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El Telégrafo
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Desde el Tahuantinsuyo se queman muñecos (Galería)

Hay teorías que señalan que es una tradición indígena precolombina que contemplaba la quema para disipar los malos espíritus.
Hay teorías que señalan que es una tradición indígena precolombina que contemplaba la quema para disipar los malos espíritus.
28 de diciembre de 2014 - 00:00

Cada 31 de diciembre se repite el mismo ritual: los ecuatorianos adquieren los monigotes para quemarlos a la medianoche. Esta costumbre, de acuerdo con diversos relatos históricos, llegó al continente sudamericano desde Europa, con los conquistadores. En la mayoría de países latinoamericanos se atribuye un origen hispánico a esta práctica y posiblemente se derive de rituales antiguos paganos europeos como las saturnales de los romanos o los rituales celtas. Otros ponen énfasis en la costumbre indígena precolombina de la quema de figuras para eliminar los malos espíritus.

El historiador Manuel Espinosa se refirió al tema. “En el Tahuantinsuyo era común hacer muñecos para quemar, con el fin de destruir el alma de quienes representaban”, así —señala—, muchos visitadores españoles indeseables eran representados con muñecos que se quemaban con grasa de cerdo, mientras que cuando se buscaba perjudicar a un indio se quemaba esta figura con sebo de llama.

Esta celebración no es exclusiva del Ecuador, aunque en nuestro país presenta características propias. Entre otros, algunos países en los que los historiadores han encontrado registros son Colombia, Venezuela, Brasil y Uruguay. En el Ecuador, los años viejos dejaron de ser representados como ancianos de barba larga, ubicados en el interior de una casucha y con una botella de trago, para convertirse en personajes de la vida social. “En principio, las caracterizaciones escogidas respondían a personajes en situaciones cómicas, de las que tenía conocimiento la comunidad. Se trataba por tanto de familiares, vecinos, amigos, compañeros de trabajo, conocidos del barrio, etc., señala el estudio denominado Los Años Viejos, desarrollado por María Belén Calvache, Liset Coba, Martha Flores, Carlos Tutivén, entre otros investigadores.

Después de un tiempo, los temas principales de caracterización fueron, sobre todo, las estampas de la ciudad, las autoridades y los personajes públicos.

Esta línea —puntualizan los investigadores— ha llevado a que los años viejos actuales respondan a los hechos y personajes promocionados por los medios de comunicación, acontecimientos tanto políticos como de la farándula a nivel nacional y mundial y personajes de ficción creados por la industria cinematográfica.

Aunque son los temas más noticiosos o más llamativos los que inspiran la confección de estos muñecos, hay que destacar que cada región del país tiene su manera de elaborar cada uno de los monigotes. En la región interandina, los muñecos son construidos con prendas ya desgastadas y rellenos de papel periódico o aserrín. Una vez que están listos, se les coloca la careta con la cara del personaje que se quemará.

A diferencia de la Sierra, en la Costa, los monigotes son más elaborados, construidos, en muchos casos, de papel, cartón, almidón, pintura y laca. La 6 de Marzo es una de las calles más populares para la exhibición de monigotes. Familias enteras mantienen la costumbre de crear años viejos para la venta de fin de año.

Esta tradición está tan arraigada que los migrantes ecuatorianos la reproducen en los países que escogen como destino. Aunque no hay toma del espacio público, los migrantes suelen practicarla dentro de una casa o local.

Un ejemplo es la comunidad de otavalos, quienes se reúnen en diferentes ciudades del mundo y construyen los años viejos para celebrar esta tradición.

Sobre este tema, el historiador, escritor y ensayista y Darío Guevara, contó una anécdota que ocurrió en los años cincuenta en la ciudad de México, cuando algunos compatriotas que llegaron en vísperas del Año Viejo, decidieron festejarlo como lo hacían en el Ecuador. “Algunos ecuatorianos que llegaron a la capital de México, quisieron quemar su muñeco. Para el colmo de sus deseos la casa de hospedaje tenía azotea, en donde practicaron el ceremonial de su tradición y prendieron fuego al hombre de paja. Pero su buen humor se enfrió al ser asistidos por un equipo de bomberos, listos a pagar el incendio que supusieron. Y si no confesaban ingenuamente su condición de extranjeros y el motivo que les movió a la quema hubieran ido a parar en la oscuridad de una celda destinada a los infractores de la vida normal de la gran ciudad azteca”. En España, esta costumbre también la mantienen los migrantes, sobre todo, aquellos que viven en Madrid. Hace 3 años, se realizó un concurso de monigotes que tuvo lugar en el salón de actos de la Casa Regional de Extremadura, en Getafe. En este evento no estuvo contemplada la quema de los muñecos, pero sí hubo una degustación gastronómica y la presentación de diversos cantantes y grupos de danza.

Los Santos Inocentes, una tradición que ha perdido fuerza

El Día de los Inocentes, cada 28 de diciembre, comenzó como la fiesta católica de los Niños Inocentes, en conmemoración a la matanza de todos los niños menores de 2 años ordenada por Herodes al enterarse que había nacido el Mesías.

Con el transcurso del tiempo, la tradición pagana fue quitándole el aspecto trágico a la fecha hasta convertirse en el Día de los Santos Inocentes, el momento ideal para jugarle bromas a familiares y amigos. En Quito, las tomaduras de pelo estaban dirigidas, en especial, a determinados personajes de la ciudad. En la década de los treinta, las víctimas preferidas de los quiteños eran las autoridades y las entidades que representaban el orden y la seguridad, como la Policía y los bomberos. Las bromas en muchos casos llegaron a ser tan graves que las autoridades solicitaban que los ciudadanos suspendieran las mofas a estas instituciones, ya que se debían movilizar todo su contingente por falsas alarmas.

Otra broma común era disfrazarse de ciertos personajes públicos: desde el vecino hasta el presidente, imitarlos y entonces burlase de ellos. Durante muchos años, la celebración de fin de año y la de los Inocentes se mezclaba.

Según los registros históricos, las festividades, en muchas ocasiones, duraban más de una semana y en estos días, la gente presenciaba diferentes actividades artísticas.

A finales de la década de los treinta, se realizaban mascaradas o fiestas de fantasía en salones y hoteles de prestigio, según lo revela la investigadora María Belén Calvache. Estos bailes tenían lugar, todos los días desde el 28 de diciembre al 6 de enero, en horario de 9 de la noche hasta las 2 de la mañana. “Se presentaban las mejores orquestas de la ciudad y algunas traídas del exterior y se premiaba a los mejores disfraces y parejas de bailes”. La entrada a estos eventos, en un Hotel como el Majestic llegó a costar, en 1968, 100 sucres, precio prohibitivo para la mayoría de quiteños.

Las fiestas de fantasía más cubiertas por la prensa fueron las realizadas en el Quito Tenis y Golf Club que se desarrollaban el 31 de diciembre organizadas por la Sociedad Socorro a la Infancia. Con el tiempo, estas fiestas dieron paso a las celebraciones públicas en plazas y avenidas donde la mayoría de la población podía celebrar la llegada de un nuevo año. (AR)

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