía lo convence y el uniformado saca una manzana roja brillante de sus bolsillos y se la entrega.
Fabricio la contempla y una y otra vez le da la vuelta con sus manos. Su rostro se refleja en la fruta resplandeciente. Sale corriendo y la entrega a su padre, quien también sonríe. ¿Qué quieres ser de grande?, le pregunta en creóle (idioma nativo que usa palabras del francés) Anderson, un traductor de 25 años que aprendió el idioma en República Dominicana, en donde están sus padres, pero que aún no ha acabado la escuela y sueña con algún día tener 30 dólares para hacerlo. El pequeño busca a Lucero, lo jala del uniforme. “Como él”, afirma.
Joseph Lebrum está preocupado. “Aquí no vemos la ayuda de nadie, antes nos ayudaba una Fundación Caritas, ahora no llega nadie”, cuenta, a la vez que insiste e insinúa en su diálogo, que para él la asistencia internacional “se está quedando en alguna parte”.
En una esquina, en cambio está Gell. Tiene una sartén grande con arroz y un pequeño guiso de habichuelas que come con las manos junto a sus seis niños. La comida de Haití es picante. Usan ají para condimentar sus salsas. “Yo tenía mi casa, pero se cayó, ahora no tengo nada”, comenta la mujer de 30 años, que tose constantemente. “Está enferma, me da miedo que algo le pase”, dice una de sus hijas de 10 años. Para alimentarse ese día, cambiaron una blusa por comestibles.
En Puerto Príncipe, la mayoría de sus habitantes son comerciantes. En las estrechas calles de la ciudad, algunas de cemento y otras –la mayoría- de tierra se vende de todo, desde viejos televisores, ropa usada, pasando por alimentos (plátanos, aguacates, caña) hasta sillas para bebé.
El trueque es la moneda corriente. Una camisa usada, por ejemplo, una a cuadros plomos, celestes y blancos que Anderson llevó puesto –ese día- le costó 2 dólares. También hay galletas de barro que se venden a 10 gourdes (moneda nacional, un dólar representa 50 gourdes para ellos). Los haitianos de comunas viven con 30 centavos de dólar al día.
Dos años después del terremoto, el presidente Mitchel Martelly, quien antes era cantante, estima que solo un 25% de la ciudad fue reconstruida. De aquellas viviendas que cayeron, el único recuerdo son los terrenos baldíos y las personas que viven en los campamentos.
Sobre lo único que parece que el tiempo no ha transcurrido en estos dos años es el Palacio de Gobierno, de paredes y columnas cuarteadas. Ahora lo derriban para construir uno nuevo.