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El Telégrafo

La rosa del esplendor marketero, un imán turístico en Catar

La rosa del esplendor marketero, un imán turístico en Catar
30 de marzo de 2022 - 20:33 - Esteban Ávila

La rosa del desierto no es una rosa. Se llama así a la formación geológica de varios tamaños, producto de siglos de mineral, arena, viento y sol que aparece en las dunas de Qatar. Su nombre se debe al color, un rosado pálido, y a que está integrada por una suerte de pétalos cristalizados.

Esta rosa es emblemática. De acuerdo a la tradición local, simboliza que las adversidades (el desierto) pueden impedir que las cosas sean como se idealizan (no crecen rosas de verdad), pero que la constancia y la paciencia (vientos y sol durante miles de años) pueden dar frutos (las rosas del desierto) tan o más valiosos que los originales.

Hago esta introducción porque estoy en el Museo Nacional de Qatar, casi a la vera del golfo Pérsico. Es una construcción imponente, un complejo de vidrio y cemento moldeados en curvas, edificado siguiendo las formas de una rosa del desierto.

La inversión de los países en forjarse una imagen es cuantiosa, tanto en recursos como en ideas. Y en Qatar no faltan ambas opciones. El Museo Nacional abrió en 2019, su área total es 50 mil metros cuadrados y no le falta nada: desde jardines internos y fuentes de agua, hasta restaurantes y un auditorio para 250 personas.

Y esa imagen se empieza a forjar en el visitante desde la entrada de la exhibición principal, la que grafica cronológicamente la historia patria desde la raíz del los tiempos hasta los tiempos actuales. La premisa queda clara y es crear un relato idílico, heroico.

Quien pisa este museo y consume por no menos de dos horas sus contenidos se convencerá de que Qatar es un milagro, un país golpeado por adversidades múltiples (el colonialismo, las guerras entre imperios, la caída del mercado de las perlas, el desierto, la falta de agua, el bloqueo), pero que es capaz de llevarse a todos por delante.

Los recursos para edificar esta historia son convincentes. Empiezo por el entorno multimedia, que emboba a los adultos e hipnotiza a los niños con juegos virtuales, pantallas interactivas, objetos 3D. Hay algo de magia en las salas, como por ejemplo, la dedicada a la explotación petrolera y gasífera. Salí de ahí pensando que estaba en un campo de Dukhan Field, salpicado de oro negro.

No hay, obviamente, espacios para discutir ciertas posiciones incómodas para Qatar ante el mundo. Por ejemplo, el aporte del emigrante (que llega a ser el 90% de la mano de obra mas primaria) está reducido a un entorno de diversidad colorida y marketera. Ni hablar de sus derechos humanos.

Hay una sala exclusiva para contestar, elípticamente, las acusaciones de apoyo al terrorismo que pusieron a Qatar en condición de paria mundial, excluido, bloqueado y amenazado por sus vecinos. Acá, sin mucha imaginación, solo hay pantallas de TV que lanzan imágenes de discursos en la ONU, reuniones multilaterales y demás.

Hay poco arte, poca cotidianidad. Pero el lujo lo oculta todo. Este museo es arma de relaciones públicas y buena imagen internacional, aunque para eso haya que forjar la historia con visión marketera. En la calle, otra verdad grita sin ser oída, menos mostrada en museo.

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