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El Telégrafo
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“En América Latina nadie escucha el llamado a la unión de Rubén Darío”

Nicasio Urbina. Poeta, narrador y catedrático nicaragüense.
Nicasio Urbina. Poeta, narrador y catedrático nicaragüense.
Foto: https://ccrall.com/gallery/
15 de diciembre de 2019 - 00:00 - Víctor Vimos, especial para El Telégrafo

Rubén Darío (Nicaragua, 1867-1916) encarna una serie de condensaciones simbólicas que nos permiten mirar, de forma crítica, el acontecer contemporáneo. No solo porque su poesía, clave de renovación en Hispanoamérica, continúa siendo un espacio de reflexión necesario para el trabajo con el lenguaje, sino por lo que un hombre de su época, mediado por el modernismo, poseedor de una visión unitaria de la región, así como un cosmopolitismo amplio, podía pensar ante circunstancias sociales que, lejos de cambiar en Latinoamérica, parecen agudizarse.

Nicasio Urbina, poeta, narrador y catedrático nicaragüense, comparte algunos elementos clave para dialogar con Darío en el momento contemporáneo. Autor de numerosos libros de poesía y narrativa, Urbina fue representante de Nicaragua ante las Naciones Unidas, y es autor de algunos de los libros más importantes de crítica literaria centroamericana.

Actualmente dirige el Programa de Posgrado del Departamento de Lenguas y Literaturas Románicas y Arábigas, en la Universidad de Cincinnati, ciudad desde la que comparte estas reflexiones.

¿Rubén Darío se caracterizó por tener una visión de unidad continental?
Darío fue un convencido unionista toda su vida. Empezó con la unidad de Centroamericana, fundó, por ejemplo, en El Salvador el periódico La Unión, y trabajó, durante muchos años en pos de esta causa, pues consideraba, acertadamente, que los países centroamericanos son demasiado pequeños para gobernarse independientemente, y que de la única forma en que podían sobrevivir era juntos, en una federación.

Esa idea la expandió cuando tuvo las experiencias sudamericanas: en Chile, en Argentina, en Brasil donde, ya como diplomático, asistió al Congreso Panamericano. Cuando llega a Estados Unidos y ve la grandeza de este país, inmediatamente piensa en la unidad que ha sido necesaria para construirlo. Se plantea, de este modo, la necesidad de que el mundo hispánico deba unirse para enfrentar al poder anglosajón.

Esa visión está presente en numerosas crónicas escritas por Darío en ese tiempo. Sin embargo, al igual que con Simón Bolívar, quien también promulgó la idea de unidad, nadie escucha a Darío y su llamado a la unión. Nadie entendió la importancia de ese llamado: los políticos estaban interesados en su pequeña parcela de poder donde podían controlar toda situación, y también como Bolívar, Darío murió sin ver su sueño cumplido; al contrario, las cosas iban fragmentándose más.

¿Esa visión se mantuvo a lo largo de su vida?
Cuando Darío muere, tiene una visión bastante negativa del futuro de América Latina: ve que hay una fragmentación muy grande en todo el continente, intuye que la guerra en Europa va a tener consecuencias grandes para el mundo hispanoamericano.

Cuando llega a Guatemala y encuentra a un dictador, soberbio en el poder, a tal punto que se cree un rey francés, que hace unas fiestas al estilo griego para ensalzar sus triunfos, Darío se da cuenta de que el continente no va camino a la unidad ni al federalismo, sino más bien en camino a una fragmentación mayor, a un autoritarismo mayor y a un nacionalismo mal entendido.

¿Hay una posición clara de Darío frente al poder?
Hay una contradicción en el modernismo: como movimiento quiere mirar hacia el futuro, y modernizar la poesía y sus recursos, pero es políticamente conservador. Cuando a Darío le preguntan cuál es su verdadera vocación, su respuesta es la aristócrata: admira la realeza más que a la república.

