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El Telégrafo
José Velásquez

Un personaje fantástico

12 de septiembre de 2021 - 21:56

Apareció cuando Ecuador entraba en uno de esos nefastos ciclos de escasez y devaluación; cuando empezaba a hacerse más notoria esa fractura causada por la idiosincrasia de las regiones y las ambiciones de la política. A pesar de la circunstancia, no se asustó y decidió quedarse con nosotros.

Conoció de primera mano el auge cacaotero y el boom petrolero. Acompañó a casi una treintena de presidentes y convivió con el sucre, con el dólar y con la avalancha imparable de la deuda. Al igual que la mayoría de nosotros ha sido víctima del golpe de turno, llámese devaluación, inflación, corrupción, autoritarismo o delincuencia.

Estuvo allí cuando la tierra se movió y la muerte se paseó en Ambato, en agosto del 49, y en Manabí y Esmeraldas, en abril del 2016. Acudió puntual al conflicto del 41, al de Paquisha y al del Cenepa. Vio cómo nos fueron desmembrando hasta que finalmente el honor ganado en el campo de batalla nos dio la madurez para encontrar la paz. Fue testigo del nacimiento de provincias, de la declaratoria de los patrimonios de la Unesco y la lucha sin cuartel contra males como la poliomielitis y el analfabetismo.

Se dejó emocionar con el micrófono digno de Jesús Fichamba, con el trazo comprometido del maestro Guayasamín y con el andar dorado de Jefferson Pérez. Sobrevivió a seres inmortales como Jorge Enrique Adum, Jorge Icaza y Medardo Angel Silva, y a visionarios como Matilde Hidalgo, Galo Plaza Lasso y Tránsito Amaguaña.  Cuando el país lloró al presidente Roldós, a Julio Jaramillo y a Monseñor Proaño, no faltó su voz sensata y agradecida.

Fue siempre bienvenido en mi casa. De hecho, nos levantábamos temprano a esperarlo, quizás porque el día a día nos obligaba a encontrar certezas para poder arrancar. Y cuando estábamos de paso en otra ciudad, lo íbamos a buscar sin falta. Su vocación cívica, su liderazgo responsable y su capacidad para estar aparentemente en todos los lugares y momentos ayudaron a esculpir mi pasión profesional. Su postura valiente frente a la tiranía me inspiró a dejar un trabajo de ensueño en Estados Unidos para volver al Ecuador. “En este momento el país nos necesita a todos y cada uno”, pensé.

Eventualmente regresé a vivir fuera del Ecuador y desde entonces lo sigo religiosamente en línea. No me había percatado de los embates de la supervivencia hasta que me lo encontré de frente en Guayaquil hace unos meses. Me impactó verlo un poco más encorvado y compacto, pero en cuanto lo escuché hablar me di cuenta que las cosas importantes seguían en su lugar. Sí, hablar, porque para mí Diario El Universo habla. Leerlo es oírlo y su voz centenaria sigue siendo alta y clara.

Son tiempos difíciles para la prensa. No solo por esa creciente tendencia global para acallar las críticas al poder político, sino porque  además vivimos en la era de las noticias falsas, del periodismo amateur y de la opinión desinformada. La obsesión por la inmediatez suele ser enemiga de la precisión, y el servilismo a la autoridad de turno es una traición al oficio. La era digital obliga a una reinvención sostenible y sin perder la brújula, pero la vanidad por la interacción en redes ha hecho que muchos confundan popularidad con credibilidad.   

La prioridad para el buen periodismo no es ser infalible, sino actuar con valores editoriales que garanticen el mejor producto posible. Esa retórica basada en el delirio del error, que tanto se inculcó en la última década, fue desde el principio un atajo para la censura. Pero cuando se tiene una ética de trabajo las equivocaciones se previenen y se enmiendan desde el rigor periodístico, no necesariamente desde la obligación legal.

Hemos sufrido en el país naufragios importantes como el del diario Hoy. De hecho, la desaparición en los últimos años de medios emblemáticos en todo el planeta ha generado una orfandad que termina por exponer a la gente a contenidos tendenciosos, incompletos o inoportunos. 

Afortunadamente, no es el caso de El Universo. Dicen que la vida está hecha de tiempo: así es que gracias por ese primer siglo. Gracias por no tirar la toalla, por confeccionar un periodismo libre y solidario, y por invitarnos a ver la historia desde tu balcón.

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