Nosotros, los “impresentables”, según Felipe Burbano de Lara
La frase del catedrático y editorialista me recuerda aquella actitud de Lucio Gutiérrez cuando señaló despectivamente como “Forajidos” a quienes osaron desafiar su supuesto poder, que en realidad solo era una “tercerización” de los poderes económicos, bancarios, financieros y agrícolas, sin descartar un cierto poder militar y otros corporativos.
¿Los impresentables, como dice Felipe, son aquellos que no son “presentables en sociedad”? En otras palabras: ¿no tienen el estatus ni el pedigrí para relacionarse con esa sociedad modosita, perfumada, bien vestida, que no dice malas palabras y hace todo bajo un protocolo y una formalidad que no atenta contra los sacrosantos valores morales?
Parece que no le gusta a Felipe que en el “poder” estén aquellos que no forman parte del poder tradicional ecuatoriano. O al trastocar el equilibrio armonioso de poder que parecía intocable, ahora todo lo que se haga resulta impresentable.
Debería sopesar con mejores datos y especial experticia antes de hacer señalamientosComo catedrático se ha referido al poder actual, sin considerar (¿u olvida a propósito?) que cierta teoría y pensamiento nos devuelve a diario a la matriz de una sociedad compleja y oligárquica como la nuestra. Sin ir tan cerca, cuando Carlos Marx y Federico Engels debatían sobre la supuesta dictadura del proletariado se anticiparon en señalar que la dictadura de la burguesía podía existir con o sin sufragio universal. Igual ha pasado por acá, esa dictadura ha existido con democracia civil y en dictaduras militares. Si no pregunta, estimado Felipe, quiénes son ahora banqueros y quiénes de ellos eran eminentes funcionarios de las dictaduras y gobiernos “democráticos” donde no discutían ningún autoritarismo ni alternancia porque siempre estaban ellos y sus esquemas teóricos gobernando el país.
Como analista deberías sopesar con mejores datos y especial experticia antes de señalar que hay cierta comodidad y hasta una pérdida de autonomía de pensamiento en el lado del gobierno y de quienes lo apoyan o participan de este proceso político. ¿Autonomía es no estar de acuerdo o sintonizarse, con toda la tensión propia de cada proceso, en un marco de disputas y hasta contradicciones? ¿Supone el analista Felipe que el bloque en el poder político desde hace siete años es solo una persona y el resto, como ya se lo dije personalmente, es un flash memory que copia los dictados de Carondelet o es un conjunto de pensamientos complejos que apuntalan un cambio de equilibrio de poder en la tradicional estructura oligárquica y racista con la que han actuado los anteriores gobiernos?
El moralismo que dice combatir se critica con otro moralismo: el de los presentables. Esos presentables (que todo lo resolvían bajo un hipócrita protocolo) sostienen la moralidad como una bandera política siempre y cuando no afecte las cifras en azul de sus balances, pues si ocurre lo contrario no dudan en crear instituciones, leyes y autoridades para volver al “estado natural del gobierno”.
Estimado Felipe: los retrógrados son aquellos que imaginan un país gobernado por las santas instituciones reproductoras del colonialismo, en todas sus manifestaciones. Y para volver a los clásicos del pensamiento de izquierda: los procesos revolucionarios no sepultan de un día para otro las estructuras viejas. Inician su derrumbe y ahí se expresan quienes de verdad sostienen esas instituciones y pelean con todas las herramientas (incluso teóricas) para que nada cambie, porque en ese pasado era más cómodo vivir.
Es cierto Felipe: ”todos somos ciudadanos todo el tiempo”. Y por lo mismo eso obliga a varias responsabilidades, como por ejemplo, la de no injuriar ni mentir, reflexionar sin sofismas y debatir desde la realidad. La ciudadanía no le da carta blanca a nadie para injuriar, ofender y menos polemizar desde los fantasmas. Encarnar la ciudadanía implica una responsabilidad colectiva que no la da ni un mandatario ni unos partidos políticos.
Cuando Felipe habla del silencio de los izquierdistas gubernamentales parece que solo lee el diario en el que escribe. Como ahí no se recoge el conjunto de tensiones y debates, polémicas y disputas (que no sean objeto del escándalo con el que solo buscan hacer noticia) entonces hay silencio.
Felipe, el silencio es aquel que no publica que un izquierdista en el poder (el poder de una prefectura) interpuso un juicio por cinco millones de dólares contra el director de un diario público y que como analista no te sea nada interesante. O también es un silencio bochornoso que por no perder publicidad (diarios y televisión) de un grupo económico poderoso se calle ante la censura dictatorial para exhibir un documental que coloca en debate un momento histórico del país en el que alguna responsabilidad tiene la democracia cristiana y el coro de acólitos políticos.
Felipe, como has dicho: “Por allí el director de un periódico oficial también empieza a razonar en idéntica forma: nos recuerda que las injurias existen y que no son lo mismo que las transgresiones al poder. Se volvieron respetuosos de la autoridad, solemnes, autoritarios, moralistas, sumisos, impresentables…” Claro, el recordar que la injuria existe es porque el silencio de la prensa privada y comercial sobre las injurias que a diario recibimos, las amenazas de los “amigos banqueros”, los mensajes insultantes en las redes sociales no son síntoma de la tolerancia que demandas. Todo lo contrario.
Las transgresiones al poder no solo existen para criticar al gobierno, porque recordarás que el poder de la Chevron será transgredido desde el diario público siempre, porque por acá no han llegado esos mensajeros que en otros medios hacen callar a los “reporteros de fuste” o a redacciones enteras porque más pesa la publicidad y los “links” inocentes a videos y páginas a favor de la petrolera que ha hecho el mayor daño ecológico al Ecuador y del cual te escucho hablar poco cuando se trata de medio ambiente y conservacionismo.
Si por no jugar golf y no estar entre los presentables sociales, burgueses y perfumados, ahora somos apestados e impresentables sería prudente recuperar, como en la época de Lucio, ese adjetivo como un estandarte.