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El Telégrafo
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Un viaje para ecuatorianos a las entrañas de Manabí (Galería y Videos)

Un viaje para ecuatorianos a las entrañas de Manabí (Galería y Videos)
19 de octubre de 2014 - 00:00

El ecuatoriano no conoce su país,” repitió algunas veces Martha Yungán cuando llegó en la mañana a los exteriores del restaurante Verde Café, en Manta, la primera parada del viaje. El tigrillo (verde majado con huevo) y el café para el desayuno aún se preparaban en la cocina.

Yungán, periodista de la dirección de información turística, utilizó entonces esta pausa para exponer el concepto del paquete: generar una cultura de viaje. Decirle al ecuatoriano, “viaje primero en Ecuador” y deguste el tigrillo con los pimientos verdes, rojos y amarillos, antes de ir a probar una paella en España o un espagueti a la boloñesa en Italia.

Los más de 100 paquetes turísticos de la campaña ‘Viaja Primero Ecuador’, impulsados por el Ministerio de Turismo, son ofertados dentro del país con destinos cómo Galápagos, el Tren Crucero y, en este caso, un tour de 3 días a Manabí. Un recorrido en el que el turista conoce un poco sobre la lucha diaria del tejedor de cabuya, bucea con la fauna submareal de los corales, y siente la adrenalina de volar en parapente junto al mar. También es posible que sienta dolor muscular después de su primera clase de surf con ‘Rasty’, en Montañita.

Día 1: Un milagro y dos artesanías

El guía turístico David Villafuerte poco a poco revela la historia de Manta, puerto pesquero con casi 225 mil habitantes. Con el sol de la mañana, visitan la iglesia La Dolorosa, donde se encuentra la virgen con el mismo nombre. Para muchos habitantes de la zona, esta figura que ahora está en el exterior de la iglesia, es en sí un milagro. En su relato, Villafuerte se remonta al accidente aéreo del 22 de octubre de 1996, en el que el carguero Boeing 707, de la compañía Million Air, que transportaba pescado y flores con destino a Miami, se estrelló destruyendo 8 manzanas a la redonda. Villafuerte cuenta cómo, con asombro, los pobladores encontraron a la virgen intacta en medio de los escombros.

En el norte de Manta, en la avenida puerto-aeropuerto, está el astillero artesanal, donde se construyen embarcaciones para la industria pesquera. Al bajar de la buseta, se percibe el fuerte olor a pescado mezclado con el de la resina que se agrega a la fibra de vidrio. Un grupo de artesanos trabaja en un barco que se llama ‘Arca de Noé’.

Los artesanos utilizan la fibra de vidrio junto con la madera (cedro, guayacán o balsa) para construir y reparar las embarcaciones de las fábricas pesqueras. Los ‘esqueletos’ de estas embarcaciones se plantan en la arena, una al lado de la otra, formando una larga fila. Estas embarcaciones, utilizadas para la pesca blanca y de atún, se construyen en 1 año.

Cerca de ahí, en la parroquia rural Chorillo, se encuentra otro artesano, el señor Manolo Barcia Delgado, quien no trabaja con madera, sino con cabuya. Manolo extrae la cabuya (fibra) del agave, una planta más conocida por la extracción del tequila. La planta, proveniente de Ibarra, debe tener 1,5 metros de altura para poder ser procesada. Esta fibra, que se asemeja a los cabellos rubios, pero despeinados, de Rapunzel, se encuentra colgada por todo el taller. Los hijos y la cuñada de Manolo la procesan en los telares para convertirla en sacos de cabuya que luego se utilizan para cargar café o papas.

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Durante el tour, Manolo opera el telar, que parece más una máquina de gimnasio para ejercitarse. Con destreza y coordinación enseña a los turistas cómo manejarla. “Yo no sé nada más”, cuenta él, en referencia a ese oficio que aprendió de su padre y por el que dejó la primaria, y luego agrega: “No me ha faltado nada”. Cuenta que su padre aprendió este trabajo de un colombiano en los años cincuenta, quien tenía el taller “bien escondidito para que nadie le copie.” Pero el secreto no se mantuvo por mucho tiempo y talleres similares se abrieron en todo el lugar.

Hoy en día, son los únicos en el área y luchan por no desaparecer, ya compiten con las fundas de plástico que se venden a un costo menor. Cerca de la puerta de entrada al taller, se venden algunas artesanías hechas con esta fibra, como carteras y sacos. Los que más compran son los extranjeros. “Los gringuitos son bien amables, les gusta tomar fotos”, dice él.

Después de estrechar la mano de Manolo, el recorrido sigue en Montecristi, en el Centro Cívico Ciudad Alfaro. Un imponente mausoleo en forma de vasija de barro, rodeada de hachas de acero, se encuentra en el centro. Dentro del mausoleo, la escultura musculosa del revolucionario parece ser elevada por los rayos del sol hacia las alturas. Antes del atardecer, el recorrido termina en la playa Los Frailes, dentro del Parque Nacional Machalilla. La arena blanca y la transparencia del agua le hacen parecer el set de una película. Castillos de arena, parejas que corren de la mano al espumoso mar, sombrillas de colores y olor a bronceador completan el encuadre.

