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La Virgen del Carmen bajo un nostálgico canto africano

La Virgen del Carmen bajo un nostálgico canto africano
24 de julio de 2011 - 00:00

África es una parte de Esmeraldas y tiene un último morador, Arquímedes Simisterra, un hombre cuyos ancestros fueron arrancados del continente negro, de aquella tierra rica y fértil, explotada y discriminada. Para llegar a este paraje recóndito hay que tomar un autobús en la terminal de Esmeraldas hacia el poblado de Montalvo. Es una hora de camino por parajes verdes, donde no faltan vendedores de agua de coco y corviche que suben en la ruta.

Ya en Montalvo, en la única plaza del pueblo suelen haber camionetas de alquiler para propios y extraños. La mayoría de conductores sabe cómo llegar a Playa África a cambio de cinco dólares. Pero ninguno sabe de su único morador. En el vehículo que nos lleva también viajan tres niños, preguntamos por Arquímedes, pero ninguno de ellos contesta a nuestras preguntas, solo hay silencio en el viaje hacia esa tierra incógnita.

24-07-11-virgen-cronicaEl silencio se rompe cuando llegamos a una playa desierta, llena de troncos secos a orillas del mar, con cientos de pequeños cangrejos rojos que huyen de las ruedas. Es solo entonces cuando uno de los pequeños acompañantes indica con el dedo y dice que allá es la casa de Don Arquímedes.

El lugar se llamaba antes Luz de América y cambió su nombre a principios de siglo cuando llegaron afrodescendientes de origen colombiano, atraídos por la fiebre del oro. Nada más bajarnos de la camioneta, un hombre que quema cañas de azúcar para ahuyentar a los mosquitos de la piel de sus hijos, que sentados en un tronco nos miran entre el miedo y la curiosidad, nos dice que el hombre buscado no vive allí, pero indica que en lo alto de la colina, a veinte metros de subida, podemos encontrar a Don Arquímedes.

Arquímedes está sentado en una mesa, pensativo, a las afueras de la casa. A sus 67 años nos recibe con sonrisa tranquila y dos cocos que parte con su vetusto machete. Nos convida. Es el símil del agua potable en estas tierras.

Antiguo navegante, es ahora un sabio, un orador de décimas, y un gran conocido de la metafísica. Se echó a la mar hace años en busca de sí mismo, y eso lo llevó a recorrer parte de África, Asia y Europa. Este Ulises que viajó por el mar y que ahora reposa a los pies de su casa, volvió a la Costa ecuatoriana para vivir solo. De su familia únicamente queda él, sus libros de metafísica y sus hallazgos arqueológicos.

Su casa es un  templo y un museo a la vez. Un museo desconocido por la mayoría de los ecuatorianos, pero muy visitado por los extranjeros de todas partes. Europeos, australianos, canadienses. Varios han llegado a este lugar y dejan “la voluntad” para quedarse a dormir y poder disfrutar de la experiencia de Arquímedes. La casa es un refugio de cuatro camas que acoge a los visitantes, y frente a éstas están más de 200 piezas arqueológicas de la cultura Tolita, primeros habitantes de estas tierras.

Están expuestos figurines de oro, compoteras, vasijas, hachas, minerales preciosos. Arquímedes dice que él ha rescatado estas piezas con sus propias manos, que debajo de la tierra de su casa existen muchas más riquezas arqueológicas, y que sueña en que su sitio se convierta en un museo reconocido en todo el país... piensa que es el momento de que las autoridades preserven su tesoro. Quiere cambiar sus paredes de madera por un material más fuerte, para proteger la historia.

24-07-11-virgen4-cronicaNo para de hablar de seres mitológicos que lo visitan. La Tunda, representada por un viento malo que adopta la forma de mujer y que es distinguida porque uno de sus pies es muy chiquito, como de niño, y el otro es una cruz de madera. El Duende que es el dueño de las aves del bosque y persigue a las muchachas para acariciarles los pechos. Todos ellos en el marco del sincretismo religioso... La cosmovisión y la centralidad de la muerte, la concepción de la divinidad y su relación con las figuras sagradas, son temas dominantes dentro del universo de Arquímedes.

