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Franz Mesmer y el magnetismo para curar
Este médico austriaco de principios del siglo 19 es el padre del mesmerismo, una doctrina que sostenía que en el cuerpo había canales eléctricos por los que fluía la energía de la vida, y que las enfermedades eran nudos que impedían el correcto flujo magnético. Para curar esos nudos usaba imanes, barras metálicas y por último imponía sus manos y decía que sanaba con el poder de su mente.
Hizo una gran clientela entre los aristócratas franceses, pero al ser investigado por una comisión científica esta concluyó que sus prácticas eran fraudulentas y solamente se basaban en la sugestión. Mesmer desapareció del mundo científico, pero sus teorías sin pruebas han sobrevivido en algunas prácticas pseudomédicas porque aún quedan incautos que creen en ellas.
John Hagelin y la paz eterna
Hagelin, doctor en Física, aseguraba ser capaz de terminar con la violencia, la delincuencia, el terrorismo y la guerra solo por medio de la meditación colectiva. Y para probarlo puso a 4 mil meditadores entrenados a pensar en lo mismo: paz, amor y armonía. Luego aseguró que de esta manera en Washington los delitos con violencia se habían reducido drásticamente. Sin embargo, las estadísticas oficiales más bien mostraron todo lo contrario: no solo se habían mantenido, sino que en algunos casos hasta habían aumentado.
John Hagelin es seguidor del yogi Maharishi, un gurú que amasó centenares de millones de dólares enseñando a los occidentales a meditar y desprenderse generosamente de sus posesiones materiales. Dos años después del experimento se presentó como candidato a presidente de los Estados Unidos por el Partido de la Ley Natural, y en su mejor resultado obtuvo el 0,1% de los votos. En el 2001 pidió que el mundo reuniera mil millones de dólares para reclutar miles de meditadores que podrían detener las guerras en el planeta.
Duncan MacDougall y los 21 gramos de alma
Este médico estadounidense decidió demostrar que el alma existía y para eso colocó en un hospital una cama sobre una balanza gigantesca donde pesó varios pacientes en estado terminal, antes y después de morir. Sin embargo, como nunca obtuvo dos resultados iguales, decidió sacar un promedio que le dio 21 gramos. MacDougall no paró allí y decidió aplicar la misma prueba con perros. En ellos el peso no cambiaba, y entonces concluyó que el peso perdido en los humanos debía ser el alma.
Sin embargo, cuando publicó sus estudios no se atrevió a asegurarlo con certeza. El experimento fue tremendamente cuestionado por los científicos de la época, quienes demostraron que la pérdida de esos gramos de peso podía responder a muchas causas diferentes... menos a algo que se supone inmaterial como el alma. (...continúa)