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Enrique Terán o el socialismo del desencanto

Enrique Terán o el  socialismo del desencanto
04 de diciembre de 2013 - 00:00

Enrique Terán había nacido en Quito en 1887 y creció en un hogar acomodado, ubicado en el centro de la capital. Fue el mayor de ocho hermanos y tanto su padre, el General alfarista Emilio María Terán, como su madre, Hortensia Vaca Merizalde, poseían un marcado interés en el arte, por lo que desde muy joven le hicieron seguir estudios de música a la par de su instrucción formal primaria. Incentivado en el desarrollo de una fina sensibilidad por la música, junto con una creciente atracción por el dibujo y la pintura, pudo disfrutar de una infancia feliz y sin sobresaltos, si bien un defecto físico dado por su cortísima estatura, cercana al enanismo, le comenzó a generar cada vez más problemas de relacionamiento con su entorno.

En 1905 terminó su bachillerato en el Instituto Mejía y a principios del siguiente año acompañó a su padre en la campaña contra el presidente Lizardo García, llegando a tomar parte de la Batalla de Chasqui, en la que se definiría el retorno del General Eloy Alfaro al gobierno del Ecuador. En 1906 su padre fue designado Ministro Plenipotenciario en Inglaterra, por lo que se radicó en Londres junto con toda su familia: durante su estancia, Enrique se perfeccionó como músico.

Al siguiente año se concretó el retorno a Ecuador, circunstancia particularmente difícil para Enrique Terán, quien nuevamente debió lidiar con su problema físico, que con el tiempo parecía agravarse. Para evitar que Enrique se convirtiera en un ser retraído y acomplejado, su padre decidió organizar varias fiestas donde al cabo de un tiempo pudo comenzar a desinhibirse y adoptar un tipo de personalidad carismática, extrovertida y tendiente a los excesos, una característica constante para él de allí en adelante.

En julio de 1911 el Gral. Terán fue asesinado y el impacto causado en Enrique fue enorme. Dos años más tarde, y aprovechando una beca otorgada por el gobierno ecuatoriano, decidió retornar a Londres junto con dos de sus hermanos para perfeccionar sus estudios de música. Fue aceptado en la prestigiosa Royal Academy of Music y al cabo de un año regresó a Quito convertido ya en un violinista profesional. Así, se presentó sobre todo en el teatro Sucre de la capital, y conformó luego varias exitosas formaciones musicales.

Su vida bohemia, por otra parte, le permitió también vincularse con distintos núcleos artísticos que comenzaban a florecer en el Ecuador de fines de la década del 10. Interesado en el dibujo y, principalmente en las caricaturas a colores, a fines de 1918 fue uno de los fundadores de Caricatura, revista que marcó toda una época en el periodismo local por su humor satírico y corrosivo y en la que también colaboraban otros jóvenes con inquietudes artísticas y con un futuro desarrollo en el campo de la izquierda, como César y Jorge Carrera Andrade y Benjamín Carrión.

Las actividades culturales y artísticas de Enrique Terán se constituyeron en los principales motores para su radicalización y acercamiento a las corrientes socialistas de principios de los años 20, cada vez más fortalecidas a causa de las protestas obreras de 1922. Así, no tardó en vincularse al principal referente del socialismo ecuatoriano, el médico Ricardo Paredes, y a un amplio conjunto de activistas entre quienes se encontraban los hermanos Carrera Andrade, Hugo Alemán, Delio Ortiz, y Leonardo J. Muñoz, entre otros. Junto a ellos, y a partir de noviembre de 1924, comenzó a editar La Antorcha, uno de los primeros núcleos de la izquierda nacional en donde de manera sistemática fueron denunciados los monopolios privados, la fuerte corrupción estatal, el poder de los bancos expresado en la bancocracia, y la represión policial que de modo feroz se ensañaba contra los campesinos.

Motivado por los cambios acaecidos con la Revolución Juliana, y cada vez más identificado con el movimiento comunista internacional, creyó en la importancia de generar grupos y núcleos radicales distribuidos en distintos puntos del país como un paso previo y fundamental ante la convocatoria a la próxima Asamblea Socialista nacional. La estrategia fue generar una tendencia radical que orientara al futuro partido a ser creado en un alineamiento directo con Moscú. Así, junto a varios de sus compañeros, organizó el Núcleo Socialista en la Universidad Central en Quito, el grupo “La Reforma” en Tulcán, el Partido Socialdemócrata en Riobamba, el Grupo “Lenin” en Ibarra, entre otros.

