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El Telégrafo
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El tejido de hamacas aún se mantiene en Samborondón

El tejido de hamacas aún se mantiene en Samborondón
Foto: Cortesía
30 de noviembre de 2019 - 00:00 - Redacción Intercultural

En el barrio los Pilluelos, en el cantón guayasense, cerca de la calle 15 de Julio, Washington Aldaz, de 75 años, comparte el trabajo con su esposa Juana Sudario, de 65. Ambos han mantenido a su familia con el tejido de hamacas y redes de pesca.

Balín, como lo llaman, es el único que ha conservado la tradición del tejido de bajíos y paños. Su madre, Ofelia Montero, elaboraba ágilmente las hamacas para tener el sustento de su humilde hogar y desde los 9 años aprendió este oficio.

Juana en su adolescencia quedó anonadada tras verlo embarcar dos o tres sacos de arroz a la vez, desde ese momento se hipnotizó por su ingenio. "En la salud y en la enfermedad, en la riqueza y la pobreza", palabras que han acatado con valor y perseverancia durante su matrimonio.

Hace cinco años, Wacho despertó sin poder hablar ni moverse, había sufrido un derrame cerebral y su realidad cambió completamente por las secuelas permanentes que le dejó en su cuerpo, por esta razón cobra el bono de desarrollo humano.

Sin embargo, sus gestos solidarios y expresiones optimistas reflejan al samborondeño de siempre y su esposa se ha quedado a su lado admirando su carisma mientras que lo ayuda día a día, a pesar de que tiene más habilidad para el tejido de hamacas y no para la elaboración de mallas.

En su juventud se destacó también por picaflor y conquistador, pero eligió a Juana para compartir las dichas y los problemas; "para la edad que tengo aún me buscan las mujeres", asegura Balín, pero su lealtad ha sido más fuerte que cualquier propuesta malintencionada.

Hamacas

"Por favor, no peleen", sugiere el tejedor, esa es la clave de una relación duradera, no importa cuántas veces el hombre tenga que callar o ceder, es importante alejarse de los conflictos para que todo perdure en la familia, por experiencia personal asegura que "todo se va".

"Una hamaca está lista en cuatro días, pero para hacer una malla de pesca demoro dos o tres semanas", resaltó Washington, pues su labor se basa en la precisión y el detalle, incluso ha calculado las medidas con su brazo para que el tejido se mantenga coordinado y parejo.

El precio de las hamacas varía entre $ 10 y $ 12, en el caso de las mallas, según la longitud, va entre $ 70 y $ 80. "Todos somos pobres, es bonito ayudar", manifestó Washington, ya que en varias ocasiones sus trabajos se vendieron en $ 5 o $ 7, según lo que el cliente tenga en su bolsillo.

Los materiales, como el cuerpo de atarraya, son adquiridos en Guayaquil, además contó que otros, como la cabuya, ya no son usados. Los años no pasan en vano y este valioso oficio se va extinguiendo; expresó: "se acordarán en algún momento del difunto Wacho", ya que sus seis hijos no tienen conocimiento sobre el trabajo que lo ha acompañado desde joven, "si usted me da para las colas yo podría enseñarle", dijo durante la entrevista, pues cree que ya nada es como antes, el tiempo y la evolución con su paso van arrebatando lo más bello de las tradiciones.

"Entre más vive uno, más aprende", cada momento entregado a su oficio ha sido una oportunidad para comprender la vida, su solidaridad y actitud alegre contagia a quienes están a su alrededor, en Samborondón es el único que conserva el oficio y muchos lo siguen eligiendo por su esencia característica y el empeño que pone para armar cada parte de las atarrayas y hamacas.

"Hay personas que saben más que uno, pero parece que no saben nada", comentó Washington, él afirma que en su trayectoria ha encontrado a personas diferentes, pero lo que debería permanecer en todo ser humano es el respeto y la empatía, independientemente de su condición socioeconómica.

Este tejedor está enamorado del campo, "cuando era joven fui a Guayaquil y lamentablemente me tocó vivir en la casa de mi suegra", él no se adaptó al estilo de la ciudad, cree que los samborondeños poseen hospitalidad y calidez con su gente.

"Aprender no es una vergüenza", se expresa Balín, el trabajo no se denigra, uno aprende solo o viendo, la vida nos obliga a derrumbar los obstáculos que el camino nos da para no rendirnos a la mitad, las adversidades siempre se presentarán en diferentes formas y personas, siempre existirán trabas.

Don Washington desea no ser olvidado cuando su momento llegue, por eso su carisma es incomparable, jamás deja de reír o sonreír a quien sea, su humildad es algo que lo caracteriza y por su trabajo es reconocido en todo el sector del barrio los Pilluelos. A pesar de su condición él aún elabora sus hamacas y redes, él no se considera una persona inválida, "aún puedo", comentó con nostalgia. (I)

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