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Fosa 798, cementerio El Batán (coletilla a El secreto de Javier Vásconez)

VásJavier Vásconez en la calle Juan Rodríguez, barrio La Mariscal, Quito. Foto: Leandro Álvarez.
VásJavier Vásconez en la calle Juan Rodríguez, barrio La Mariscal, Quito. Foto: Leandro Álvarez.
13 de octubre de 2014 - 00:00 - Fernando Escobar Páez. Escritor

¿Quién es el monstruo

entonces?

 

La pacata y políticamente correcta industria editorial ecuatoriana hasta hace poco renegaba de El secreto, obra icónica pero escasamente difundida de Javier Vásconez, la cual fue publicada de manera casi artesanal por primera vez a mediados de los años noventa, gracias al auspicio de amigos personales del escritor, agotándose la edición en apenas 4 días.

Tuvieron que pasar casi 20 años para que este relato sea reeditado en nuestro país (Editorial Antropófago, 2012) en una edición bilingüe español/francés. La vida internacional de esta novela tampoco había corrido con mucha suerte, siendo censurada en Paraguay, Francia y Canadá, pero en días pasados Editorial FOC rompió el tabú y puso al alcance de todos los lectores hispanoparlantes esta trepidante obra en formato e-book.

¿A qué se debe tanta animadversión hacia esta nouvelle? La literatura inspirada en crímenes reales es fructífera y vende bien, siendo el caso más renombrado A sangre fría de Truman Capote; pero a diferencia del escritor estadounidense, Vásconez optó por renunciar al lenguaje periodístico y a toda connotación moral para construir una historia paralela a la de Daniel Camargo Barbosa, psicópata colombiano que violó y asesinó a —según cálculos conservadores— 70 mujeres, la mayoría de ellas menores de edad.

Son estas renuncias en pro del estilo narrativo que el autor tomó conscientemente las que provocaron que esta obra sea tácitamente proscrita. Ecuador no registra en su historia grandes asesinos seriales, y los 10 años transcurridos entre los crímenes del extranjero Camargo y la primera edición de El secreto no fueron tiempo suficiente para borrar el horror y la xenofobia que marcaron a la sociedad ecuatoriana de la época. Estos sentimientos negativos persisten, pero los hechos originales se han olvidado y al fin se le ha concedido el lugar preponderante que merece dentro del canon literario nacional a este relato peligroso en cuanto cuestiona nuestra buena y cómoda conciencia de lectores.

El secreto en ningún momento pretende ser una biografía de Camargo, un thriller policíaco, menos aún, un intento de glorificación o de naturalizar sus aberrantes crímenes. Estamos frente a una obra narrativa vertiginosa, pero no por ello exenta de belleza poética, que nos plantea una serie de preguntas inquietantes que conciernen tanto al individuo como a la sociedad, y —en última instancia— a la condición humana misma: ¿qué convierte a un hombre de intelecto privilegiado en un monstruo? ¿Qué tan válidas son las convenciones morales y el derecho penal para juzgar a ese Otro enfermo que alguna vez pudo ser idéntico o incluso superior a nosotros?

El personaje central —nombrado Rubén Camacho por Vásconez— no requiere de antagonista. Su monstruosa conducta tiene su génesis en una serie de traumas infantiles y afrentas absurdas que ni siquiera el autoexilio en Quito ha conseguido borrar. La redención le resulta imposible llevando una vida normal con jefes y horarios, los recuerdos abyectos reaparecen con mayor frecuencia cuando intenta ir contra su propia naturaleza marginal, y algo tan pequeño como un pañuelo de mujer basta para desencadenar el apocalipsis sobre Quito.

“Sólo sé que la serpiente ha venido a purificar con su energía sibilina el aire del desierto, del mundo que me rodea, de la vida en los arrabales de esta ciudad. Porque la serpiente tendrá su día. Había que apartar la arena y el polvo del camino. La maldad es una cosa aparte, separada de mí, pues nunca he sido tocada por ella”, señala Camacho, individuo frío y desapasionado que aunque acepta ser responsable de los hechos que se le imputan, niega sentir culpa o merecer castigo, pues sus actos no están condicionados por placer u odio alguno, sino que obedecen a un dislocado sentimiento de piedad hacia su víctima, a la cual ‘purificó’.

Desde su óptica, nosotros, ‘los normales’, somos los perversos y es su deber abusar y matar niñas para salvarlas de la corrupción que inevitablemente desarrollarían si llegasen a convertirse en adultas en esta moderna Gomorra enclavada entre los Andes.

Un elevado sentido de la liturgia y no mero fetichismo lo mueve a conservar objetos personales de su víctima, la prenda mancillada es un altar consagrado a la belleza efímera que alguna vez poseyó el ‘ángel’ que acaba de fabricar con tanta violencia.

A medio camino entre el absurdo y la santidad monstruosa, emparentado con Mersault de Camus y Juan Pablo Castel de Sábato, Camacho es lastimado tanto por la luz como por su miedo irracional a los ciegos, vislumbra insectos en su encierro y estos se convierten en los únicos testigos de su verdad: “Soy mejor que ellos cuando no tengo ningún trato, ninguna obligación con ellos”, confiesa a las arañas que imagina construyendo telas mortales en su querida y mínima biblioteca confiscada por la policía(1).

Los restos mortales de Camargo descansan en la fosa 789 del cementerio de El Batán(2), pero con esta publicación a Camacho se le abre un camino de bits que recorrer con los lectores electrónicos que se acercarán al secreto de esta precisa ficción, cuyo magnífico final nos invita a saber más… pero ya no del criminal ajusticiado, sino de la obra de Javier Vásconez, consolidado hace años como uno de los narradores contemporáneos más relevantes de América Latina.

 

Notas:

1.- Cabe señalar que el verdadero asesino fue un erudito autodidacta que llevaba en su maleta La casa verde de Mario Vargas Llosa y Crimen y Castigo de Dostoievsky en el momento de ser capturado en 1986, lo cual, lejos de ser una cruel broma del destino, obedece al amplio bagaje literario que el hombre adquirió mientras purgaba una condena en la isla-prisión Gorgona de su natal Colombia, siendo el único reo que ha conseguido escapar de dicho panóptico tropical.

2.- Fue asesinado en su celda el 13 de noviembre de 1994 por otro recluso, el cual afirmó ser sobrino de una de sus víctimas.

 

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