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El Telégrafo
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El diagnóstico de cáncer le abrió el camino humanitario

Hace 18 años, viajó a Quito para someterse al tratamiento de quimioterapia. Contaba con el apoyo incondicional de su familia.
Hace 18 años, viajó a Quito para someterse al tratamiento de quimioterapia. Contaba con el apoyo incondicional de su familia.
21 de diciembre de 2014 - 00:00 - José Miguel Castillo/Coordinador Regional Centro

Los sufrimientos que más impactaron su vida estuvieron relacionados con el cáncer. Paradójicamente esta dolencia le abrió el camino humanitario para que cumpliera el propósito de socorrer a los enfermos con quienes siempre tuvo una conexión estrecha. Hoy esta actividad le ocupa la mayor parte de su tiempo de jubilada reciente y probablemente así continuará hasta el final de sus días.

En 1996 a Rosario Holguín Miño le diagnosticaron cáncer al seno, el mismo mal que le arrebató a su madre. En ambas situaciones esta ambateña, que hasta noviembre pasado dirigió una exitosa importadora de lubricantes, sufrió más allá de sus fuerzas como madre, esposa y como la mayor de 9 hermanos.

Pese a esto, se mantuvo en pie gracias a la fe católica que profundizó cuando estudiaba en los colegios La Providencia y en La Inmaculada.

Hace 18 años viajó a Quito para seguir el tratamiento de quimioterapia con el apoyo incondicional de sus hijos y de su esposo, Hernán Darquea. Pero justo cuando se había resignado a la muerte ocurrió un hecho extraordinario que vuelve a humedecer sus atractivos ojos verdes.

El médico, Iván Garcés, no halló células cancerosas y tampoco tejidos afectados en los ecos y exámenes que volvieron a practicarle. Los galenos concluyeron que se había cometido un error en el pronóstico de rutina.

Esta equivocación, sin embargo, la llevó a cuestionarse su propia existencia durante 15 días a los que califica como un ‘infierno’. ¿Qué quieres de mí Señor, qué me estás pidiendo?, preguntaba continuamente de cara al cielo. Fueron momentos difíciles que estrecharon los lazos de amistad con su grupo de oración Jericó, que ayudó a formar en 1986 con 12 compañeras de su juventud. Dos de ellas ya fallecieron, pero igual siguen organizando reuniones quincenales para orar y estudiar la Biblia.

En ese contexto, Charito, diminutivo que con facilidad pronuncian quienes llegan a conocerla y se sorprenden con su temple y buen juicio, retomó la promesa que le había hecho a Dios en oración.

Idearía la manera de ayudar a personas afectadas con cualquiera de los 100 tipos de cáncer que aquejan en la actualidad a la humanidad. Y prestaría especial cuidado a los enfermos terminales de recursos escasos y en abandono total.

Charito fue la mentalizadora de la Casa de la Misericordia, un hogar para los dolientes terminales.

Esta idea se grabó a fuego en su mente, empujada por una frase que le repetía continuamente su guía espiritual, Estela Naranjo: “La religión no solo es oración hay que ir a la acción”, le había dicho Naranjo, que pasó a convertirse, aún hoy, en un pilar fundamental de su fe, luego de ser la catequista de sus hijos y de los hijos de sus compañeras.

A los pocos días de regresar de la capital, se encaminó al dispensario de la Sociedad de Lucha Contra el Cáncer (Solca). Habló con la encargada, Magdalena Rea de Garcés, y le pidió sin más que la aceptara como voluntaria.

Allí empezó el reto. Rea de Garcés, sorprendida con la propuesta, le dijo que no contaban con un grupo de voluntarios y le propuso que lo formaran ahí mismo, pero con Charito a la cabeza.

Durante los siguientes 7 años, Rosario y el resto de voluntarias se dedicaron de lleno a gestionar ayuda económica y médica para los pacientes que llegaban de la región centro al dispensario. Lo hacían para hacerse chequeos y luego retornaban a sus casas con la promesa de obtener un tratamiento que les ayudara a reconstruir sus vidas. A pesar de que las voluntarias les devolvían las visitas para entregarles medicinas y alimentos y los asistían también con ayuda médica y espiritual, Charito se dio cuenta de que a su labor le faltaba algo.

