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El Telégrafo
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Fútbol y Economía

En mundial de fútbol: simbolismo y negocio

En mundial de fútbol: simbolismo y negocio
09 de junio de 2014 - 00:00

Por Pablo Samaniego, economista.

Buena parte de los habitantes del planeta se encuentra a la expectativa de la inau-guración de la Copa Mundial de Fútbol el próximo jueves en Brasil. Este es un evento que, según cálculos de la FIFA, es visto por televisión por alrededor de 1.000 millones de personas, el 14% de la población de la tierra.

Es, entonces, el espectáculo con mayor audiencia si se lo compara con otros deportes y solamente puede ser superado por eventos catastróficos que, para bien o para mal, suelen ser transmitidos en directo gracias al avance en las comunicaciones.

¿Cómo se llegó a constituir el fútbol en un atractivo tan grande? Muchas son las respuestas que se puede dar a esa pregunta. La primera, y acaso la más sencilla, es que se trata de una competencia que tiene muy pocas reglas y, por tanto, su accionar es fácil de comprender. La segunda que se podría esgrimir es que requiere de muy pocos recursos para practicarlo y, por tanto, ha ido consiguiendo adeptos a escala mundial.
Una tercera, que sirve como eje de este artículo, es que es el deporte con más exposición en buena parte del mundo desarrollado —con excepción de los EE.UU.—, de los países emergentes y del tercer mundo, sin contar con algunos países asiáticos en los que las manifestaciones culturales son otras. Esa exposición se ha logrado por la forma como se organizó el deporte a nivel mundial.

La idea del fúbol como un negocio

Cuando el brasileño Joao Havelange llegó a la presidencia de la FIFA, declaró que su propósito era transformar al fútbol en un negocio. En esa época, había un ascenso muy importante del pensamiento neoconservador entre los economistas de Occidente. Ellos pregonaban la apertura y desregulación de los mercados y decían —y dicen— que la autorregulación de los mercados prevendría al mundo de las crisis cíclicas del capitalismo. 

Con este discurso y práctica en la política económica, llegaron al poder Margareth Thatcher (Reino Unido, 1979-1990) y Ronald Reagan (EE.UU., 1981-1989). Luego se universalizaría lentamente en Europa porque significaba un choque contra el Estado de Bienestar y se impondría en el tercer mundo en nombre de la estabilidad y el crecimiento.

Este es el contexto en que la FIFA desarrolló su estrategia de negocios. Con el retiro del Estado de la regulación económica se diseña una organización autónoma y con injerencia en la práctica del fútbol profesional de los países miembros. Se funda un monopolio, que no es ni empresa ni fundación, con alcance planetario que se ocupa de que se cumplan las reglas y normas expedidas por él.

Con el propósito de apuntalar el negocio, se establecen contratos para los jugadores, lo que los libera del yugo exclusivo de los clubes, permitiendo una mayor movilidad de esta mano de obra y varias ligas elevan el número de deportistas extranjeros permitidos para jugar simultáneamente en un mismo partido.

 

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Antes de estas medidas en favor de la libre movilidad de la fuerza de trabajo, en varios países se cambió el esquema de propiedad de los clubes permitiendo, según el caso, la disolución del concepto de organización participativa que tuvieron originalmente. Esto permitió la inyección de grandes sumas de dinero que harían viable el crecimiento del negocio; por ejemplo, en la actualidad 18 de los 20 equipos de la Liga Premier inglesa son propiedad de extranjeros.

Pero era necesario otro elemento que es crucial. La expansión y penetración de los sistemas de comunicación permitieron crear una hinchada externa; una especie de taquilla de TV. De esa manera, se expandió a territorios cada vez más amplios la presencia de las ligas con más recursos, lo que hizo posible, además, que se comerciara a nivel global artículos deportivos con la marca de los clubes. Eso fue también clave porque incrementó la afluencia de más recursos, tanto por los derechos de televisión, como porque los auspiciantes encontraron que el fútbol era una vitrina gigante para sus productos, de ahí la competencia entre Adidas y Nike para que los equipos con mayor exposición mundial usen la indumentaria que ellos fabrican.

Con este esquema se estableció un nuevo orden mundial. Los países del norte industrializado como proveedores del espectáculo y los países de la periferia de ese norte y los emergentes, como proveedores de mano de obra (jugadores) y como el mercado expandido para el consumo de las transmisiones de televisión y la compra de ropa para practicar el deporte, o simplemente para exhibir la adhesión a un equipo externo.

Como efecto colateral, las hinchadas se volvieron mundiales y, en algunos casos, los campeonatos nacionales perdieron vistosidad porque además de la oferta de partidos de ‘estrellas’ por la televisión, la exportación continua de los mejores talentos hizo que se debilitaran los campeonatos locales.

Al igual que en otros sectores de la economía, este cambio en la manera de hacer negocios se manifestó en concentración económica. Del total de las ligas europeas, 3 de ellas (6%) concentra el 33% de los ingresos totales ($ 30.000 millones). En esas ligas, normalmente, los 3 principales equipos reciben más del 50% de las ventas.

Los premios que se reparten a las 32 selecciones nacionales por participar en el Mundial suman $ 576 millones, según Delloite.

En Alemania 2006, la pauta publicitaria mundial creció 5,1% durante la Copa del Mundo. En Brasil alcanzaría los $ 2.900 (Delloite).

La FIFA estima ingresos cercanos a $ 4.000 millones, es decir, casi 2,9 veces más que el total de reservas que reportó la Federación en su último balance.

Según el Swiss Federal Institute of Technology, 737 empresas de las 43.060 que analizó, concentran el 80% de la economía global. Un estudio de Oxfam reveló que 85 personas poseen la misma riqueza que el 50% más pobre del planeta. Es decir, la misma exclusión de la economía capitalista de libre mercado se manifiesta en la estructura del fútbol.

En este contexto general se juega un nuevo campeonato mundial de fútbol. En términos económicos no significa un importante ingreso para el país anfitrión. La empresa Deloitte en su informe Brasil 2014: Una oportunidad para la región menciona que el aumento en la producción de bienes y servicios a causa del evento deportivo será de $ 50.000 millones y $ 2.000 millones en turismo. Esta cifras, sin embargo, son mínimas si se comparan con el producto interno bruto de Brasil que supera los $ 2 billones. La misma compañía considera que las inversiones realizadas mejorarán la infraestructura del país sede; sin embargo, diferentes sectores de Brasil protestan porque esas inversiones se han realizado para revalorizar predios urbanos de propiedad privada.

En cambio, la FIFA estima ingresos cercanos a $ 4.000 millones, es decir, casi 2,9 veces más que el total de reservas que reportó la Federación en su último balance. Este sería, por tanto, el gran ganador de la cita mundialista.

Ser país anfitrión del Mundial de fútbol tiene, entonces, un contenido más simbólico que económico. Simbólico porque durante un mes Brasil será el centro del mundo. De esta manera otro miembro de los BRICS se convierte en una vitrina. Antes fue Sudáfrica y en 2018 será Rusia.

Esperemos, sin embargo, que haya buen fútbol y la competencia en el campo de juego sea justa, para disfrutar de este apasionante deporte que tiene miles de aristas.

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