Hay una contradicción muy grande entre los escritores modernistas: eran bastante conservadores en sus visiones políticas. Hay una ambivalencia humana en ese sentido: no tenemos por qué ser simples y consecuentes en todas nuestras cosas. Para entender visiones como las de Darío frente al poder debemos contextualizar la historia de estas manifestaciones, a finales del XIX e inicios del XX.

Darío tiene más función política en España y en Francia, él está sirviendo al dictador liberal José Santos Zelaya, quien empezó como un presidente liberal, con ideas avanzadas para su época, con una constitución moderna, pero luego se entronizó en el poder y se convirtió en un dictador, como muchos lo hemos visto a lo largo de nuestra historia.

Y Darío sirvió como su embajador en Madrid y cónsul en París. Las contradicciones entre el liberalismo y el republicanismo y la idea de modernidad se suman en él a su admiración profunda hacia lo aristocrático, lo excelso, mediadas -además- por la necesidad económica constante que lo hace servir también al poder.

También está la contradicción en los usos que el poder ha intentado sobre las vías artísticas...
Creo que sí. La actividad cultural desde la antigüedad ha necesitado del poder y sus recursos económicos para funcionar. Si miramos la relación poder y cultura, en el siglo pasado, vemos su complejidad. La Revolución Bolchevique, que en 1917 propone el arte como herramienta ideológica para las masas, es el caso extremo de una camisa de fuerza para el creador, quien se ve abocado a escribir y realzar las gestas del proletariado.

Una escena que influencia nuestro continente y que tiene, por ejemplo, en la Revolución mexicana un espacio de reproducción. La novela, la pintura se convierten en vehículos de narración de lo político, sin tanta presión como en Rusia, pero con una dirección ideológica clara. La Revolución cubana radicaliza esa propuesta, a mediados de siglo.

La frase de Fidel Castro que repetía: “Todo dentro de la revolución, nada fuera de ella”, marca una posición muy cercana a la concebida por Lenin y Stalin. Será, además, una posición que influirá a gran parte de América Latina: la novela, el cuento, la poesía, la canción de protesta, por ejemplo, se llenan de mensajes por la urgencia de la lucha revolucionaria. Aparece la posición del artista comprometido con la causa política que es también tomada como un bastión de la izquierda.

¿Cómo se vive este proceso en Nicaragua?
En la década de los 80, en Nicaragua, el Frente Sandinista ha tomado el poder, y afianza la postura del artista comprometido: Ernesto Cardenal encarna ese perfil. Es el creador revolucionario, antiimperialista, quien -además- toma control del Ministerio de Cultura y funda un sistema de talleres de poesía donde se le enseñaba a la gente a escribir poesía revolucionaria.

Si alguien asistía a esos talleres con un poema metafísico, demasiado metafórico o místico, por ejemplo, no era bien recibido, pues eran espacios de una poesía revolucionaria-exteriorista, digamos así, a una imposición de un estilo, de una ideología, de un punto de vista dictado por el poder imperante. 

Darío mira en el poder ese elemento de imposición del que estamos hablando. En sus poemas a Roosevelt, por ejemplo, intenta dar una alternativa al mirar hacia la cultura prehispánica. ¿Qué lugar ocupa el indígena en el ideario de Darío y el poder?

En un primer momento de Darío se ve un desprendimiento total del indígena: nos le interesa. Salvo el poema “Caupolican”, sus referencias son contadas frente al valor de lo indígena. En un segundo momento, en su libro Cantos de Vida y Esperanza, hace una revalorización de la cultura indígena y de lo verdaderamente americano.

Su visión de los Estados Unidos, a esa altura, es ambigua: por un lado, en el poema “A Roosevelt” también está declarando su admiración por lo que él representa, al mismo tiempo que hay una llamada de atención a lo que Darío ve como una amenaza: la sed imperialista de expansión, la amenaza de la lengua frente a lo anglosajón.

