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Javier Cercas, escritor español

Cercas: “Cuando se trata de recordar el peor pasado, lo enmascaramos”

Cercas: “Cuando se trata de recordar el peor pasado, lo enmascaramos”
Foto: Álvaro Pérez / El Telégrafo
29 de noviembre de 2017 - 00:00 - Luis Fonseca Leon

El escritor español Javier Cercas (Ibahernando, Cáceres, 1962) es autor de Soldados de Salamina (2001), un libro que lo encaminó en la vertiginosa tarea de novelar la historia, esa que mantuvo con su hilo de tensión característico en La velocidad de la luz (2005).

Antes de la obra que más polémicas le trajo, El impostor (2014), escribió Las leyes de la frontera (2012), en la cual ponía más peso ficticio en la balanza contra la realidad que para El monarca de las sombras (2017), un relato sobre el héroe oficial de su familia.

Mientras presentaba este último libro en Quito y Guayaquil, Cercas contó a este diario que leyó con atención Elogio del olvido (2016), el ensayo de David Rieff en que se presenta un alegato documentado en contra de la memoria histórica, esa que ha germinado en las páginas del autor español.

Rieff concluye que la memoria colectiva puede ser tóxica si se toma como imperativo moral...

No estoy del todo de acuerdo con David Rieff. Leí con mucho interés su libro, pero creo que él está muy marcado por la experiencia en la ex Yugoslavia (N.d.R. el hijo de Susan Sontag fue reportero de las guerras de los Balcanes), lo cual es lógico.

Pero la memoria bien usada es indispensable, aunque estemos en un momento de sacralización de esta. La verdad es fundamental y David, a veces, parece asustado ante esta cuando no es el problema; el problema es la perversa utilización de la verdad, su mal uso con fines políticos o bélicos.

¿Tiene una utilidad el olvido colectivo, como forma de sanar?

Hay momentos en que el olvido es indispensable, después de un trauma brutal, por ejemplo, eso en lo individual y colectivo. Después de eso, se intenta olvidar para sobrevivir pero, con el tiempo, hay que afrontarlo. Lo hicieron los alemanes, después de la Segunda Guerra Mundial...

Se lo planteo de otro modo: ¿Puede resultar contraproducente la memoria?

La memoria no es contraproducente, es buena. Lo que es malo es que ocupe espacios que no son los suyos. Por ejemplo, el de la historia. Las dos se complementan, pero una cosa son los instrumentos de la historia, con los cuales intentamos acceder a la verdad y los otros que, al ser de la memoria, no deben sacralizarse.

Se debe operar con la memoria igual que se opera con cualquier fuente. El testigo, incluso, puede querer engañar o engañarse a sí mismo. Enric Marco es un ejemplo perfecto de eso, él lo hacía de manera deliberada, pero hay testigos del exterminio a los judíos que se equivocan, de eso hay muchos ejemplos.

¿Qué consecuencias puede traer la sacralización de la memoria?

Como esta puede fallar, al hacerlo estamos renunciando a la verdad. Esto es un proceso que los historiadores pueden explicar: cómo la memoria fue postergada durante muchos años y, ahora, por la ley del péndulo, ha sido llevada a un lugar de excesiva prominencia. Yo no estoy contra la memoria, estoy contra sus abusos, contra que se sacralice.

Mientras investigaba los recuerdos sobre Manuel Mena –quien murió combatiendo en la batalla del Ebro, en el ejército de Franco–, para escribir El Monarca de las sombras, ¿hubo personas en su familia que tuvieran datos, imágenes menos fieles que otras?

No menos fieles que otras. Pero yo sometía a crítica absolutamente todo, incluso los documentos, que parecen infalibles. En ese libro hay una voluntad encarnizada de encontrar la verdad y, en ese sentido, lo cuestioné todo.

Existían documentos que decían que Manuel Mena murió en 1937, por ejemplo, y había muerto dos años después de eso. Había otro que decía que él había sido herido en un lugar, cuando lo hirieron a varios kilómetros de allí. Esos errores me hacían buscar la verdad de otras maneras.

Este libro es el complemento de El Impostor. Lo que estoy diciendo es que hay que buscar la verdad a toda costa, a muerte.

En Anatomía de un instante también está el recuerdo de un contexto que se cambió con el tiempo...

Es extraordinario. Mucha gente cree recordar que los golpistas del 23 de febrero de 1981, que entraron en el Parlamento disparando, aparecieron en directo, por televisión. Montones lo creen, incluso políticos y escritores de primera fila, como Juan Marsé, un Premio Cervantes. Pero eso no se transmitió, es totalmente falso que estuvo en TV.

Yo tengo mis teorías sobre eso, una explicación. No la diré, pero recuerdo eso como un ejemplo flagrante de que los detalles mutan en boca de los testigos.

¿Hay un olvido más o menos deliberado de los crímenes del franquismo y, antes, de la Guerra Civil que sirvió para que la sociedad española concilie?

Hay una transformación y edulcoración del pasado, sí. Sobre todo la izquierda ha elaborado, ahora, un discurso según el cual los franquistas eran muy pocos. Que todos éramos antifranquistas, que España estaba dominada por una pequeña camarilla que controlaba a todos los demás... Eso es falso.

Como decía Manuel Vázquez Montalbán, escritor comunista, que vivió el franquismo y fue antifranquista: quienes estaban en contra de Franco, durante mucho tiempo de su régimen, cabían en un autobús. Eso es desagradable e incómodo, genera un relato enmascarado.

¿Hay una reivindicación de la memoria en los afanes independentistas o es más un debate enraizado en el presente de Cataluña?

Lo que está pasando ahora es lo determinante. La gente solo piensa de vez en cuando en la historia, en el pasado. Por lo que la gente está preocupada, en Cataluña y España, es por lo que pasa ahora. (O)

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