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El Telégrafo
 Juan Carlos Morales. Escritor y periodista ecuatoriano

Quito, el regreso a la semilla

29 de noviembre de 2018 - 00:00

Acaso, la escena más triste de Quito está fechada en 1553, bajo el título Esta ciudad se suicida, en el primer tomo de Memorias del Fuego, de Eduardo Galeano. Al ser un relato breve, lo comparto: “Irrumpen, imparables, los hombres de Benalcázar. Espían y pelean para ellos miles de aliados indígenas, enemigos de los incas.

Ya se está yendo el general Rumiñahui cuando prende fuego a Quito por los cuatro costados. Los invasores no podrán disfrutarla viva, ni encontrarán tesoros que los puedan arrancar a las tumbas.

La ciudad de Quito, cuna y trono de Atahualpa, es una fogata gigantesca entre los volcanes. Rumiñahui, que jamás ha sido herido por la espalda, se aleja de las altas llamas. Le lloran los ojos, por el humo”.

Hay que volver a su génesis para entender a una urbe, mucho antes de cuando sus primeros pobladores tuvieron que abandonar su tierra por la erupción del Pululahua o, más tarde, los vestigios encontrados en el sector de La Florida –donde existe un excelente museo que conserva las tumbas de pozos cilíndricos de hasta 15 metros- y llegar a su mitología: Quitumbe quien, como sus ancestros, entendió los pisos ecológicos y se desplazó desde el litoral a las montañas.

Existieron muchos pueblos que habitaron en lo que hoy es Quito. Una fuente de consulta es Las antiguas sociedades precolombinas de Ecuador, de Santiago Ontaneda Luciano, para el catálogo de arqueología.

“Debido a su importancia geográfica, pues allí confluían distintos caminos, es que la zona fue vista como un gran espacio en donde se podían realizar actividades comerciales, por lo que los señoríos vecinos enviaban colonias para que se asienten en ella”.

Quito, por sus rastros arqueológicos, tuvo gran influencia Caranqui (el señorío de la actual Imbabura) y del sur de Cotopaxi y Tungurahua. Lingüísticamente tuvo influencia Caranqui y Panzaleo.

Obviamente, Quito también son sus diablillos que ayudan a Cantuña o sus magníficas iglesias, pero también las periferias desde donde llegaban los capariches. Como todas, es una ciudad múltiple, pero nada se puede entender si no se miran sus orígenes. (O)

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