Pero en la tierra, abajo en la playa, empiezan a escucharse otros sonidos. De la playa que hace unas horas permanecía desierta, se alzan ruidos de fiesta, de martillos que aporrean madera, de vida terrenal. Es entonces cuando Arquímedes nos habla  de la fiesta que se dará a la Virgen del Carmen. Siempre, aunque el pueblo se halle vacío, todos los años, los antiguos moradores que migraron hacia  la ciudad de Esmeraldas, Guayaquil o fueron a Italia vuelven para honrar a la virgen del mar que los vio partir; ese mismo mar que los expulsó hace años cuando todavía existía una calle principal, tiendas, una iglesia y hasta una escuela. El mar que devoró 120 metros de playa y arrancó de su tierra a los agricultores y pescadores.

Una familia de más de cien personas vuelve una vez al año, retorna al suelo del que la despojaron y vuelve a revivir lo que la niñez les enseñó. Los primeros llegan antes de las cuatro de la tarde; el resto de visitantes tendrá que esperar hasta las siete, pues durante este tiempo la marea crece y no se puede entrar ni salir de este lugar encantado, que se convierte en una isla durante unas horas.

En un pequeño lugar de paredes derrumbadas, varios lugareños se afanan en construir un santuario con palma verde africana. En este improvisado altar, lleno de globos de colores y serpentinas, colocarán a su Virgen. Los colchones se extienden por toda la estancia para lo que será una larga jornada. En varias horas cientos de personas, casi todas de una misma familia, se darán cita para empezar con los arrullos, canciones sacras en honor a la Virgen y que se entonan hasta el alba.

Al borde de la playa una mujer se afana partiendo los pollos que servirán de sustento al final de la noche. Se llama Soraya Rosales, tiene 29 años y vive en Esmeraldas; se encarga de reproducir la fiesta en este trozo de Costa que quedó vacío. Se lo prometió a su abuela y hacerlo es prácticamente traer a su ascendiente de vuelta a la vida. Ilusionada nos cuenta que si no fuera persistente se perdería esta tradición familiar.

24-07-11-virgen2-cronicaMientras se preparan los últimos detalles y más personas arriban a esta playa, se forman los primeros corrillos y los primeros saludos de familiares que hace un año no se ven. Don Pedro, por ejemplo, es un hombre político que se queja de la discriminación que han sufrido siempre por ser afrodescendientes y dice que a nadie le interesa lo que les pase. Afirma que el actual gobierno  ha dado visibilidad a su gente y que aunque sigan en desigualdad, por lo menos alguien ha mirado hacia ellos.

Pedro también nos habla del mar que a él también vio partir, y nos cuenta que cuando la marea baja, las olas dejan pepitas de oro talladas por los antepasados. Nos habla de un lugar lleno de riqueza y a la vez feroz pobreza.

Esmeraldas ha sido siempre una zona rica en metales preciosos, hasta hoy multitud de gente y empresas de afuera han venido a la llamada del oro y han devastado sus tierras en la búsqueda, dejando más pobreza. Pedro se queja de este abandono, de las autoridades que  nunca hicieron nada por ellos; se queja de ser negro, de que esta condición los margina; se lamenta del olvido que ha sentido su tierra. Tiene siempre un gesto cerrado.

La tía María está a su lado y se ríe de sus quejas. A ella solo le interesa que sean las nueve de la noche para empezar los arrullos a la Virgen. Vino desde Guayaquil, especialmente para la fiesta... de hecho lleva más de veinte años fuera y nunca se pierde esta efemérides.

Hacia las nueve de la noche Soraya toma el mando y reparte velas a todos los presentes. Pregunta dónde están los cuneros, que cargan una especie de bongó alargado, llamado cununo, que sirve de base para los arrullos. La orden es que se pongan al frente, la procesión va a empezar. Las manos delicadas de Soraya recogen a la figura del altar y la reposan en un manto blanco que la acunará durante el recorrido.

