Ecuador, 24 de Abril de 2024
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El Telégrafo
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Crónicas a pie

El tiempo pasa lento por las manos de don Manuel, el relojero

Las paredes de la relojería Elvesia están llenas de relojes de todos los tamaños, lo que hace que en el sitio se escuche un tictac permanente.

El negocio es uno de los más antiguos de la zona ubicada alrededor de la intersección de las calles Guayaquil y Olmedo, en el Centro Histórico, pues lleva allí alrededor de 40 años.

En una estantería reposan varios portarretratos. En uno de ellos se observa la fotografía de la esposa de Manuel Garzón, el propietario, ataviada con su vestido de novia el día de su boda. También abundan las imágenes de los nietos de la pareja.

A sus 83 años, Garzón no ha perdido el pulso. “Por el contrario -asegura entre risas pícaras- lo he ganado con los años”.

Como un verdadero cirujano, interviene los diminutos mecanismos que le dan vida a un reloj; sin importar su antigüedad, logra que estos objetos vuelvan a contar el tiempo.

Dice con orgullo que su oficio es un arte. Hay que tener mucho empeño y paciencia para dejar en buenas condiciones una de esas máquinas.

Afirma que los más difíciles de reparar son los electrónicos, después vienen los de cuerda y, por último, los automáticos. Advierte que el negocio ha decaído: antes reparaba un promedio de 8 relojes diarios y, ahora, con suerte llega a 8 al mes.

Por ello, aunque cuando se inició en el oficio le parecía que los minutos y las horas pasaban presurosos, ahora la vida transcurre más lenta.

En su mesa de trabajo hay todo tipo de piezas y herramientas: pinzas, lámparas, destornilladores de diferentes tamaños, un torno, pilas y lentes de aumento, para lograr precisión a la hora de las reparaciones. Mientras ‘opera’ un antiguo reloj Invicta que le dejó un vecino, señala que “los relojes ya no son iguales; antes (como la máquina entre sus manos) duraban más”.

La tarea le trae el recuerdo de que el primer aparato que reparó fue, justamente, un Invicta suizo. Ahora, la mayoría viene de Japón. (I)

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