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El Telégrafo
Sebastián Vallejo

Todo el mundo ama a Trump

01 de abril de 2016 - 00:00

El problema de Trump no es tanto Trump, como todos los que han construido a Trump dentro del imaginario colectivo de un pueblo que ha vivido pasivamente la transformación de la política en espectáculo. Es un espectáculo que ha evolucionado y que se ha vuelto menos discreto con el tiempo. No es el espectáculo montado, bastante sangriento, que fue la presidencia de Bush, ni tampoco ese espectáculo más sofisticado, menos grotesco, que ha construido Obama. Trump es un espectáculo para un público alimentado por pan y circo, y Trump es el pan, es el circo, y hasta el enano torero.

Con Trump todo es un poco bizarro. Es un tipo que proyecta un aura de emprendimiento y éxito, pero cuyo emprendimiento consistió en pedir un préstamo a su padre por un millón de dólares cuando era joven (y esto de la boca de Trump) y luego llevar a la quiebra ya-no-sé-cuántas-veces sus empresas. Una vez, señalando a un mendigo, le dijo a su hija: “¿Ves a ese tipo…? Ese tipo tiene 80 millones de dólares más que yo” (y esto de la boca de su hija).

Pero a pesar de esto, a pesar de los innumerables reportajes sobre sus fracasos económicos, a pesar de los incontables cuestionamientos sobre el tamaño real de su fortuna (según él, solamente la marca Trump vale $ 3 billones, aunque, también según él, esto varía de acuerdo a su estado de ánimo), a pesar de las serias dudas sobre su idoneidad para administrar una compañía, no se diga un país, a pesar de todo esto, Trump sigue liderando la candidatura para la nominación republicana.

Desde el inicio de su campaña, Trump fue el mal chiste al final del comentario político. Desde el primer día, los entendidos y los analistas decían que la campaña de Trump no duraría más de un mes. Dos meses. No pasaba del primer debate. Se desplomaría después de las primarias en Iowa. Pero Trump está ahí. Primero. Es un candidato que ha insultado a básicamente todo el espectro de la población estadounidense que no es un hombre blanco. Ha insultado a latinos, a mujeres, a musulmanes, a afroamericanos, periodistas. Ya se está quedando sin gente a quien insultar.

En el inicio de la campaña de Trump, el Huffington Post decidió incluir a todas las noticias relacionadas con Trump en la sección de entretenimiento. Mala idea. Es la sección más leída. Según un análisis del New York Times, Trump ha comprado $ 10 millones en tiempo al aire, pero ha recibido casi $ 2 mil millones en tiempo gratuito (tiempo dedicado a Trump solo por ser Trump). Su campaña incluso ha podido sacar provecho de cada mofa, de cada cuestionamiento, de cada menosprecio hacia Trump. Porque cada una de esas cosas es también un insulto a un republicano que piensa en Trump como un candidato legítimo. Nada como insultar a varias decenas de millones de personas para crear un candidato como Trump.

Y puede que caiga en el mismo juego de la prensa norteamericana, con el atenuante de que esta columna no es ampliamente leída por los votantes republicanos, mencionando a Trump, y criticando a Trump, y repitiendo Trump 26 veces al punto que no sabemos quién más está en la competencia, pero Trump resulta solo una manifestación de algo mayor. Trump es el profeta de la nueva política. Aquella que se gana, como se gana un reality; aquella que se gana con sound bites de 5 segundos y con cada vez menos debates; aquella que se gana con circo, con mucho circo. Y mientras el circo sucede, la política pasa (la política que debería importar).
Lo peor de Trump, al final del día, es que su alternativa es Cruz. Y Cruz incomoda hasta a su hija. (O)

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