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El Telégrafo
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Leandro Pesantes emula la estética de los Yoruba

Leandro Pesantes presentó su muestra en la galería Violenta, en Guayaquil, como parte de su proceso de titulación de la Universidad de las Artes. Su trabajo combina y pone a dialogar objetos que permiten redefinir los límites  entre esculturas y pinturas. Su influencia parte del trabajo de su madre.
Leandro Pesantes presentó su muestra en la galería Violenta, en Guayaquil, como parte de su proceso de titulación de la Universidad de las Artes. Su trabajo combina y pone a dialogar objetos que permiten redefinir los límites entre esculturas y pinturas. Su influencia parte del trabajo de su madre.
Foto: Miguel Castro / EL TELÉGRAFO
01 de septiembre de 2018 - 00:00 - Redacción Cultura

El artista Leandro Pesantes (Guayaquil, 1986) siente que carga con sus muertos. Los va a levantar en el espacio de arte Violenta, al sur  de Guayaquil. Lleva ropa, cabello, fragmentos de lana y plumas de gallina negra. Todo es orgánico, de gente que habita cerca de él.

Las vasijas, los cráneos de animales y los huesos de aves son piezas que se encontró en el camino, en sus recorridos por Lima o en la ciudad donde habita. Vive en lo más alto del cerro del Carmen, donde tiene una mirada panorámica de todo: desde el faro que corona el cerro Santa Ana, el río y su rueda moscovita, hasta el verdor de la isla Puná, donde dicen que hay venados.

Llega a Violenta a construir un altar, una muestra a la que nombra Sacro & Maldito. Los objetos que carga son  herramientas de su propio ritual y, al mismo tiempo, sus memorias.

Parte de la obra del autor se construye a partir de la literatura de Jorge Luis Borges, sobre todo de sus relatos de “El libro de los seres imaginarios“.

Pesantes emula el orden de los objetos que acumula de la literatura de Jorge Luis Borges, de lecturas como el Animal soñado, por Edgar Allan Poe; Animal  soñado, por Kafka, y Animales Esféricos.

Así, algunas de sus piezas tienen en conjunto la forma de “un animal terrestre de conformación singular. Tres pies de largo y seis pulgadas de alto”, como la cita que recoge Borges del relato de Poe.

Además, esta vez ha usado un poco de las tendencias de los rituales de los Yoruba, una creencia religiosa que vincula sus prácticas con la naturaleza y que se filtró en América a través de esclavos africanos.

 

De entrada a la galería está la fuerza de un cuadro hecho de plumas de gallina negra. Pesantes recorrió mercados y recogió las plumas de las gallinas que se encontró en el camino para armar esta pieza de gran formato a la que ha llamado “El animal soñado”.

Hacia la izquierda hay dos cuadros: uno colgado y otro en el piso con las formas de campos inexplorados, trabajados con los restos de lo que se perdió en el tiempo.

 Se trata de la pieza “El mapa de los muertos”, construida a partir de residuos de textiles pigmentados de secadora. El autor recogió y ordenó lanas, hilos y pedazos de tela de ropa lavada durante dos años para armarlos por texturas y colores. “Esto es un enunciado, una huella de nosotros mismos, de la humanidad, lo que cargamos encima”, dice el artista.

En “Un rey de fuego y su cabello” levanta un altar con una trenza de su abuela, metida en una caja con ceniza en el suelo. La pieza está atada por un hilo rojo a un ramo de hojas secas que queda como suspendido en el aire y juega con un dibujo sobre la pared, de un hombre inimaginado y tres aves de distinto tamaño.

En un proyector desde el centro de la muestra se ven las imágenes de unos caleidoscopios, construidos con las ideas del autor sobre su vista de la ciudad, desde esa mirada privilegiada que tiene en su casa pero que, al mismo tiempo, quiere distanciarse de la idea de postal turística hacia lo sensible.

La obra de Pesantes busca salirse de forma todo el tiempo. De allí que los cuadros en la instalación “Lázaro” formen un triángulo y no un cuadrado para encerrar lana de borrego. O como ocurre con “El mapa de los muertos”, un díptico en el que un cuadro está colgado y el otro sobre el suelo en una especie de diálogo “entre cielo tierra, de la existencia, de lo paralelo”, dice el autor.

Leandro Pesantes fue rechazado dos veces del Colegio de Bellas Artes. Siempre quiso dibujar y pensó que la academia era la mejor manera de hacerlo. Después de que no le permitieron un cupo en el colegio entró al Instituto Superior Tecnológico de Artes del Ecuador (ITAE) enfocado en la idea de aprender a pintar, pero descubrió que lo suyo, posiblemente, era armar diálogos entre formas estéticas, intervenir objetos y apropiarse de ellos.

Su trabajo conjuga los límites entre la pintura y la escultura. Desde niño, como ayudante de su madre, trabajó en quemar la cerámica y moldearla. De allí surgió su idea de ser pintor, pero también la causa de que sus expectativas estéticas sean distintas.

Pesantes se aproxima a las lógicas de los rituales Yoruba. En su primera tesis, en el ITAE, construyó un altar en medio de los tanques que distribuían el agua a toda la ciudad, en los años 50. En ese momento jugó con la forma en que crecen árboles en medio de un terreno oxidado y extraño, en el que jugaba fútbol  de niño.

Su trabajo con la instalación y la pintura, en definitiva, trata de retomar sus experiencias con los lugares que habita. (I)   

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