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El Telégrafo
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Esta propuesta es dirigida por leni méndez y es escrita por gabriela ponce

Romperse en dos para poder recordar es su condena (GALERÍA)

La actuación principal está a cargo de María Josefina Viteri. También actúa Johana Jara, como la sombra de la madre; David Frank, como la del padre y Carolina Cedeño, de la niña. Foto: Fernando Sandoval
La actuación principal está a cargo de María Josefina Viteri. También actúa Johana Jara, como la sombra de la madre; David Frank, como la del padre y Carolina Cedeño, de la niña. Foto: Fernando Sandoval
26 de marzo de 2014 - 00:00 - Fausto Rivera Yánez

Una mujer cae. Se rompe la cabeza con el filo de la nada. Se levanta, está consciente, más no completa. Empieza a tejer los hilos de su memoria, pero no recuerda mucho, o, más bien, se acuerda mal. “Me acuerdo ¿Me acuerdo? / Me acuerdo mal, reconozco a tientas. Me equivoco. / Viene una niña de lejos. Doy la espalda. / Me olvido de la razón y el tiempo. / Y todo debe ser mentira / porque no estoy en el sitio de mi alma”, decía Blanca Varela.

Volvamos a empezar

Entre el recuerdo y el entendimiento hay una delgada línea roja que los conecta. Esa mujer que ha caído confunde las letras con los números, las palabras con las imágenes: mira su pasado, las cosas y las personas que lo componen, pero solo puede mirarlas, mas no nombrarlas. Ese es el costo de estar incompleta, ¿ese es el costo de tener miedo? Cuando parece que de su boca está por salir una certeza, un ruido travestido de eco invade el espacio en el que está la mujer, y no nos permite escucharla. Hay algo superior a ella que no la deja recordar. Quizás, esa mujer no se cayó, sino que la empujaron. Ahora, no solo que recuerda mal, sino que no quiere hacerlo, ha perdido las palabras. Se rompió en dos al caer: entre quien obligadamente no puede recordar y en quien voluntariamente prefiere no hacerlo. “¿Era una soga o era un martillo?”, se pregunta esa mujer. “El pasado me acosa con imágenes”, decía Jorge Luis Borges.

SOBRE LA CONSTITUCIÓN DE LA OBRA 

Caída (Hemisferio Cero) es un proyecto conceptualizado por Leni Méndez (directora de la obra), Mariana Pizarro (diseño textil), Gabriela Ponce (dramaturgia) y María Josefina Viteri (actriz), que junta a un grupo de artistas del campo del teatro y las artes plásticas y musicales para la elaboración de un espectáculo multidisciplinario que se plantea como instalación artística y como performance teatral. “La investigación temática se ha centrado en las paradojas que comportan los vínculos familiares, y en el lenguaje como sistema incapaz de asir la compleja realidad subjetiva”, señala el grupo. 

Este trabajo es el resultado de una investigación que las convocó desde distintos hemisferios territoriales para un cruce disciplinar que le apostó a la experimentación y a la colaboración como principios creativos. Haciendo uso de la tecnología para mediar la distancia que las separaba, las artistas desarrollaron durante 2 años la obra, juntándose en Quito, en esta última etapa, para la construcción del montaje final.  

“Soy
 una artista plástica, después estudié escenografía y luego dirección de teatro, optando por un teatro físico, que para mí tiene más conexión con la plástica desde lo visual. Entonces, siempre he trabajado en el cruce de lenguajes. Desde la escenografía, que es un amplio campo para lo expresivo, puedo trabajar con video o sonido.

Este
proyecto lo empezamos como una especie de intercambio de información desde distintos lugares. Gabriela escribía textos y yo hacía secuencias físicas con la actriz en video, y nos ibamos enviando ese material, y en ese intercambio de correos fuimos produciendo este proyecto“, señala Leni Méndez, oriunda de Argentina, pero que conoció a Gabriela Ponce en Estados Unidos, que es ellugar en donde inicia esta conexión. 

“Este trabajo fue apostarle a una metodología experimental, porque normalmente tú partes del montaje de una obra desde un texto; entonces, una entrega el texto a la directora y luego inicia el proceso de montaje. En este caso, teníamos otro concepto: el texto se producía paralelamente a como Leni lo iba montando. Desde el inicio fue un trabajo de colaboración“, destaca Gabriela. Este proyecto cuenta, además, con la dirección técnica de Anatol Waschke, con la dirección musical de Ivis Files y con la dirección gráfica de Diana Armas, entre otros colaboradores.

