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El filme ya es mejor documental en el festival de Cannes 2015

La nieta de Allende documentó la intimidad del líder mediante las fotos familiares

Agentes de la dictadura de Augusto Pinochet expropiaron las fotos familiares de Salvador Allende. Foto: Cortesía Errantes Producciones
Agentes de la dictadura de Augusto Pinochet expropiaron las fotos familiares de Salvador Allende. Foto: Cortesía Errantes Producciones
14 de octubre de 2015 - 00:00 - Redacción Cultura

Las imágenes de Salvador Allende —anteojos de marco negro, bigote encanecido— se pueden reconocer a lo lejos, son icónicas, pero a la familia del expresidente la despojaron de sus fotografías. Más de 4 décadas después de la muerte de su abuelo, Marcia Tambutti supo que una de las cosas que más mortificaron a Hortensia Bussi, la viuda —su abuela—, fue que durante el allanamiento de su casa de la calle Tomás Moro, en Santiago de Chile, tras el golpe del general Augusto Pinochet, los militares le arrebataron todos sus álbumes de fotografías.

La noticia de esa ausencia atronadora, en 2008, hizo que Tambutti decidiera realizar un retrato íntimo de su abuelo, regresar a su natal Chile desde México, país al que había llegado exiliada con sus padres huyendo de la persecución de una de las dictaduras más brutales a las que ha sobrevivido Latinoamérica.

Marcia tenía 2 años el 11 de septiembre de septiembre de 1973, el día en que moría su abuelo, el primer presidente de izquierda en ser elegido democráticamente en América Latina. El estruendo de un hecho histórico había dejado un silencio de imágenes que se extendía, incluso, a las conversaciones familiares. Desenterró los recuerdos de un pasado doloroso que dejaron los aviones Hawker Hunter de las Fuerzas Armadas que bombardearon el Palacio de La Moneda y pusieron fin a la vida del médico-político y sus 1.043 días de gobierno socialista. “Más que miedo —le dijo la cineasta empírica al portal cinechile.cl— me dio vértigo dejar la vida que llevaba en México, porque me iba muy bien. Era muy ingenua al principio y no dimensioné lo que me propuse como desafío. Casi por ignorancia, pensaba que iba a hacer la película en dos años y volvería a mi vida anterior. Pero lleva tiempo conseguir el financiamiento y el equipo correcto, algo que fue muy difícil. Al final, me rodeé de gente muy profesional y solidaria, gente que estuvo acompañándome todo el tiempo”. La nieta de Allende parece tener una preocupación técnica, sobre todo, pero su documental se teje a través de una búsqueda personal, familiar, en que, a ratos, parece estar cometiendo infidencias.

El resultado lo esboza el escritor Alberto Fuguet: “Este documental, tan fascinante como morboso, tan sentido como lleno de cariño, bien puede generar más empatía que decenas de cintas chilenas”.

La bióloga, de 44 años, retrató a una familia con una memoria paradójica: uno de sus episodios está en boca de la historia, pero su privacidad es silenciosa. “Ninguno quería involucrarse, contar, abrirse cuando comencé a investigar. Era como una especie de acuerdo. Y yo quería entender sus razones”, le dijo la nieta de su personaje al diario colombiano La República. “Todos nos habíamos encargado en estos 40 años de difundir por el mundo el legado político de mi abuelo, su pensamiento, pero de puertas para adentro, en nuestra intimidad, no se hablaba nada de él como padre, como abuelo, como el ser humano complejo que era. Cada uno cargaba con unas heridas que no habían sanado o que quizás no queríamos que sanaran”.

Un silencio que también existe en el país que asoló la dictadura, aunque filmes como Salvador Allende, de Patricio Guzmán, o Allende en su laberinto, de Miguel Littin, ya provocaron el diálogo, levantaron puentes entre lo que se sabía y la actualidad que lo soslayaba.

“La gente no se atreve a hablar en el colegio de Salvador Allende, porque los alumnos se van a pelear. También creo que, tras una dictadura tan represiva, queda una especie de miedo en alguna parte de la cabeza que genera tensiones muy potentes. Llegué a Chile al inicio de la democracia y sentí la universidad como un foco muy violento, en cuanto al trato entre compañeros”, ha dicho la nieta y bióloga devenida cineasta. “Son temas que no están resueltos, y tiene que ver mucho con cómo el país se plantea hablar de la justicia y la memoria. Hablar es un proceso sanador que como país debemos hacer”, un proceso que encarna desde la intimidad y desde una curiosidad comparable a la de un niño fisgón que espía a través de las hendijas de la puerta que, pese a que nadie le ha prohibido cruzar, conoce que hacerlo significará un descubrimiento.

La idea, acaso el atrevimiento, se concretó cuando Marcia cursaba una especialización en Londres —es una bióloga que ha incursionado en el relato, como la reciente ganadora del premio Alfaguara, Carla Guelfenbein—. Por esos días llegaría a sus manos un ejemplar de La piel del tambor, novela de Arturo Pérez-Reverte, que habla de una aristócrata sevillana que intenta evitar a toda costa el derrumbe de la iglesia donde permanecía enterrada su familia. “Cuando llegué a la página final de ese libro la sensación que me embargó es que yo no conocía realmente a mi abuelo, a quien conocí de niña por afiches, mientras vivía en el exilio en el DF. Pero siempre había sido una imagen fija”.

Marcia estudió guión y cine documental por internet para hacer Allende, mi abuelo Allende, un testimonio que puede resultar develador para generaciones futuras y desentrañar a 3 de ellas. (I)

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