Una amenaza que se ha cumplido, en parte, pues, a pesar de los avances en la preservación e inclusión de lo indígena, en tanto lengua, cultura conocimiento, en distintos países de la región, asistimos, a la vez a un nuevo genocidio sostenido de poblaciones que habitan zonas marcadas por el recurso extractivo. La frase de Bolsonaro, en Brasil, diciendo que hay “demasiada tierra para tan poco indio”, muestra la clara actitud agresiva del gobierno para estas poblaciones.

Esa preocupación de Darío por la lengua es también una forma de mirar la crisis sostenida que viven nuestros países en la actualidad. ¿Cómo se revela la crisis en el lenguaje en la Nicaragua contemporánea?

Es una situación muy peculiar e interesante. El país viene de una revolución socialista que tenía una visión laica del mundo, de relaciones económicas más o menos igualitarias entre la población. Pero, desde el 2007, cuando el sandinismo retoma el poder, viene con un discurso nuevotestamentario: “Nicaragua Cristiana, Socialista y Solidaria”, es uno de sus primeros discursos de identificación.

Rosario Murillo y Daniel Ortega se dan cuenta que, para gobernar el país, tienen que gobernar con la iglesia. Entonces se casan en una ceremonia religiosa oficiada por el cardenal Obando y Bravo quien se convierte, además, en el brazo derechos de ellos en el poder: un hombre presente en todos los eventos oficiales, como el ángel dela guarda de los dos. Utilizan el lenguaje religioso, católico y evangélicos, para controlar a la población.

Rosario Murillo, la esposa de Ortega, inicia un programa de radio en el que habla de Dios, las cosechas, enfermedades, terremotos, astros, es, a fin de cuentas, una especie de pitonisa que sabe de todo y que todo lo está mezclando con un lenguaje seudo religioso: mezcla de catolicismo y de discurso evangélico. Una narrativa muy persuasiva para proyectarse como la madre de todos los nicaragüenses.

¿Cuál ha sido el lugar que el poder le ha dado a la figura de Darío en Nicaragua?

Desde la muerte de Darío, en 1916, su figura ha sido constantemente utilizada por el poder. Se le hizo, por ejemplo, un entierro apoteósico con toda la parafernalia de la nación, para enterrarlo en la Catedral de León. Inició el largo proceso de la utilización de su figura desde el poder. Somoza, quien invocaba a Darío a cada momento, le hizo construir un mausoleo y un parque en Managua y luego, para 1967, se hizo una gran cantidad de celebraciones y publicaciones en su honor. Cuando los sandinistas llegan al poder rescatan la figura política de Darío.

Publican, por ejemplo, un libro titulado Rubén Darío: escritos políticos, que reúne diferentes crónicas en las que el poeta da su punto de vista antiimperialista, favorable, por supuesto, a la revolución sandinista. Cuando llegan los gobiernos neoliberales, continúa ese uso político, con la idea de un Darío promodernidad, proconstrucción del canal interoceánico, industrialización y producción capitalista. Con el regreso de Ortega, en 2007, vuelve a utilizarse de nuevo a Darío, ya no como defensor de derechos de trabajadores, sino como gran patriota nicaragüense, que seguramente estaría a favor del gobierno de Ortega. Ha sido una figura utilizada toda la vida.

Aún con todas estas lecturas, ¿es posible que Darío, en obra y figura, haya envejecido?

Por un lado, podemos decir que la figura y la obra de Darío sí ha envejecido: su lenguaje es muy elegante, elitista, culto, no es de fácil acceso para las grandes mayorías, difícil de traducir a otras lenguas, por lo tanto, la lectura de la obra de Darío se dificulta un poco.

Pero, por otro lado, la calidad intrínseca de la obra, por su profundidad, sus valores atemporales, continúan siendo un ejemplo de la búsqueda de una verdad que va más allá de la moda, de lo terrenal, de lo inmanente, un uso del lenguaje mediado por una angustia existencial que sigue siendo tan vital como lo era a finales del XIX.

Y su deseo de mejorar las condiciones de todas las personas, sigue presente en nuestra época. Todos estos elementos están expresados de forma magistral en la obra de Darío y creo que es la mayor contribución que él tiene para nuestro tiempo. (I)

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