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El Telégrafo
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Bill Grueskin, quien en 1992 obtuvo la medalla de oro Pulitzer estuvo en la ciudad

"El objetivo es mejorar la formación de los periodistas"

Grueskin dice que hay ciertas habilidades que los buenos comunicadores deben poseer y no necesariamente se enseñan: curiosidad, inteligencia y empatía.
Grueskin dice que hay ciertas habilidades que los buenos comunicadores deben poseer y no necesariamente se enseñan: curiosidad, inteligencia y empatía.
Foto: Cortesía UIDE
02 de julio de 2016 - 00:00 - Dennys Jordán Correa. Docente de la UIDE

Con la aparición de la era tecnológica, el mundo del periodismo ha cambiado de manera significativa y tanto profesionales como estudiantes se enfrentan a la incertidumbre de la profesión. Es menester de los docentes proporcionar a las nuevas generaciones principios tradicionales; y, sobre todo, prepararlos para asumir los retos de la profesión: escribir una historia que las personas quieran leer. También es prioridad descifrar las implicaciones de la ética periodística y los fundamentos básicos de la carrera, así señala Bill Grueskin en una entrevista realizada en la I Conferencia Internacional de Investigación Multidisciplinaria, CIIM-UIDE 2016, que se desarrolló el 27 de junio.

El dominio en temas periodísticos es evidente en alguien que ha contado historias por 30 años y se ha desempeñado como comunicador y jefe en medios impresos como The Wall Street Journal, The Tampa Tribune, The Miami Herald. En este último fue editor de la sección Ciudad; y al asumir la cobertura del huracán Andrew (1992), obtuvo la medalla de oro Pulitzer al servicio público. Su investigación develó que la mayoría de las casas se destruyeron por negligencias en la construcción.

Esa vocación de servicio se evidenció al elegir la docencia como una forma de vida. En la Universidad de Columbia, cuyos 100 años de existencia la han convertido en una de las más antiguas de Estados Unidos, se desempeñó como decano académico y como tal ha desarrollado cambios sustanciales en su programa de educación. El objetivo es mejorar la formación de los futuros profesionales para asegurar que los graduados posean habilidades y el entendimiento suficiente que se necesita para asumir su rol.

Grueskin dice que hay ciertas habilidades que los buenos profesionales deben poseer y no necesariamente se enseñan: curiosidad, inteligencia y empatía.

Precisamente, la última es una habilidad que no todos pueden alcanzar y, por eso, dice que escribir una nota negativa es fácil; pero, el periodista tiene la responsabilidad de contar historias con las que se identifique la gente. “Por ejemplo, en Estados Unidos, Donald Trump se postula para presidente y aunque ha dicho muchas cosas que los americanos increpan, también es cierto que cuenta con el apoyo de buena proporción de votantes. ¿Lo apoyan por su raza? No. Lo hacen porque esa parte de la población tuvo tiempos difíciles en economía o abuso de drogas, conflictos que él promete cambiar. Entonces, se identifican, no con las ideas de Trump sino con las situaciones”.

Hablar de docencia y la manera en que debe desarrollarse la formación de periodistas es un tema apasionante. Dice que el currículo debe contemplar aspectos como aprender a verificar información, a distinguir una buena historia de una mala, a tener seguridad para informar en zonas de conflictos y difíciles, a evitar demandas y  defenderte de ellas; así como a utilizar herramientas digitales para crear y distribuir historias.

Para esto, el profesional requiere experiencias de aprendizaje. En Columbia, asevera, el lema “aprender a hacer” significa que el estudiante produzca historias y de tal manera entrevistan a residentes, reportan, escriben historias sobre política, crimen, religión, negocios. Aquí se mezclan elementos, se evidencian problemas y se asegura una profesión significativa y ambiciosa.

Esto demuestra la necesidad de concentrarse en enseñar a escribir una historia interesante y coherente, considerando que en la actualidad las redes sociales permiten interactuar con lectores y espectadores. “Estos cambios tecnológicos aumentan la necesidad de entrenamiento en valores éticos esenciales del periodismo”, argumenta y señala que se debe poner atención a la práctica y proponer un currículo más flexible.

El auditorio está atento a su pronunciamiento y mientras hace un recuento de cómo el negocio de las noticias ha cambiado, dice que la industria actual es más robusta e interesante de lo que era hace 20 años porque hoy se da acceso a la noticia gracias al uso masivo de teléfonos, ipads, laptops, de esta manera se genera una historia en Chile, Sudáfrica, Canadá o en cualquier lugar del mundo. “Se produce una historia a través de palabras, vídeos y esto motiva una audiencia participativa”.

Los formatos o accesos digitales abaratan la publicación de historias y generan mayor acceso a ellas; sin embargo, el negocio de las noticias conlleva a malas noticias: la pérdida de la publicidad impresa, un número reducido de reporteros (las salas de prensa estadounidenses pasaron de 55.000 a 36.000 empleados), presupuestos más pequeños y la confusión de la audiencia ante la calidad de información.

Grueskin propone nuevos retos del periodismo: abordar una noticia desde una perspectiva interesante para el lector, ser honestos con los entrevistados, transparentes y  abierto a las cosas que no se sepa porque, muchas veces, hay que escribir una historia sobre un tema que el periodista no domina y él tiene la obligación de preguntar, las veces que sean necesarias, para no escribir cosas irreales.

“Conozco algunas personas que cubrieron la masacre en Orlando y en ese caso, la labor del reportero es difícil porque debe lidiar con gente que está devastada. Su rol es anunciar lo que está sucediendo al público independientemente de las situaciones dolorosas; hay que informar, ese es nuestro trabajo”, acota el experimentado docente, quien reafirma el aprendizaje dinámico y desde luego asevera que Spotlight, la película ganadora del premio Óscar en este año, es una fuente útil para entender la valentía que implica asumir esta profesión y el compromiso que acepta un docente al pensar detenidamente en los fundamentos de lo que se enseña y cómo se enseña. (I)

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