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Lo propio y lo ajeno: un vistazo a la construcción de la identidad

Lo propio y lo ajeno: un vistazo a la construcción de la identidad
19 de agosto de 2013 - 00:00

Plantear un concepto sobre la realidad y la cotidianidad es un asunto difícil; son tantas las historias, las vidas y las identidades que se conjugan, sin embargo sí se puede plantear una mirada sobre cómo se construye lo cotidiano, y se puede, además, penetrar en los imaginarios que existen sobre determinados lugares.

Es eso en lo que explora Lo propio y lo ajeno, una obra que une la danza, la música  contemporánea y  la fotografía basadas en intervenciones que la bailarina costarricense Milena Rodríguez y el fotógrafo ecuatoriano Vicente Gaibor hicieron en 25 espacios de Costa Rica y Ecuador.    

La puesta en escena consiste en la proyección de las fotografías que realizó Gaibor en los lugares donde aparece Milena bailando, y la presentación en vivo de danza de Rodríguez, en la que recrea sus percepciones de lo que vivió al hacer la intervención original en esos espacios. Para ello hubo un  proceso de investigación profundo.

Milena cuenta que desde 2007 se dedica a intervenir espacios no convencionales; el año pasado se unió con Gaibor en una experiencia de creación conjunta en Panamá, donde intervinieron lugares en que el  panameño “se pudiera identificar fácilmente”. Fue, comenta, “un trabajo para ver cómo podía funcionar la fotografía y la danza”, y al ver los resultados decidieron hacer una investigación más aguda, entonces fue ahí que decidieron enfocarse en Costa Rica y Ecuador, y su eje fueron los espacios donde hay labores artesanales. En Ecuador estuvieron en el mercado Caraguay, en un pueblo de Otavalo, donde hacen telares artesanales, en un mercado de flores de Cuenca, en las playas de Puerto López y en otros sitios más.

En Costa Rica escogieron espacios donde estaban pintores de carretas, alfareros y también un lugar donde realizan 3.000 tortillas a mano todos los días.  

“Parecen ser espacios olvidados o abandonados, donde uno cree que no pasa nada, sin embargo uno va y ve que ahí está el señor secando la paja toquilla para luego convertirla en sombrero… Fue muy intenso darnos cuenta de que la mayoría de los oficios que registramos en la obra van a desaparecer”, dice Milena.

Gaibor cuenta, por ejemplo, que los pintores de carretas de Costa Rica con los que estuvieron son la última generación que existe, por lo que si ellos fallecen, el trabajo se extinguiría. En ese sentido, también considera que la aproximación a estos lugares e historias va construyendo la mirada sobre ese grupo de gente o, por otro lado, desmitificando las ideas  preconcebidas  sobre la identidad de un lugar.

Sobre el acercamiento a los sitios, el fotógrafo explica que no tuvieron mucho tiempo para hacerlo de una manera “profunda, aunque ese era el plan original y más lógico, aparte de ser el más humano”. Pone como ejemplo que a veces las personas de esos espacios, al enterarse del registro que ellos estaban haciendo, cambiaban por completo: “Fuimos a un  mercado en Ibarra, les contamos el proyecto, hicimos unas fotos, y al día siguiente las mujeres ya estaban maquilladas, con las uñas pintadas,  sonriendo;  así no sirvió del todo”.

Sin embargo, sí hubo un acercamiento muy próximo. Rodríguez  cuenta que en Costa Rica terminaron en la cocina de la casa de una familia tomando café con los pintores de carretas, donde les contaron un montón de  historias.  “Con los pescadores tuvimos que entrar al mar en la madrugada para poder observar un poco el proceso. La aproximación a esas vidas tal vez no fue tan profunda como un documental, pero sí mantuvimos conversaciones largas, y uno termina enterándose hasta de sus problemas ”, afirma.

La puesta en escena

El escoger los oficios artesanales para la fotografía y la danza  tiene como  intención  aterrizar la idea de la construcción de imaginarios y de la identidad, a partir de la metáfora del uso de las manos, plasmado en los pescadores recogiendo las redes, la gente tejiendo telares o moldeando barro. “Ese trabajo corporal es el que se utiliza en la puesta en escena, aquello fue el hilo conductor. En el montaje también se van tejiendo historias”, añade Milena a lo dicho por Vicente.  En ese sentido, la presentación de danza contemporánea de Rodríguez se basa en los movimientos propios de los oficios y en las intensidades de sus procesos.

Por ejemplo, “si en un momento se ve en la fotografía cuando queman en el horno las piezas de barro, probablemente sea la parte más intensa, y tal vez la más suave  el amanecer, cuando los barcos flotan sobre el mar”, explica Vicente.

Parte de lo que se pone en la obra tiene que ver con las cosas que la fotografía
no  puede dar
“Parte de lo que se pone en la puesta en escena tiene mucho que ver con las cosas que la fotografía no te puede dar; las imágenes te hacen ver cierto espacio, pero no te lo recrea como tal. Milena trabaja mucho  con los olores, el clima, todo lo que ella percibía y eso es lo que trata de plasmarlo en la presentación”, agrega el fotógrafo, quien dice que él trabaja desde lo documental y que las fotos que hizo no están pensadas desde la estética.

Milena comenta que al pensar en el montaje, procuran que la fotografía y la danza tengan el mismo peso escénico. Sobre el tablado, hay un diálogo constante entre la bailarina que está en escena y  la fotografía, “se genera una sombra interesante por la proyección, entonces hay un juego entre el vestuario –blanco- como pantalla, el fondo como pantalla y la sombra en la fotografía”, dice Milena.

La música que se usa para el montaje también parte de una investigación que realizó el costarricense  Nelson Ramírez, basada en los instrumentos típicos de Ecuador y Costa Rica. “Tiene algo de fusión y también está en clave contemporánea, inspirada en la tradición sonora de los países”, explica Gaibor.

En la presentación, las fotos de Ecuador y Costa Rica están unidas. “En la muestra se mezcla todo, porque una de las ideas era, sin llegar a ser panfleto, intentar descubrir qué es lo que nos une como personas, y ver qué tenemos en común”, puntualiza Vicente. La obra la montaron con la ayuda del dramaturgo costarricense Óscar Gonzales.

Sobre los descubrimientos en su indagación sobre la identidad de ambos países, y lo que también plasman de algún modo en el montaje es, según Rodríguez, que “somos iguales, hay correspondencia.  Costa Rica talvez tiene menos la fuerza de lo tradicional, pero a la hora de ver o hablar sobre los oficios  no hay diferencia”.

“Tampoco la idea era hacer una separación, ni caer en una crítica sobre la condición de pobreza de América Latina; muchos de los lugares se dan para eso, pero no es el enfoque y al final es algo poético, lo metafórico de lo cotidiano”, manifiesta Milena.

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