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El Telégrafo
Bernardo Sandoval

Impunidad: desaliento social

21 de junio de 2020 - 00:00

Saturados, como estamos, de corrupción, parecería necio seguir hablando de este tema; no obstante, la impunidad es un terrible factor de desaliento social y de mortificación para la gente honesta y merece ser comentada. 

 La clase política ha sido el blanco de las críticas y acusaciones sin comprender que los políticos son parte de la población en la que la corrupción infiltra a todos los grupos. No todos los políticos roban pero, al ser visibles, cuando se destapa un escándalo, son inmediatamente reconocidos y la generalización afecta a los honestos. En cada atraco, hay personajes que no pertenecen a la política y, al ser desconocidos, sus nombres se desvanecen. A veces, los corruptores, oferentes en la contratación pública, ni siquiera son empresarios, y por ello, menos conocidos aún. Su notoriedad es solamente patente cuando, en un episodio propio de telenovela, fracasan en el intento de huida en avioneta supuestamente robada.

 Se ha señalado que la educación en valores, ética y cívica; que la religión y sus códigos morales; que el endurecimiento de las penas y le revisión de los códigos penales, serían las condiciones que permitan extinguir o atenuar la corrupción. Probablemente lo sean. Loables propósitos y quizá adecuados en el largo plazo.  

 Sin embargo, en el corto plazo, solamente el castigo, la prevalencia de la justicia y la cárcel, serán las fórmulas que consigan algún resultado.

La impunidad es palabra que señala “ausencia de castigo” y, lamentablemente, para que el ser humano evite incurrir en acciones dolosas, debe saber que, de hacerlo, habrá la consecuencia de un castigo, mayor o menor.  Hay quienes opinan que el conocimiento de un posible castigo no disuade al delincuente.  Yo discrepo.

La impunidad es un incentivo para el delincuente, tanto el de la calle y el de cuello blanco. Cuando los jueces cumplan con su deber, como les corresponde, se desalentará el delito, al menos en el corto plazo. 

Para que el obrar honestamente sea una práctica generalizada, habrá que esperar a que, tras una o dos generaciones, la educación logre el objetivo.  Hasta tanto, para coartar la corrupción habrá que desterrar la impunidad. Los jueces tienen la palabra. (O)

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