Día 2: Adrenalina en las olas y en las alturas

En Montañita se practica un deporte ajeno para la mayoría de ecuatorianos. Para aprender a surfear, primero hay que hacerlo en la arena, explicó Carlos Alberto Vélez, quien dibujó con sus dedos 3 tablas de surf para sus alumnos. “Uno, dos, tres”, repetía una y otra vez, como tomando la lección, mientras ellos simulaban nadar, y pararse sobre la tabla al momento de correr una ola. En Montañita existen alrededor de 22 escuelas que pertenecen a la Asociación de Escuelas de Surf. Pero según César ‘Rasty’ Moreira, el presidente de la asociación, este deporte no se aprovecha internamente.

En sus clases participan niños desde los 6 años, hasta personas de 80 años. “Es un deporte joven”, dice ‘Rasty’ con una sonrisa en su rostro bronceado, y asegura que los únicos requisitos para asistir son el buen ánimo y las ganas de aprender. “La primera ola es lo más fácil, siempre y cuando se tenga un buen instructor”, dijo. Después de eso, lo que hace que una persona sea buena en este deporte de riesgo, es saber leer las condiciones del mar y la constancia. “El surfista tiene que estar todo el tiempo en el agua”.

‘Rasty’ pone énfasis en la seguridad y la compañía de un instructor capacitado durante la práctica. Las clases para principiantes duran hora y media, con una parte teórica y otra práctica, que incluye la tabla y el traje por $ 25. Los alumnos de Carlos Alberto Vélez tuvieron dificultad en correr una ola, pero lo hicieron lo suficientemente bien como para la ‘foto del Facebook’. Carlos aprendió a surfear en esa misma playa a los 12 años. “Ha sido algo increíble que me pasó. Haberme llenado de mucha emoción de poder correr no solamente olas aquí en mi país, pero también en otros lados”, dijo él, quien fue Campeón Nacional de Surf en 2008. El año pasado formó parte de la selección de longboard, y compitió en Perú en los Juegos Bolivarianos. Carlos disfruta de ser instructor, ya que puede compartir sus conocimientos y buscar nuevos talentos. “La gente se emociona mucho. Empiezan un poco tímidos, pero al final, terminan siempre con una sonrisa”.

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Algunos no se atreven a tomar clases de surf, y lo observan desde lejos. Henoc Yance y su familia de Babahoyo, visitan Montañita al menos 4 veces al año. “En Montañita tú encuentras gran diversidad de personas, de gastronomía y de hoteles. Encuentras todo en uno”, dice Henoc. En Playa Bruja, ubicada en el cantón Libertador Bolívar, los turistas encuentran otro tipo de deporte extremo: el parapente. Quienes lo practican se ven como pájaros rojos y azules cerca del mar. En esta ocasión unas 10 personas esperan nerviosas su turno. Algunos reciben aliento de sus familiares, que tiene lista la cámara de fotos, cuando el ‘arriesgado’ corre con su instructor hacia el borde de la pendiente. La guayaquileña Georgina Yánez, vio el letrero ‘parapente’ y se decidió. “Fue increíble, hermosa la vista. El instructor fue muy amable”, dijo. A su amigo, le tomó un poco más de tiempo animarse. “!No quería el miedo so!”, dice riendo. Al igual que ella, el cuencano Juan Palacios, no lo pensó 2 veces. “Fue lo mejor del mundo. Las cosas que uno no planea salen mejor”, dijo. “Para qué caminar si se puede volar”, agrega. En temporada, se pueden realizar cerca de 100 vuelos en un día, explicó Sebastián Carpio, instructor de parapente, quien desde niño tiene la ‘aviación en la cabeza’.

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Día 3: Pepinos de mar y piqueros de patas azules

Partiendo en bote desde la playa de Ayangue, se divisan desde lejos varias ‘manchas’ oscuras en el islote de El Pelado, donde descansan y se reproducen pelícanos, piqueros patas azules y gaviotines. La Reserva Marina El Pelado, en la provincia de Santa Elena, incluye el islote El Pelado, Playa Rosada y las playas de Palmar, Ayangue, San Pedro y Valdivia. Los turistas pueden realizar snorkel y buceo para sumergirse entre los corales, gorgonias, pepinos de mar, concha spondylus y el tiburón ballena. Después de sacudirse un poco el agua, los visitantes se dirigen a La Chocolatera, la punta oeste más prominente del Ecuador continental. La Reserva de Producción Faunística Marino Costera, Puntilla de Santa Elena, tiene 52.435,19 hectáreas marinas y terrestres. Desde el mirador conocido como Lobería, en Punta Brava, se puede observar a una colonia de lobos marinos tomando sol. Después de recorrer el lugar por cerca de 2 horas, los turistas terminan el tour y regresan a sus hogares.

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