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Poesía

Donoso lírico: tengo mil palabras pegadas en la punta de la lengua

Miguel Donoso pareja fue parte del club 7, al que abandonó temprano. siguió publicando poesía hasta los noventa
Miguel Donoso pareja fue parte del club 7, al que abandonó temprano. siguió publicando poesía hasta los noventa
Foto: Archivo / El Telégrafo
17 de marzo de 2018 - 00:00 - Luis Carlos Mussó, Escritor

La de Miguel Donoso Pareja es poesía que ha permanecido para la mayor parte de los críticos en una suerte de segundo plano al lado de su narrativa, tanto la de largo como la de corto aliento. A pesar de ello, obtuvo el suficiente interés como para que en su momento fuese traducido al inglés (Primera canción del exiliado) y al francés (Última canción del exiliado).

La incursión de Donoso Pareja en el género lírico fue a través de dos entregas en años consecutivos: La mutación del hombre (1957), a la que pertenece el verso que titula este texto, y Las raíces del hombre (1958). Tuvieron poco espacio en la crítica, y Hernán Rodríguez Castelo afirma en Lírica ecuatoriana contemporánea (1979) que nota como más vigorosa la carrera del cuentista y del novelista, aunque concede que «en lírica la evolución ofrece momentos sugestivos».

Los esfuerzos del Miguel Donoso Pareja poeta se enrumbaron hacia ensanchar caminos emergiendo de la perspectiva que reducía la búsqueda de poesía exclusivamente en lo épico y en el panorama telúrico. Aquellas entregas pioneras, con todo, fueron cuadernillos en los que se desarrollaba el atrevimiento en la primera, y formas clásicas como el soneto en la segunda, con fuertes reivindicaciones políticas para los trabajadores, sumadas a una persistente intención de darle espacio al humor —que aportó frescura a nuestras letras porque tradicionalmente la poesía ecuatoriana ha sido fatalmente solemne—.

Archivo / El Telégrafo

Los invencibles (1963) fue un libro de mayores pretensiones, con esperanzas de todo tipo en un proyecto como la Revolución cubana, que movió las fichas en el horizonte latinoamericano. Lo digo porque después la poesía entera de Donoso Pareja se sumerge en las aguas de la desesperanza y la incertidumbre. A pesar de cierto resabio a cartel en algunas líneas, logra otras que brillan solas:

Vives
Como una garza recogida. Callas
Por tus cuatro costados de silencio.
Tarde

Primera canción del exiliado (1964, edición bilingüe castellano-inglés de El corno emplumado, México DF) demuestra que la poesía expone una precariedad humana, que se deja sentir en la inseguridad en cuanto a la estadía en la memoria de los demás en el relato de la historia:

Hay una larga noche para siempre y
nos está mitrando desde una
inmensa ola, únicamente la derrota


Donde no estabas tú, ni estaba yo,
ni nadie

Demostrando una pasión que vibra a cada momento, es consciente de los alcances y las trasgresiones que acomete la palabra estética:

Pero creo en ti, despiadada, en este
tempo que muy bien llamaría
incluso tras mi muerte, el tiempo
tuyo, tal vez el anhelado.
Ah tiempo terrible, inesperado,
donde la garra del chacal me
esperaba.

Cantos para celebrar una muerte (Casa de la Cultura, 1977) reedita textos íntegros de poemarios anteriores, y ofrece como plus el formidable ‘Elandros’, donde el eros muta en pulsión que nos enfrenta también, a través de desencuentros eslabonados, a la finitud y la muerte. El verso es más extenso en esta entrega, como si hubiera preferencia por la palabra morosa de aliento continuo:

Ahora estamos desnudos y cansados
después del importante combate del
amor,

más solos que nunca, sin que nos
quede un sueño

siquiera o la nostalgia de un cuerpo
en que poner las manos algún día,

donde creer apasionadamente que
dejaremos nuestra apetencia de la
muerte,

esta condición permanente y querida
de que lo que estaba desde su
nacimiento abandonado

La poesía de Donoso Pareja ahonda en presencias y ausencias que, aunque se subordinan en parte a su prolongado exilio en México, decantan en expatriaciones y destierros netamente simbólicos. Se sabe vencido de antemano en la tarea de configurar ese abstracto que es el amor y esa figura inasible que es la mujer, pero la voz lírica emprende infinitos viajes hacia y desde el otro.

Raúl Vallejo ve en esa búsqueda «una suerte de condena asumida por la conciencia de la propia mortalidad», como dice en Historia de las literaturas del Ecuador (2012). El exiliado es un eterno extraviado que lucha infructuosamente por un lugar y un tiempo para sí.

Última canción del exiliado (1994) pretende conectarse con poemas previos, y vuelve al verso menos moroso:

Tanto dolor viviendo, dijo el hombre,
pensando en el regreso,
en la ternura del naufragio

Las búsquedas parten en muchos sentidos y se empecinan en profundizar las únicas certidumbres, la de la soledad y la finitud. En Adagio en G para una letra difunta (2002), la empresa del hablante lírico se vuelca en pos del recuerdo de la mujer que ya no está, y lo canaliza desde varias perspectivas: la del hombre viejo, del condenado, la del cadáver insalvable, la del navegante que llegó a su escala terminal. La voz recupera personajes de otros libros como Henry Black (de la novela homónima) y el cangrejo Krelko (sí, el del cuento) que ladra el nombre de la mujer rememorada:

Lleno de G,
debilitado y solo,
abierto en dos sobre la arena,
el hombre escucha sus mentiras
oye
Gudrum, Gudrum

La voz iza sus fragmentos de memoria en la «larga saga del mar», pero al mismo tiempo reinventa una y otra vez su recorrido. Es como si el libro se fuera edificando en base de hallazgos y desencuentros que recuperan para la poesía elementos de evidente sonoridad. Nos hace reflexionar sobre si es uno solo el rastro que deja el poema y la impronta del objeto del deseo; nos hace preguntarnos si escribir no será leer(nos) y leer, en cambio, reescribir lo barruntado por otro:

una mujer y todas las mujeres,
todas y ninguna,
texto plural con todas las entradas
y ninguna,
lectura y escritura simultáneas
 
La metonimia surge como base de lo fragmentario: es como si la mujer evocada, en base de sus partes en busca del todo, se recompone con un pie en la corporalidad y otro en el espíritu. Tal y como hace la poesía última de Donoso Pareja. (I)

Archivo / El Telégrafo

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