Lo notó cuando, en el día a día, se encontraba con pacientes acostados sobre esteras o en camas desvencijadas, en completa soledad y retorciéndose de dolor sin que a nadie le importara su futuro inmediato. “Dios me devolvió la vida y yo le ofrezco mi tiempo y mi esfuerzo por los enfermos de cáncer”. Esta reflexión que compartió Charito con su esposo, tras conocer que estaba sana, la motivó a plantearse un desafío mayor: construir una casa que se volviera un hogar para los dolientes terminales.

Puso verbo a la palabra y con el apoyo de su colega del grupo de oración, Victoria Samaniego, adquirieron una casa antigua en la parroquia Izamba, situada a 5 minutos de Ambato. Esa propiedad necesitaba readecuaciones urgentes y la solidaridad llegaría de una forma inesperada, pues este proyecto humanitario no pasó inadvertido para parientes y amigos con recursos.

A Gonzalo Sevilla Naranjo, tío de su marido, le gustó el plan desde que lo conoció y sin vacilaciones donó $ 50 mil para refaccionar la vivienda que ocupa una sola planta. Él vive en Quito y no se arrepiente de su decisión. Con ese impulso faltaba darle el toque espiritual a la vivienda. Necesitaban de religiosas que se encargaran del cuidado de los pacientes las 24 horas. Golpearon entonces las puertas de varias congregaciones sin conseguir nada definitivo.

Pero la llamada telefónica de una amiga las bien encaminó en su objetivo en 2003. Hablaron en Colombia con la religiosa Sonia María Daza, superiora del Instituto San José de Gerona, cuya misión es el ejercicio de la caridad para con los enfermos, prestándoles asistencia espiritual y corporal.

La casa tiene capacidad para acoger a 12 enfermos, pero quienes trabajan allí no le niegan la atención a quien lo necesite.

Daza visitó las instalaciones y le agradó lo que vio. En los meses siguientes se ejecutaron más adecuaciones, entre estas una vivienda exclusiva para las 3 religiosas que trabajarían allí continuamente. Las primeras en arribar fueron Leticia Cardona, Leonila Díaz y Adelaida Castro. Sobre este asunto, la religiosa Luzmila Cardona aporta con detalles valiosos.

“En el mundo somos más de 400. A esta casa llegué en diciembre de 2012 en reemplazo de otra hermana. Soy feliz y me parece que llevo aquí muchísimo tiempo. Charito es una mujer positiva, alegre, piadosa. Por su estilo y su forma de ser la fundación marcha muy bien”.

A la par, Charito y sus compañeras constituyeron la Fundación Divina Misericordia. Ella es la presidenta y hoy tiene más de 200 socias. Esta organización es reconocida a pesar de que sus integrantes aclaran que la obra es de Dios.

La Casa de la Divina Misericordia

A pesar de que al inicio se propuso que el proyecto se llamara Casa del Voluntariado de Solca, se optó después por el nombre de Casa de la Divina Misericordia. Fue inaugurada el 24 de octubre de 2004 y este año cumplió 10 años de trabajo bien intencionado. En ese tiempo, cerca de 200 pacientes con cáncer terminal hallaron refugio, consuelo y murieron asistidos por las religiosas y por las voluntarias de la fundación y de un sinnúmero de instituciones educativas y privadas que continuamente les visitan con donaciones y dinámicas.

La casa es acogedora y bien distribuida. Cuenta con dormitorios para hombres y mujeres. Una amplia sala y comedor, cocina, cuarto de lavado, patio, jardín y garaje. Tiene capacidad para acoger a 12 enfermos, pero Charito se siente incapaz de negarle el ingreso a una persona necesitada. “Todo lo que hemos recibido es por obra de Dios”, es la respuesta que da la presidenta de la fundación cuando se le pregunta cómo consiguen los $ 3 mil y pico mensuales que necesitan para funcionar y pagar los sueldos de las 3 empleadas de planta y las 2 más que laboran los fine de semana, quienes son las responsables del lavado de ropa.

Casi nadie se resiste a la ‘locura de humanidad’ que pregonan estas madres de familia, esposas y abuelas. No falta un mueble que no haya sido donado. Para recaudar fondos también organizan mercados de pulgas (2 veces al año), carreras atléticas y otras actividades.

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