CNEL cruza el río y cumple el sueño de 90 familias de Santay
“Me quedé sin nada”, recuerda Petra Domínguez, moradora de la Isla Santay, cada vez que vuelve a la escena del incendio que consumió su vivienda, una de las 56 casas que conforman la ecoaldea asentada sobre el río Guayas.
Todo ocurrió en cuestión de minutos. Una vela encendida, la única fuente de iluminación disponible en su hogar, se volcó accidentalmente y desató el fuego. Ni siquiera la rápida reacción de sus vecinos logró impedir que las llamas devoraran por completo la estructura de madera.
Ese episodio, marcado por la pérdida y la incertidumbre, hoy empieza a quedar atrás. En lugar de la mirada apagada de entonces, Petra muestra una expresión serena mientras cose en su máquina eléctrica, convertida ahora en símbolo de un renacer posible y compartido dentro de la comunidad.
Desde 2024, la Corporación Nacional de Electricidad (CNEL EP) realizaba recorridos periódicos en la ecoaldea para constatar, de primera mano, las condiciones en las que vivían sus habitantes. En un inicio se evaluó la instalación de un tendido subterráneo que permitiera dotar de energía eléctrica al sector. Sin embargo, tras estudios técnicos y visitas de campo, se determinó que la alternativa más eficiente y segura era la implementación de sistemas fotovoltaicos individuales: paneles solares, reguladores de voltaje e inversores para garantizar un servicio estable y confiable en cada una de las 56 viviendas.
Este proceso se enmarcó en la gestión impulsada por el Gobierno Nacional, liderado por el presidente Daniel Noboa, y por la ministra de Ambiente y Energía, Inés Manzano, quienes priorizaron soluciones sostenibles para territorios históricamente postergados como Santay.
El cambio fue inmediato y profundo. Petra Domínguez, quien un año atrás había perdido su casa en un incendio, hoy describe con brillo en los ojos lo que significa vivir con energía continua y sin riesgos. “Me siento muy feliz de tener energía eléctrica. Tenemos, en total, diez paneles solares en cada casa. Mis vecinos ya pueden usar sus neveras, televisores, aires acondicionados, ventiladores, internet, licuadoras y cargar sus celulares. Gracias a estos paneles me compré un congelador”, cuenta con una mezcla de alivio y entusiasmo.
Para ella, el beneficio también es económico. “Antes tenía que gastar siete dólares diarios entre comprar hielo y el combustible para hacer funcionar el generador. Eso necesitaba para mantener mi negocio de venta de colas. Ahora me ahorro esa plata”, dice mientras muestra, con orgullo, su pequeño emprendimiento reorganizado gracias a la estabilidad energética.
La luz, que un día marcó una tragedia, hoy sostiene nuevas oportunidades. En la ecoaldea, las noches ya no dependen de velas sino de un sistema renovable que devuelve seguridad y dignidad a las familias.