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Acoso textual
Retrato con nostalgia: la escritura de un sádico para lectores masoquistas
Poseía un corpachón de marinero jubilado y una piel curtida por los soles de altamar; su espíritu albergaba una vida cargada de exilio, amores difíciles y una batalla, personal y permanente, con el lenguaje. De joven, su rostro fue el de un seductor romántico y bello, cargado de bohemia y mundo; a la vejez, se le instaló la sonrisa de los abuelos querendones. No era buen conversador y le disgustaba que le pidieran mensajes: «Los mensajes se los dejo al Papa». Siempre llevó una barbita de candado que junto a su pelo y las cejas pobladas fueron blanqueándose hasta convertirlo en la réplica ecuatorial del Coronel Sanders.
En el Taller de Literatura que, en la década de los ochenta, inauguró Miguel Donoso Pareja (Guayaquil, 13 de julio de 1931 – 16 de marzo de 2015), él solía bromear: «Mis novelas son la escritura de un sádico para lectores masoquistas».
La obra, experimental y profunda, se nutrió de un vitalismo camuflado tras los malabares y las máscaras de la palabra. Dice el narrador de Henry Black (1969): «Hacer el amor, por ejemplo, no es para mí un acto gratuito sino una manera de buscar la soledad. Casi, diría, que es una forma de morir». En Día tras día (1976), la experiencia erótica transita la angustia existencial que implica la búsqueda, el encuentro y la pérdida de Gudrum, simbólica e inaccesible; así como las vicisitudes del exiliado y su retorno a la patria, en Nunca más el mar (1981). Hoy empiezo a acordarme (1994), construye una manera propia de narrar la historia novelesca, a través de un sujeto envuelto de manera compleja en la realidad, la ficción y diversos niveles de verosimilitud. Miguel era un titiritero romántico, un descreído de la felicidad.
Tenía una pedagogía generosa con sus talleristas, que, muy a su pesar, generaba una imprescriptible relación de maestro y aprendiz. Su crítica frontal, que a veces cayó en la adjetivación desprolija, le granjeó respeto, pero también animadversión. Por ello, y por su impertinencia crítica, no fue una persona querida en los círculos literarios, acostumbrados al elogio mutuo. En 2007, le fue otorgado el Premio Eugenio Espejo, mas el reconocimiento que le dieron sus pares casi siempre fue a regañadientes.
En la intimidad hogareña, los dolores personales que acumuló durante su vida cedían al amor incondicional por sus nietos. Esos dolores están concentrados en Leonor (2006), novela de vida y muerte, amor y desolación, de culpa y redención. Novela desgarradoramente personal que, al mismo tiempo, testimonia el fracaso del distanciamiento brechtiano: «Con el oscuro objeto pegado a su sien, Leonor ha apretado el gatillo. X cae y cree que está muerto, Leonor cae y sigue pensando que está viva, cada uno soñando por el otro».
A tres años de su fallecimiento, y pese a los homenajes que se apropian del Muerto —como él mismo se nombraba en sus últimos textos—, Miguel Donoso Pareja sigue siendo un escritor más comentado que leído; pero sus libros son su legado y esperan nuevos lectores para espantar al olvido. (I)
ADICIONAL
Flaubert y Lispector
Apuntes sobre la literatura
La literatura según Donoso
En La tercera es la vencida (2011), Miguel Donoso presenta un texto fragmentario que incluye noticias periodísticas, una entrevista, recuerdos, una adaptación para niños de su cuento ‘Krelko’ y la voz de ¿alter egos? como el Embalsamado, el Muerto, el Cadavérico.
Ahí, el escritor se anima a definir así a su oficio: «Para mí la literatura es la fusión de dos conceptos, el uno de Flaubert, el mayor realista del orbe, quien señala que todo lo que inventamos es cierto, el otro de la brasileña Clarice Lispector que nos recuerda que la realidad es lo increíble». (I)