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El Telégrafo
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“Nos encanta prohibir las palabras más divertidas”

“Nos encanta prohibir las palabras más divertidas”
28 de diciembre de 2013 - 00:00

Diciembre es un mes extraño, lleno de contradicciones. A unos se les llenan los ojos de lágrimas con tan solo imaginar un pesebre y la aureola del divino Niño; a otros se les sube la bilis pensando en la ironía de las fechas, con sus ansias de consumismo y la obligación de estar contentos y en paz. Para aliviar la carga de las fechas -o para reforzar la alegría- el público llenó la sala del OchoyMedio en Quito el pasado jueves 19 para presenciar un evento poco frecuente: un espectáculo de ‘stand up comedy’ puro y duro, sin censuras, en el que tres comediantes se enfrentaron a su mayor temor: el silencio incómodo.

“Hablan mucho, no dicen nada” es el show debut del equipo formado por Juan Rhon, Pancho Viñachi y Ave Jaramillo. De los tres, solo los dos últimos tienen alguna experiencia en el campo, habiendo escrito guiones para el popular canal virtual Enchufe TV, además de hacer de locutores de radio en FM La Deportiva. Juan Rhon, en cambio, es el típico amigo –todos tenemos uno- con el que es muy complicado hablar en serio porque se pasa imitando acentos argentinos o colombianos y burlándose de la gente sin ninguna piedad. Su aporte al grupo es la naturalidad ingenua de un debutante, que no puede dejar de reírse de sus propios chistes sobre el escenario. Como presentadora del evento estuvo Carolina Pérez Flor, actriz de Enchufe TV y amiga de los comediantes.

Existe un viejo proverbio japonés que asegura que el tiempo que uno pasa riendo es tiempo que pasa con los dioses. Y nada que ver de risas ligeras e hipócritas, de té y galletas, hablando sobre cosas triviales: los tres comediantes lograron arrancar las carcajadas del auditorio enfrentándolo de forma directa, brutal y grosera con todos los temas de los que la gente habla, pero nunca en voz alta. No faltaron a la cita otros temas habituales del género como la blasfemia, la pornografía en Internet, las malas palabras, la marihuana y... el Facebook.

El término ‘stand-up’ significa literalmente ‘de pie’, y así se presentaron: con un micrófono en mano, sin disfraces, sin escenografía y ‘desnudos’. Así, ante el público, se dedicaron al noble y difícil arte de hacer reír.

A diferencia del teatro tradicional, en esta modalidad de comedia los actores pueden -y deben- interactuar con el público, hacer preguntas, tomarles el pelo y buscarles las cosquillas. Si se lleva ropa llamativa, se arroja una risa extraña o se expone una cabeza calva hay que prepararse para una broma.

Ya desde el comienzo, en su introducción, lo dejó claro el Ave Jaramillo: “Este show es totalmente sin censura. Aquí se van a decir malas palabras, como m****a, v***a, c****a, porque ¿qué son las malas palabras? ¿Qué nos hicieron de malo?”.

El público rió. Nadie pareció ofenderse, más bien lo contrario. De todas formas estaban advertidos: “Si los chistes sobre Jesús les incomodan y las ‘malas palabras’ les molestan, les recomendamos comprar la entrada y regalársela a alguien que no”, decía claramente la invitación.

Al final de la noche, ningún mito quedó a salvo. Y mientras rodaban cabezas, hubo mucho humor absurdo del bueno: mujeres que se quedan sin bolsillos, situaciones incómodas y macabras, el SRI, moscas ‘tirando’ en tu cama mientras se duerme en el sofá, las relaciones por interés (con Jesús) o lo duro que es graduarse de la escuela de la vida. Efectivamente, hablaron mucho y no dijeron nada.

El éxito del evento tiene una causa muy evidente: la sociedad quiteña puede ser muy curuchupa (mojigata). Aquí las malas palabras arden, la marihuana es el diablo y el sexo prematrimonial está mal visto. Y el truco es justamente ese, que el espectáculo saca a la arena lo que los jóvenes hablan solamente entre sí y a escondidas, o lo que los mayores piensan, pero nunca se atreven a decirlo en público.

Las risas incontenibles de algunos sirven de prueba: solo hizo falta una pequeña dosis de humor truculento, y una sólida ración de honestidad, para que la sala se convirtiese en una catarsis colectiva, un ritual dionisíaco de aplausos, risas y destrucción de lo cotidiano no apta para remilgados o fanáticos, a menos que quieran curarse de espanto.

La risa, el humor y la ironía son el ácido más efectivo contra las estructuras de la realidad diaria. Durante la hora y media que duró el show, todas las reglas quedaron suspendidas o atropelladas, y el público lo agradeció. Al salir algunos espectadores dijeron sentirse refrescados, relajados, como nuevos. Por los corredores se oían repetidos los chistes. Por ahora, visto el éxito de las dos sesiones, se programó una nueva temporada: tres sesiones de jueves a sábado en la Casa Humboldt, desde el 13 de febrero.

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