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El Telégrafo
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“Leer Harry Potter o Crepúsculo no vuelve tontos a los niños”

“Leer Harry Potter o Crepúsculo no vuelve tontos a los niños”
09 de agosto de 2013 - 00:00

¿Quién es? Nombre completo: Juan José Rodríguez (Ambato, Ecuador, 1979)Profesión:Poeta, traductor y licenciado en Periodismo.Formación: Posgrado en Literatura Hispanoamericana por la PUCE. Magíster en Estudios de la Cultura por la Universidad Andina Simón Bolívar. Foto: Andrés Darquea | para El Telégrafo

Desde su experiencia como exdirector de Artes literarias en el Ministerio de Cultura, ¿cuál cree que es la deuda que el Estado tiene en el campo de la industria editorial?
Creo que es necesaria la creación de una editorial nacional bajo el modelo de proyectos exitosos como el Fondo de Cultura Económica, en México, Chile y Colombia, o Monteávila en Venezuela. Esto garantizará la edición de libros con amplia distribución nacional e internacional. Desde luego, esto debe incluir  a los libros científicos y de ciencias sociales, no solo a la literatura. Es la única manera de posicionar el pensamiento creativo del país a nivel nacional y a nivel internacional. Desde luego, esto debería ir acompañado del apoyo estatal a los pequeños proyectos editoriales independientes (en México, por ejemplo, existen estímulos encaminados a favorecer estas iniciativas).

Hoy que se celebra el Día Nacional de la Cultura desde el Estado se le ha puesto cierto interés a este campo, de hecho lo han nombrado como estratégico. ¿En qué medida esto es real?
La palabra cultura tiene muchas acepciones y es particularmente difícil determinar de qué hablamos cuando nos referimos a la cultura. Sin embargo, el asunto es un tanto más simple cuando entendemos cultura como todo aquello que es producción simbólica: desde las sitcom nacionales, pasando por las fiestas populares, hasta la narrativa de Yanko Molina o la poesía de Luis Carlos Mussó. Ahora, yo creo que se debe apoyar justamente aquellas expresiones simbólicas que, siendo importantes para ciertos aspectos de las identidades nacionales, no pueden sustentarse solas. Así, creo que el Estado debe favorecer especialmente a áreas como patrimonio y artes. Esto debe ocurrir con la entrega de fondos, pero también con la creación de, por ejemplo, centros culturales barriales (quizás más importantes para el tejido social que los festivales literarios y las ferias del libro). Esa sería una forma de poner a la gente en contacto real y constante con los productos artísticos: un empoderamiento real de la cultura.

“En el caso de la poesía o el ensayo literario estamos ante su pérdida de lugar social...”En apariencia el campo de la creación parece mimetizarse con el de la crítica. Algunos escritores y críticos son amigos entre sí. ¿Cómo anda la crítica cultural en el país?
Creo que, en este punto, me conviene detenerme sobre todo en la cuestión literaria, porque es la que mejor conozco. Creo que en el caso de la narrativa ecuatoriana escrita para niños sí hay lectores (que son, claro, los primeros críticos). Los otros géneros, salvo los clásicos novelísticos o ciertas novedades, tienen una lectura marginal. No hay notas de prensa, excepto aquellas destinadas a loar o insultar (gesto provinciano, sin duda). En el caso específico de géneros como la poesía o el ensayo literario, es evidente que estamos ante un fenómeno de pérdida de lugar social de estos géneros. La escasa crítica sobre poemarios se hace en una lógica interpares y entrópica no exenta del amiguismo: esto quizás sea evidencia de la muerte del género como arte. En ese marco, cierta gente pone a algunos autores en los altares y a otros en la pila de la basura básicamente porque no hay críticos desinteresados (no poetas) en el país y, además, porque lo lírico (como experiencia esencial de la vida humana) se ha desplazado hacia géneros musicales como la canción de autor o el rock. Hoy es más fácil recordar un tema de Can Can o de Mamá Vudú que el poema de algún autor contemporáneo, básicamente porque la sensibilidad de las personas ha cambiado. Así, la “posible” crítica debería entender los poemas en el marco de otras manifestaciones sociales, culturales y artísticas. Lo mismo podría decir de las novelas o de los libros de cuentos. De otra manera, no hay aporte de ninguna clase.

En Ecuador, como ya se evidenció en 2010, se lee medio libro por año. Nos preocupamos en por qué se lee poco y  no en qué se está leyendo...
Creo que si se lee algo ya es bueno. Incluso los mangas o los cómics, que muchas veces demuestran más imaginación que la literatura contemporánea. A veces me sorprende el esnobismo de ciertas personas que creen que por leer Harry Potter o Crepúsculo, los niños se vuelven tontos. Nada más lejos de la realidad. Son puertas abiertas para que esos niños puedan leer en el futuro a Stevenson, a Borges, a Carrera Andrade, a Pablo Palacio y, por qué no, a Joyce o a Celan.

“Esa sería una forma de poner a la gente en contacto real y constante con los productos artísticos...”¿En la actualidad cómo se entiende a la cultura desde el Estado y qué impacto tiene esto en la sociedad ecuatoriana?
Hoy creo que hay un entendimiento etnicista y reivindicativo de la cultura que, paradójicamente, nos deja anclados en diversidad de estancos que no nos permiten comprendernos como sociedad. Creo que, por ejemplo, las fiestas populares que ocurren en diversas zonas del país (digamos, La Mama Negra, en su versión más ancestral) son esenciales para entender aspectos de la vida social del país que el burgués urbano apenas si comprende. Y así hay muchas dinámicas similares. En ese sentido, creo que el Estado debe suscitar diálogos entre las diferentes áreas epistémicas de la cultura. Así, la cultura de élite existe solo porque creemos que existe, pero yo que he sido también profesor de colegio puedo decir que los alumnos que tuve en octavo de básica hace años entendían mejor la "compleja" poesía de Xavier Villaurrutia que los farragosos libros de texto que, por obligación, debíamos seguir.

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