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Entrevista / francisco ‘el pájaro’ febres cordero / periodista y escritor

"La vocación de Jacinto Jijón no era la política, sino el estudio"

"La vocación de  Jacinto Jijón no era la política, sino el estudio"
08 de noviembre de 2016 - 00:00 - Redacción Cultura

“Tú naciste —le dijo su madre— el año en que murió Jacinto”. El destino del 'Pájaro’ Febres Cordero ha estado sellado, desde el origen, a la vida de un hombre que fue pionero en todo lo que hacía, pero que está ausente de la memoria colectiva: Jacinto Jijón y Caamaño, quien fue el primer alcalde de Quito elegido por votación popular; discípulo y continuador de las investigaciones arqueológicas de Federico González Suárez; creador de varios museos; director del Partido Conservador, senador y candidato a la Presidencia de Ecuador; miembro fundador y  primer vicepresidente de la Casa de la Cultura Ecuatoriana; y más.

Jacinto Jijón y Caamaño fue un sujeto imparable y de vanguardia para la historia nacional, pero a quien apenas en Quito se recuerda con un escueto busto sin identificación, ubicado en el parque El Ejido, al lado del portón de piedra de la que fue la casa de la familia Jijón y Caamaño, La Circasiana.

“Es como si la modernidad quisiera dar la espalda a este sabio por tres pecados mortales que no han encontrado absolución posible: haber sido aristócrata, haber sido dueño de una gran fortuna y haber sido conservador. Eso en la modernidad pesa más, mucho más que todo lo que hizo por el país”, reflexiona Febres Cordero en El sabio ignorado (Grijalbo, 2016), libro que recrea la vida íntima y social de este personaje.

Además del lazo de vida que los une, ¿cuál era tu aproximación al ‘sabio ignorado’?

Escribir sobre Jacinto Jijón y Caamaño era algo que me rebasaba porque no soy historiador ni investigador, entonces tuve el apoyo de Bryan Tite, quien me fue aportando documentos, trayendo libros, consiguiendo cartas. Él se encargaba de alimentarme de estas lecturas y, te prometo, lo que me salió al inicio era un bodrio, un texto lleno de citas, con notas al pie de página.

¿En qué momento se transformó en un texto que bordea lo periodístico y novelado?

Al comienzo salió algo muy formal, sentía que ese idioma (académico) no era mío, no era mi lenguaje, era algo impostado, entonces fueron varios borradores, como tres o cuatro, hasta que en un momento decidí contar la vida de Jijón desde mi propia óptica, y ahí cambió absolutamente el tono, ya era algo mío, más íntimo.

Había partes de la información que quedaban sueltas y las fui novelando, inventando ambientes, ciertos personajes y ahí está el resultado.

¿Hasta qué punto hay ficción en la recreación de la vida de Jijón?

Lo que cuento está asentado en la realidad, no me invento nada de la vida de Jijón y Caamaño. Lo que pasa es que en ciertos capítulos recreo los ambientes, pero la cronología, los hechos son reales, históricos, ciertos… salvo quizás alguno lo cambio, como cuando traspaso unos dos meses de su vida para situar la acción en otro lugar, en concreto en la muerte de (Eloy) Alfaro. Jijón estaba aquí cuando murió Alfaro, pero yo hago que esté en París por simples posibilidades narrativas.

¿Cómo fue tu acercamiento a la vida de Jacinto? ¿A quién te enfrentabas?

Hubo un proceso largo, tortuoso, de perderle el respeto al personaje. Jijón es un personaje que seguramente para quienes lo conocieron era un ser lejano, no era un ser que te inspiraba confianza. Esa lejanía se transmitió también a mí. Tú lees, por ejemplo, ciertas biografías de Jijón y aparece casi como un ser angelical, inasible.

Entonces, una de las cosas que yo hice, quizás inconscientemente, fue ir perdiéndole el respeto, viéndole sus propias limitaciones, conversando con él. Yo soy más visceral que intelectual. Pienso más con las tripas, me dejo llevar por ahí. Cuando esto pasó, las cosas empezaron a funcionar mejor.

¿Qué limitaciones encontraste cuando le perdiste el respeto?

Muchas limitaciones en cuanto a su propia obra, una obra que para mí, es esoterismo puro. Tú lees uno de sus libros sobre arqueología y son libros científicos, técnicos. Pero también hubo otros libros que eran muy accesibles para mí, como cuando habla de la historia del país, de arte o se refiere a la política nacional. Por ejemplo, Política Conservadora me resultó un libro fascinante porque le entendía. Yo dejo abierta la puerta en El sabio ignorado y digo que, ojalá, alguien se preocupe de estudiar a estos otros Jijones que quedan sueltos.

De todos los Jijones, ¿cuál fue el que más te encantó?

Me fascinó el ser humano formado como él y salido de este medio. Jijón era alguien que tranquilamente pudo ser un señorito, un bon vivant y pudo quedarse a vivir en Europa o hacer una vida de industrial o de terrateniente aquí. Pero me fascinó ese Jijón inquieto por una cantidad de saberes: hacía política, pero al mismo tiempo dirigía sus haciendas y empresas. Y era pionero. Estaba en el exilio, pero tenía conferencias y llevaba revistas. Tenía todo para ser un señorito, pero regresa la vista al país, si alguna vez la perdió —no creo eso—, y comienza a angustiarse por Ecuador y descubre cosas del país, no solo de su pasado, sino que se involucra en el presente.

Creo que su vocación no era la política, sino el estudio.

¿Entre tus proyectos actuales, hay algún otro personaje al que estás desenterrando?

Sabes, me pasa que no tengo proyectos, las cosas me salen así, de repente. Tenía un jefe de redacción, Eugenio Aguilar, en el diario El Tiempo, hace 2.455 y picos de  años, y me dijo una frase que seguramente me marcó: "vea, Francisco, los periodistas somos como las prostitutas, vivimos al día". Lo que sí creo es que a la memoria tenemos que exprimirla un poco. ¡Cuántos personajes como Jacinto habrá! Ponte tú el caso de Isidro Ayora, otro personajote, quien hizo grandes transformaciones económicas y sanitarias en el país. Pero así como él, también puede haber un artesano que seguramente hizo algo vital. (I)

Biografía que rescata la vida de “este sabio injustamente ignorado” en Ecuador

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