La algarabía comienza y se empieza a escuchar los más hermosos cánticos negros dirigiéndose hacia el mar. El arrullo es básicamente una canción, una melodía entonada por un grupo de cantadoras y un grupo de marimba, acompañado por un bombo, guasas y marimbas.

Este cántico siempre se realiza en el marco de ceremonias religiosas, velorios de “angelitos”, nacimiento del Niño Dios, fiestas de vírgenes y santos, ocasiones en las que los participantes cantan ininterrumpidamente. El arrullo posee contenidos mágico-religiosos: con el canto se busca abrir el cielo para la entrada del angelito, traer a la virgen a la fiesta para agradecerle y conseguir sus favores.

Todos los pueblos de Esmeraldas celebran a la Virgen de los mares ese día, unos con fiestas más grandes y holgadas que otros. Algunos la llevan en procesión sobre sus barcazas jornaleras hacia el mar y la van meciendo por las aguas que les dan de comer. Otros caminan y se sumergen. La familia de Soraya hace un recorrido extasiado hacia la orilla, da media vuelta y vuelve al altar improvisado.

Los más jóvenes están impacientes porque empiece el inacabable “fiestón” que durará hasta el siguiente día. Este año Carlos, un amigo de todos, dirigirá las primeras palabras en honor a la patrona. Lo que iba a ser un agradecimiento se convierte en un sermón improvisado a la virgen. Carlos de repente se convierte en el  pastor, agradece a Dios y a la virgencita que le permitiera ser anteriormente actor en varias telenovelas y películas ecuatorianas. “Como ya todos saben”. La oración y el discurso se alargan y la ansiedad por oír el tum/ pa/ tum de los tambores, aumenta.

A esta fiesta han sido invitados dos de los más viejos de la gran familia asistente, los más sabios en esto de los arrullos. El tío Alfonso Rosales es uno de ellos. En principio se niega a agarrar su instrumento porque dice que la gente está bebiendo y que esto antes no era así. “Así no se puede tocar los arrullos”. Recuerda con nostalgia cuando la música duraba hasta el alba sin cesar y no se necesitaba del alcohol para sentirla... Se trataba del   auténtico espítitu que rodeaba los cánticos.

Pero la gente se anima y los jóvenes que antes estaban fuera de la fiesta sin escuchar al improvisado cura se acercan y alientan a que la música comience. Un primer redoble de percusión  y todos siguen en rítmica sintonía. María Rosales, la cantora más anciana, empieza a recitar una oración que se repetirá incesantemente por todos: “subanlá, colonquela / suban y coloquen a la virgen / en el altar”.

Soraya le pide que mientras cante haga el “agarre”, que es pedir los favores a la Madre para que se cumpla un deseo. Las puntas de caña y los cánticos se mezclarán durante toda la noche hasta el amanecer, mientras a un lado el sueño de los bebés  no se ve alterado por la fiesta; al revés: los arrullos parecen para ellos una nana que los cobija.

El día despierta y la gente hace un descanso. Una sopa de pollo hace de renovador alimento para seguir con la fiesta. Hasta las tres de la tarde, los antiguos pobladores de esta playa siguen su tributo a esta tierra. Un año más se quedará en el recuerdo el arrullo, ese arrullo que llega del mar como aquel cántico  que llevó a Ulises en su camino. Esa música que año tras año embriaga a todo el que participa y hace emigrar de nuevo a sus cantores.

Soraya un año más se llevará a la Virgen del Carmen a la habitación de la casa de su madre en Esmeraldas, deseosas, ambas, la Virgen y Soraya, asegura ella, de que las guarezca  el arrullo que une a todos sus seres queridos y revive por unas horas a su abuela. Arquímedes quedará de nuevo solo recibiendo turistas, y conversando con los seres mitológicos que lo visitan, allá en los alto de la ladera, donde el mar que los vio partir reposa en los sueños que todos tuvieron, un día, puestos en esta playa, la del nacimiento al que siempre se vuelve.

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