Una vez fundado el Partido Socialista del Ecuador en 1926, Enrique tornó en uno de los referentes de su facción más radical: desde allí se consolidó como el editor de La Fragua, quincenario del denominado ‘Órgano de los Amigos de Lenin’. En dicho periódico, que solo alcanzó hasta su séptimo número, se reveló como un analista de sólida formación, combinando las interpretaciones del acontecer nacional e internacional con estudios biográficos claros y precisos sobre Marx, Lenin, Stalin y las principales figuras del universo soviético y de la Comintern. Mientras se presentaba como uno de los primeros teóricos de la izquierda ecuatoriana, en marzo de 1928 fue designado Secretario General del Partido Socialista y poco después fue electo Consejero Municipal de Quito.

Las tensiones, sin embargo, se hicieron presentes en la todavía joven organización cuando a fines de los años 20 Enrique Terán ocupaba la Secretaría General del Partido. Los conflictos internos atrajeron la atención de las autoridades soviéticas en tanto que las diferencias con Ricardo Paredes, principal impulsor de la afiliación partidaria a la Comintern, fueron pronto irresolubles.

A principios de 1931 y como representante de la provincia de Chimborazo, Enrique Terán fue uno de los siete firmantes del Manifiesto al Proletariado Ecuatoriano, declaración que presentaba al grupo de los llamados “ortodoxos” frente al “comunista” conducido por Paredes. El punto de disputa era justamente el rol que el Partido Socialista debía cumplir ante la Comintern, más aun cuando, según su opinión, ésta “lanza resoluciones dogmáticas, elaboradas en el escritorio, al pie del Polo Norte cuando nuestras realidades están cerca del Polo Sur”.

En momentos en que después de muchos esfuerzos finalmente se había obtenido la aprobación por parte de Moscú para constituir el Partido Comunista en Ecuador, fundado de manera oficial en octubre de 1931, la reacción de Terán, con su convocatoria a conformar un nuevo Partido Socialista, fue vista por sus ex camaradas como un acto de traición y como un agravio frente a aquella entidad internacional que pese a todo había ubicado al país dentro de una estrategia revolucionaria de carácter mundial.

Ya sin mucho margen de acción, y finalmente alejado de las lides políticas, a principios de los años 30 la vida de Enrique Terán seguiría por carriles literarios y periodísticos. En 1931 escribió su primera novela, Huacay-Ñan o Camino de llanto, que recién fue editada en 1995, en tanto que años más tarde tuvo a su cargo la columna de adoctrinamiento y difusión ideológica Lecturas para el pueblo, en el diario socialista La Tierra.

Bajo un creciente desencanto del socialismo y del movimiento revolucionario, Enrique Terán fue seducido por el gobierno de Federico Páez, y en 1936 fue convocado para asumir la dirección de la Biblioteca Nacional: desde ese cargo, y junto con su entrañable amigo y asistente Ignacio Lasso puso en marcha varias iniciativas, como la creación de bibliotecas públicas y la protección de documentos nacionales, además de editar la revista Mensaje que, con una periodicidad bimensual, fue publicada por tres años. Pero la persecución a la izquierda, que se profundizaría sobre todo en 1937, determinó su renuncia a dicho cargo público.

La consagración literaria de Enrique Terán llegaría en 1940 con la publicación de El cojo Navarrete, novela con trasfondo histórico en la que se relataban las peripecias de un sobreviviente de las guerras liberales de fines del siglo XIX. Desde el momento de su publicación esta obra fue considerada como una de las más destacadas en la historia literaria del Ecuador.

Sus últimos años fueron lastimosos y de un deseoso aislamiento: sus salidas del céntrico departamento que compartía junto con Ignacio Lasso y con sus dos enormes y mansos perros que le servían de guardaespaldas resultaron cada vez más esporádicas. Finalmente falleció en abril de 1943, a los 54 años, aquejado de fiebre y dolores, y según el comentario de sus conocidos y detractores, probablemente enfermo de sífilis. Dejó inédita otra novela social titulada En cada pan una gota de sangre, sobre las luchas de indígenas y socialistas en los años ’30.

El escritor Galo René Pérez retrató a Enrique Terán de la siguiente manera: “Era este un hombrecillo de algo más de un metro de estatura. Vestía invariablemente de negro: zapatos, traje, sombrero; y negro, por añadidura, el cerco de sus lentes desmesurados. La chaqueta, a manera de sobretodo, le llegaba holgadamente hasta las rodillas. Tenía el rostro redondo, barbilampiño y casi tan cristalino como sus lentes; era lacia y abundante su melena; blancas y regordetas sus manos, que las llevaba casi siempre caídas en el fondo de los bolsillos de su extraño gabán. Su voz, notablemente atiplada, contribuía a darle un aire aún más infantil o femenino. Pero sus habituales arranques de violencia producían, de pronto, una impresión totalmente distinta, y dejaban apreciar un alma agigantada, aguerrida, cargada de voluntad varonil”.

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