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El Telégrafo
 Juan Carlos Morales. Escritor y periodista ecuatoriano

El “Fakir”, primeros 100 años

26 de julio de 2018 - 00:00

Cuenca se ufana en ser la ciudad de los poetas. Hace poco, recorrí el museo en homenaje a Remigio Crespo Toral, en la Calle Larga. Más allá de los muebles antiguos, del traje de levita, del gusto afrancesado, hay una fotografía: el día en que es coronado con una aureola de laureles como Poeta Nacional, el 4 de noviembre de 1917. En el museo pregunté sobre algún poemario. Busque en internet, me dijo una amable guía. Obvio, no hay casi nada.

En esa época, en 1918 nacía César Dávila Andrade, pero su élite -la poesía era una representación- no estaba lista. El poeta acusado de borrachín quedaba tercero en los concursos florales y emigró de la “Atenas del Ecuador” a Quito. Otra vez el país -que había cantado tan admirablemente en Catedral Salvaje y lo había estrujado en Boletín y Elegía de las Mitas- le dio la espalda.

Mejor se fue a Venezuela donde, en un día aciago de 1967, se suicidó acaso frente al espejo.

¿Qué pasó, con este escritor que está a la altura de los grandes del orbe? En la antología meritoria de Xavier Oquendo Troncoso, para la colección Visor de Poesía, de Madrid, lo dice: “Si César Dávila Andrade hubiera llegado a París, habría llegado lejos”.

Y esto no se trata de una mirada provinciana sino de una realidad ineludible porque no es hora de ir a París. Ecuador lee medio libro al año (Colombia lee cinco) y un tiraje de 1.000 libros es casi un best seller. Obviamente, se agradece el trabajo de María Augusta Vintimilla o de Jorge Dávila Vásquez, además de otras voces que promueven su centenario, en estos días.

Pero el “Fakir” es un desconocido y necesita una difusión mundial, sin falsas humildades. Mire el lector lo que hace la Universidad de Chile en su sitio web con sus poetas, de Huidobro a Parra, o Perú con Vallejo, amén de publicaciones.

El país, y la Universidad de Cuenca en particular, tiene la palabra, no para momificarlo en un museo sino para que su obra esté viva. El único reconocimiento real a un poeta es que las nuevas generaciones lo lean. Lo otro, es el olvido.

“Amauta poderoso, toda verdadera canción es un naufragio”, nos legó el “Fakir”. (O)

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