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El periplo del sexto hijo sí tuvo su final feliz

El periplo del sexto hijo sí tuvo su final feliz
30 de julio de 2013 - 00:00

Baryshnikov, Nureyev y Vasiliev eran algunos de los principales artistas cuyo país de origen los calificó y clasificó de sucios desertores, aunque en la realidad el tercero de estos bailarines nunca desertó, según el filme de producción australiana Mao’s Last Dancer.      

El filme cuenta la historia de un balletista chino, que decidió romper lazos con la República Popular China, una historia de la vida real, donde se entiende que un individuo puede ser el engranaje principal del andamiaje cultural de una nación.

Uno de los principales méritos de la primera etapa de la China comunista, luego de una revolución adjetivada de igual forma, fue el de promover la historia y la identidad nacional a través de la práctica intensa de todas las formas de expresión artística.

China no se aislaba del mundo y enriquecía su arte nacionalista -y algo propagandístico- formando en sus artistas intertextualidades con el arte occidental, enviando a creativos e intérpretes al extranjero para participar del intercambio cultural.

Es una historia de penurias, sublimación a través de la danza
y de redención a través del arte
En ese marco se produce la historia de Li Cunxin, hoy dedicado a las inversiones en la bolsa y las conferencias motivacionales, tras haber sido solista principal del Ballet de Houston y del de Australia.

¿Pero qué es lo que causa tanta emotividad o inspiración en un espectador luego de ver un filme como Mao’s Last Dancer? Podría ser la calidad actoral de quien interprete al protagonista, podría ser que suelen estar basados en autobiografías o historias de vida de relevantes artistas o personajes contemporáneos, o, si es el caso, la calidad de la interpretación artística de cualquier práctica que defina al protagonista, en el caso de Li Cunxin, la danza.

No. Aquí la danza no es un instrumento para conectar vidas y hacer un filme del llamado cine arte que ataque al espectador por los cinco sentidos como en Flashdance, El Rey baila o Shakespeare Apasionado.

Mao’s Last Dancer es una historia de penurias, sufrimiento, dolor, sublimación a través de la danza y redención a través del arte.

Li Cunxin es interpretado -muy secamente- por el actor Chi Cao, con una cara casi enteramente de piedra, que solo se justifica cuando el balletista es recluido en el consulado de su propio país en Texas para convencerlo de no desertar; o cuando pasan los años y, ya reconocido en Estados Unidos, sigue preocupado por la situación de su familia.

La primacía de los silencios y la respiración de los actores son esenciales para entender la atmósfera asfixiante y el tono solemne que hay al contar la vida de un artista que lo dejó todo para buscar mejores días como individuo y bailarín.

Los silencios y la respiración priman, y son esenciales para entender la atmósfera asfixianteLi Cunxin es el sexto hijo de su familia, de la que fue separado a los 11 años por los delegados culturales de Madame Mao, para convertirse en uno de los principales intérpretes de la danza de China, y luego enviado a un intercambio a Houston. Ahí, Li dice que baila mejor porque es más libre para hacerlo.

El personaje es brillante en todas sus ejecuciones, en especial en el segundo nudo de la trama, cuando, ya consagrado como solista del Ballet de Houston, baila El rito de la primavera de Stravinsky, sin saber que su director y coreógrafo ha logrado que sus padres estén presentes en el teatro esa noche.

Su madre llora al verlo danzar y cuando él ofrece su venia al público, nota a sus padres, y los sube al escenario para que también hagan una venia y sean aplaudidos.

La trama es conmovedora y dura de digerir en un filme reposado, con bailarinas en la ejecución de afamadas obras, pero cobra bríos en los últimos momentos, como en la ejecución soberbia de un pas de deux.

Las escenas que muestran a la familia de Li Cunxin en China, sea aconsejándolo para que se cuide al ir a América, o siendo vilipendiados por haber criado a un gusano traidor luego de la pública deserción del bailarín, son lo que dota de humanidad a Mao’s Last Dancer.

Chi Cao es parco y mezquino con sus expresiones faciales. Su momento es una entrevista televisiva que Cunxin da luego de 5 años de su deserción, donde dice que siempre piensa en su familia, que no sabe de su estado y que aún no se le permite regresar a territorio chino.

El resto de la actuación es pura mecánica actoral, acción-reacción, solemnidad en la enunciación de los parlamentos y ligeros matices en la entrega de los diálogos, pero poca alma y crudeza en la gestualidad y el lenguaje no verbal, fuera de sus interpretaciones dancísticas, considerando que son ejecutadas por el mismo Chi Cao, miembro del Brimingham Royal Ballet desde 1995, y promovido a principal en 2002.

Mao’s Last Dancer, producción australiana de 2009, basada en la autobiografía de Li Cunxin  (2003), incluye el conflicto político, subliminalmente social y cultural, entre las dos naciones más poderosas del mundo actual, EE.UU. y China, en 1981, aún en tiempos de Guerra Fría, cuando la deserción de un bailarín pudo cambiar la cordial relación entre ambos países.

En lo cinematográfico: es bueno ver reaparecer a intérpretes comprometidos y serios, como Bruce Greenwood en el papel del director artístico del Ballet de Houston, Ben Stevenson, que convierte a Li Cunxin en el primer bailarín chino en participar de un intercambio cultural, y a Kyle MacLachlan, como Charles Foster, el abogado experto en leyes migratorias.

Aunque es admirable la destreza del australiano Jan Sardi en el guión, en 117 minutos de filme, el director  Bruce Beresford queda debiendo, sobre todo porque poco se entiende o se sabe de la vida personal de Li Cunxin, hasta leer cierta información en claquetas previas a los créditos del filme, en especial lo sucedido con su primera esposa, su amor incondicional al llegar y vivir en Houston durante su intercambio cultural, Liz. Mao’s Last Dancer es aún una coreografía en proceso o ensayo general.

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