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Chile Fue el invitado de honor de esta edición con invitados como Raúl Zurita, Pedro Cayuqueo y Elicura Chihuailaf

Las ediciones ilustradas triunfan en la VIII Feria Internacional del Libro de Quito 2015

Su localización en el Museo Nacional de la CCE redujo el espacio que la feria tuvo en su edición séptima. Foto: Mario Egas / El Telégrafo
Su localización en el Museo Nacional de la CCE redujo el espacio que la feria tuvo en su edición séptima. Foto: Mario Egas / El Telégrafo
22 de noviembre de 2015 - 00:00 - Redacción Cultura

El escritor mexicano Juan Villoro suele decir que el libro es un invento comparable al de la rueda. El objeto al que sus páginas le dan sentido revolucionó el mundo, que aún gira en torno a las ideas que estas contienen.

El libro, en suma, como objeto que pervive, requiere de un engranaje que torne dinámica su lectura, para avanzar con él o, en todo caso, postergar su recorrido.

Villoro —quien recibirá en marzo de 2016 el Premio de Excelencia en las Letras José Emilio Pacheco— fue uno de los invitados a la séptima Feria del Libro de Quito, en 2014 y, a menos de un año de eso, en la Casa de la Cultura (CCE), menos textos suyos había en el estand del mexicano Fondo de Cultura Económica (FCE) que en los de la librería independiente El Siglo de las Luces.

Los títulos con que Juan Villoro pone en movimiento las mentes de sus lectores proliferan en uno de los pasillos más recónditos de la FIL 2015 —que culmina esta noche— junto a los de Corredor Sur Editores, que también trajo un puñado de libros de otra viajera, Hebe Uhart.

El sitio dispuesto para las librerías que no tienen ofertas masivas formó un nicho en el recinto ferial que esta vez se propuso iniciar un recorrido aún inédito para los ecuatorianos: el de un Plan Nacional del Libro y la Lectura, que a decir de varias autoridades del Ministerio de Cultura y Patrimonio iniciaría en 2017, luego de que pongan en marcha la Ley de Cultura y el Sistema Nacional del sector.

Los libros adquieren sentido con el pasar de sus páginas frente a ojos humanos, una interacción que este año la FIL quiso instaurar en el lugar de piezas arqueológicas, instrumentos musicales y otros objetos históricos cuando ocupó el Museo Nacional, el más grande de la CCE, cuya apertura, por readecuaciones, se daría a fines del año próximo.

Una edición del clásico Las cruces sobre el agua, de Joaquín Gallegos Lara, era obsequiada en el pabellón de la cartera de Cultura, a propósito de la masacre del 15 de noviembre de 1922, cuya conmemoración no tuvo en la FIL los eventos que la fecha ni el autor guayaquileño —miembro insigne de la Generación del 30— merecen.

Crisis y cambios de la economía ecuatoriana en los años veinte fue otro de los tomos —sin reseñas, críticas ni impulsores de su lectura— en entregarse a cambio de la firma de quien quiso llevárselo a casa. El Banco Central del Ecuador había editado el estudio, pero lo distribuyó el Ministerio de Cultura.

La Cámara Ecuatoriana del Libro estuvo apostada bajo las gradas del exmuseo-feria y su visibilidad era opacada, igual que las cifras de ventas, al menos durante el evento, puesto que estas no se develarán hasta después de la clausura.

La oferta, en general —de editoriales, colectivos y librerías— se redujo considerablemente, pese a que en la inauguración —dada ante 2.000 personas en el Teatro Nacional, el pasado viernes— se anunció que esta edición apuntaba a superar los 150 mil visitantes del año pasado con 50 mil lectores adicionales. Librerías como la quiteña Tolstoi —que autogestionó, hace una semana, un recital del poeta chileno Raúl Zurita, invitado a la feria— estuvieron ausentes.

Los soportes alternativos aún no se establecen en el país, cuya población aún no accede a internet en su totalidad, pero la FIL tuvo la visita de varios lectores atraídos por youtubers, esa suerte de juglares de la red social del audio y video.

Mientras que la Editorial Macro puso en la percha la novedad mayor para jóvenes: novelas gráficas, ediciones ilustradas de clásicos (como Viaje al centro de la Tierra, de Julio Verne) y hasta best sellers (como la saga Millennium, de Stieg Larsson) o la pieza clave de la literatura ecuatoriana escrita por Pablo Palacio: Un hombre muerto a puntapiés, que el ministerio tendrá que distribuir con la calidad indiscutible de su autor, Jorge Cevallos Hernández. (I)

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