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El propósito de Juan XXIII fue abrir las ventanas de la Iglesia para que entrara aire fresco, aire puro y se oxigenara la Iglesia. El punto clave del Concilio Vaticano II fue que vayamos al centro del catolicismo, que es la eucaristía y el prójimo, y nada más; que quitemos todo lo que es cascarón. El propósito fue quitar todo lo superficial que equivale a la simple religiosidad y lograr una fe verdadera que no es otra cosa que el compromiso personal con Cristo.
Ser cristiano significa tener a Cristo como único bien, y si tenemos a Cristo como único bien surge el afán de ser humildes, verdaderos, generosos, justos, responsables, alegres, fieles, generosos, solidarios.
Con el Concilio Vaticano II se realizaron algunas innovaciones, tales como la misa, que antes se hacía en lengua latina se estableció que se celebrara en lengua vernácula; antes el sacerdote celebraba dando la espalda al pueblo, ahora lo hace frente al pueblo; se eliminó el púlpito que servía para los sermones o las homilías, se suprimieron los golpes de pecho que se practicaban cuando se rezaba el acto de contrición, también se eliminó la costumbre de arrodillarse durante la consagración; aquí cabe una aclaración: esto de arrodillarse durante la consagración se permitió que en América Latina se siga practicando dada nuestra idiosincrasia y el profundo sentimiento religioso que tenemos los latinos. Con esta aclaración el hecho de que alguien no se arrodille no significa falta de reverencia. El hecho de no arrodillarse establecido o mandado por el Concilio tiene un simbolismo, de que somos Iglesia en marcha y que estamos de paso hacia la Iglesia triunfante, o sea el Cielo. Por este motivo muchas iglesias en Colombia no tienen reclinatorio. Se eliminó también el púlpito, donde se pronunciaba el sermón que hoy llamamos homilía; también se eliminó la pila con el agua bendita, el colocar velas a los santos; sin embargo, se sigue con estas costumbres porque es muy difícil cambiar la mentalidad de la gente. Muchos confunden la simple religiosidad con la fe; si algún sacerdote les reclama sobre esto se resienten y dicen que van a perder la fe. El Evangelio dice: “No quiero sacrificios, sino misericordia y compasión”. Como dice el padre Pierre, lo primordial es el ser humano.
El Concilio Vaticano II se convirtió en un hecho que transformó profundamente la vida de la Iglesia, cuya repercusión se siente hoy. En la actualidad hay muchos que lo han olvidado, otros que ni siquiera lo conocen. Lo único cierto es que las ventanas de la Iglesia se han abierto y, como dijo el papa Francisco: “La primavera de la Iglesia ha comenzado, y el mejor vino está por venir”.
Luis Alfredo Ramón Ochoa
C.C. 1700851643