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El Telégrafo
Juan Carlos Morales

Todos somos George Floyd

04 de junio de 2020 - 00:00

El hijo de migrantes y casado con una eslava, Donald Trump blande –tal es la palabra- la Biblia frente a las protestas en un país que es “la tierra del libre y el hogar del valiente”, como cantan en su himno, tras desalojar a los manifestantes en Washington.

Él, que se ufana de tener un retrete de oro (váter dicen los peninsulares) en una de sus torres Trump, ha tenido que esconderse en el bunker de la Casa Blanca, construida por los esclavizados, arrancados de África, antepasados de George Floyd asesinado después de que el policía Derek Chauvín le asfixiara durante 8 minutos y 46 segundos en Minneapolis. Si no era por la valiente Darnelle Frazer –que recuerda a Rosa Parks que en 1955 se negó a ceder su asiento en un autobús de Alabama en plena segregación racial- quien filmó la escena no sabríamos que la vida de un afroamericano vale menos que los 20 dólares falsos por lo que le detuvieron al “gigante amable”.

Para entender a la tierra de Walt Whitman es preciso acudir al visionario James Baldwin, amigo entonces de los asesinados Martin Luther King, Malcolm X y Medgar Wiley Evers. Para él, según reseña Juan Gelman en Miradas, el problema radica en la necesidad del blanco de encontrar una forma de vivir con su compatriota negro. Esa necesidad lo ha empujado a aplicar sucesivamente el espanto de Lynch –de allí deriva linchamiento- o el Ku Klus Klan, mientras el jazz se expande por el mundo.

Aquí la clave: “Si bien el negro estadounidense ha alcanzado su identidad mediante un extrañamiento absoluto de su pasado, el blanco estadounidense todavía nutre la ilusión de que hay vías para recobrar la inocencia europea (de sus orígenes), para volver a un estado en que el hombre negro no existe”. Resuenan las palabras de Luther King: “La libertad nunca es voluntariamente otorgada por el opresor; debe ser exigida por el que está siendo oprimido”. Curioso, hace 70 años otro blanco que se creía superior, Hitler, se escondía en el bunker de Berlín tras dejar una estela de 60 millones de muertos. (O)

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