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Hay quienes aseguran que el agua tiene sentimientos

Las teorías pseudocientíficas más absurdas

Jacques Benveniste en su laboratorio.  Es la única persona que hasta el momento ha ganado dos premios IG Nobel, otorgados a las teorías más absurdas. Foto: Cortesía: Internet
Jacques Benveniste en su laboratorio. Es la única persona que hasta el momento ha ganado dos premios IG Nobel, otorgados a las teorías más absurdas. Foto: Cortesía: Internet
04 de enero de 2015 - 00:00 - María Eulalia Silva

La tarea de los científicos es formular nuevas hipótesis, teorías, y usar diferentes técnicas para comprobarlas. Así pueden ser reconocidas como verdades científicas, al menos hasta que se compruebe que hay hipótesis que expliquen mejor la realidad. La ciencia se perfecciona constantemente, pero en el camino se han formulado teorías descabelladas que intentaron hacerse pasar por científicas, pero que solo eran creencias.

Los primeros filósofos griegos creían que la Tierra era plana como una hoja de papel, que los otros planetas giraban a nuestro alrededor y que las estrellas eran como luces pegadas a un telón de fondo. Y además que la vida se originaba del aire o de la nada.

El gran Aristóteles pensaba que las formas de vida se originaban espontáneamente a partir de la materia inerte, que los gusanos nacían del lodo, las moscas de la carne en descomposición y los cocodrilos de los troncos podridos. Sus teorías se creyeron verdades absolutas porque a nadie se le ocurrió comprobar si eran ciertas. Lo había dicho nada menos que Aristóteles.

Plinio el Viejo, uno de los cerebros más brillantes de la Roma antigua, aseguraba que los dragones existían y que chupaban la sangre fría de los elefantes para refrescarse. Ya en plena Edad Media los alquimistas aseguraban que por medio de conjuros se podía convertir el plomo en oro. Y recetaban venenos para curar las enfermedades.

Equivocaciones como estas eran comunes porque aún no existían las herramientas del método científico, solo contaban con una enorme imaginación. En el siglo 17, con la llegada de la Era Moderna, los filósofos Descartes y Francis Bacon desarrollan las bases del método científico: las hipótesis, para ser válidas, tenían que ser posibles de ser comprobadas por otras personas.  Y desde entonces el conocimiento humano no paró de avanzar en todos los campos.

Pero aún había mucha resistencia. El propio Galileo Galilei quiso demostrar, por medio de un telescopio, que la Tierra no era el centro del universo. Solo bastaba que los sacerdotes se atrevieran a mirar y comprobarlo, pero ellos se negaron y Galileo fue condenado por la Inquisición. Es que el mundo no diferenciaba entre las pruebas que provee la ciencia y las viejas creencias basadas solo en ideas.

Y sigue incluso hasta hoy con las llamadas pseudociencias: gente que continúa vendiendo las mismas viejas creencias aunque ahora disfrazadas con palabrería científica y sin pruebas. A continuación unos pocos ejemplos. (...continúa)

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