La historia empieza a andar

Cuando se almacena, aprende o recuerda algo, “el cerebro cambia físicamente”, dice el profesor Don Arnold, de la Universidad del Sur de California. El espacio, que es una instalación, donde se encuentra esa mujer está atravesado por hilos que parecen componer sus neuronas. Colgando de ellos, están fotografías, ropa de niña, juguetes y libros, entre otras cosas de su pasado. Ese espacio también es producto de la caída de la mujer: está roto, descosido, y ella trata de resarcirlo. Cose, cose, cose, pero así como Ulises no llega a tiempo, tampoco lo hace su memoria.

“Esa mujer que ha caído confunde las letras con los números, las palabras con las imágenes”.

La mujer toma un retrato fotográfico de su familia y, perdida en medio de una luz blanca que se proyecta en su rostro de tiza, empieza a recordar, y anticipa que nos va a contar una historia, pero que debemos tener paciencia. Entonces, arranca: hay 2 hemisferios, que los nombra como A y B, el hemisferio norte es desde donde se cuenta la historia, y el sur desde donde suceden las cosas. A y B son su mamá y papá, y el hueco entre ambos es ella. Los huecos son ecos, y ella es las 2 cosas. “La niña está sentada en su escritorio, (…) sintiéndose todopoderosa. Nos destruimos en nombre del amor”, recuerda la mujer.

Otra vez, volvamos a empezar

Hay 3 cuerpos desmaterializados en sombras que desde el inicio, y hasta el final de la obra, están dispersos por todo el escenario, por todo el sistema nervioso de la mujer. Esas sombras son el padre, la madre y la niña, son la familia, y están retratados como una luz negra, sí, una luz negra. Esa es la única forma como la mujer los puede exteriorizar. La familia son las sombras de su cuerpo, de su memoria, pero también, la familia es la que definiendo a esa mujer la destruyó, anulándole la posibilidad del ser, del querer o hasta del deber ser.

La familia de la mujer está atrapada en esa telaraña que se forma cuando se rompen los retratos que están enmarcados en vidrio, bien dispuestos en el centro de la sala de la casa. La mujer pide más paciencia al público y avanza la historia: mira a su madre que agarra un martillo, mira a la niña correr por toda la sala, mira a la madre que en vez de un martillo ahora tiene un micrófono entre sus manos y canta canciones de Lupita D’Alessio mientras hace el aseo del hogar, ¿y el padre?, ¿su padre? Intenta recordar dónde está y qué pasó con el padre, pero, otra vez, como un hacha, un sonido corta su narración y no le permite continuar la historia. Las palabras mueren en la mente de la mujer antes de ser nombradas. Las repite una y otra vez, pero cuando están en la comisura de su boca, desaparecen.

Eco, eco, eco...

Hay varias imágenes que embisten la mente de la mujer: sus manos hechas puños como las de su madre cuando sujeta el micrófono, un cuerpo sobre ella, una profesora que le exigía hacer operaciones matemáticas mientras arrancaba las hojas de su cuaderno en las que la mujer coloreaba cuadraditos, su padre en el baño orinando mientras la niña lo ve y él le devuelve la mirada, sin cerrar la puerta, sin avergonzarse, sin pedirle que se retire de ahí a esa pequeña criatura que no parece asustada, que está quieta. Cómo enfrentarse a lo desconocido. La niña no tiene palabras para nombrar lo que ve, pero su cuerpo sabe lo que pasa: algo sucede ahí abajo. “Siente un vértigo que le cruza la vagina y ella sintiendo que puede existir entre la inocencia y la perversidad (...) El padre sostiene su pene con el cuidado con el que sostenía su pipa, apuntando hacia abajo, y me mira mirando su pene, y ella está perdida en la fascinación de ese objeto extraño, sucede que desaparece el mundo y ella se siente feliz por ese pedacito de felicidad”, dice la mujer que poco a poco se da cuenta que lo ha dicho todo, que no puede más, que ahora se refugia en el silencio.

Esta obra es un intento fallido por contar una verdad, porque no hay ninguna. Esta obra trata de sostenerse en una soga que nunca fue amarrada en ningún extremo de ningún árbol. Esta obra nos enfrenta ante la imposibilidad de reconstruir el pasado, como el cuadro ‘Melancolía’, de Durero. Esta obra se sostiene por el prodigioso trabajo de un equipo que logra encontrarse en la mezcla de sus diferentes lenguajes artísticos. Esta obra es un viaje sin regreso.

 

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