Con una emotiva  ceremonia, las familias Alvarado, Castillo y Guamán  despidieron ayer a los seres queridos que fallecieron en el accidente de la vía  Ibarra - San Lorenzo, ocurrido la mañana del domingo.
Después de una misa  multitudinaria efectuada en el edificio de la Sociedad de Artesanos de Ibarra,  se inició el traslado de los féretros en los que reposaban los cuerpos de los  comunicadores Mauricio Alvarado y Ana Guamán, quienes fallecieron junto a otros  seis familiares, en el evento donde se extinguieron, en total, 29 vidas  humanas.
Al mismo tiempo, circulaban por la calle Pedro Vicente Maldonado  otras procesiones integradas por familiares de las víctimas fatales, con dirección a  los cementerios de la ciudad.
Murmullos y llantos se escuchaban en las calles,  al tiempo que los moradores del sector salían a las ventanas o puertas de las  calles en señal de solidaridad.
La caravana de Alvarado fue liderada por  miembros motorizados de la policía nacional quienes abrían paso a la multitud de  familiares y amigos que llegaron inclusive desde otras provincias para acompañar  a los deudos.
La carroza que encabezaba la marcha era un vehículo Ford  antiguo, propiedad de la sala de velatorios que contenía el ataúd de Yolanda  Sánchez, suegra de Alvarado.
Para el traslado de los demás cuerpos fue  necesaria la asistencia de un camión y dos camionetas. Otros automotores fueron  destinados para los familiares cercanos, quienes no podían disimular el dolor  derivado de la tragedia.
Aproximadamente a las 17:10, la caravana se desvió  por la avenida Teodoro Gómez de la Torre, a la altura de la unidad educativa  homónima.
Posteriormente continuó por la avenida El Retorno donde el tráfico se  paralizó.
Las calles ibarreñas estaban impregnadas con un aroma a hierba húmeda  a causa de las lloviznas que cayeron en el transcurso del día. Los adoquines  exhibían un color oscuro que contrastaba con la opacidad del cielo nublado, bajo  el cual transitaba la caravana fúnebre.
Antes de ingresar al cementerio San  Miguel de Ibarra, los familiares levantaron los féretros en sus hombros y  caminaron cegados por las lágrimas.
El ataúd del pequeño Adrián, hijo de  Alvarado, era de color blanco y resplandecía entre los arcos de hierba que  rodeaban el sendero principal del recinto.
Los lamentos de la gente se fundían  hasta volverse confusos, pero todos estaban relacionados con la sensación de  vacío que comenzaba a gestarse. Eran palabras cargadas de nostalgia e  incertidumbre.
Por los pasillos del cementerio fluyó una multitud vestida de  luto, integrada por los allegados de Alvarado y de otras víctimas.
Antes del  anochecer, alrededor de las 18:00, el féretro  de Alvarado fue ingresado al nicho y emparedado tras una lámina de  piedra.Posteriormente, ya no hubo espacio para  recordar anécdotas sino únicamente para llorar la pérdida derivada del trágico  accidente.