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Universidad de Guayaquil

02 de diciembre de 2013

La universidad en la que se educaron y formaron los más destacados hombres y mujeres de la ciudad y del país, hoy, penosamente devaluada, corre el riesgo de desaparecer de no realizar los cambios  indispensables que la nueva época demanda.

El sitial deshonroso en el que se halla no es producto de una hecatombe  ocurrida ayer, es resultado de un inveterado proceso con una pendiente que lleva tres décadas, y su desordenada y caótica situación es fiel reflejo de la crisis social, política, económica y cultural que vivió  Ecuador en el pasado.

Secuestrada por la politiquería y abandonada por los gobiernos de turno, la institución quedo reducida a un espacio carente del estímulo vital para producir conocimiento. Se produjo un fenómeno regresivo que la posicionó como extensión maquillada del nivel secundario donde campeó el facilismo y estuvo ausente el rigor académico.

Universidad parcelada, con facultades convertidas en feudos y decanos en ‘jefes’, cuyas miradas no se extendían más allá de sus personales intereses y de los grupos a los que se obligaban a pagar favores. La nueva elección se transformó en la mayor preocupación-oficio de los mismos de siempre. Nos acostumbraron a las góndolas, a los altoparlantes, a las campanas, a las paredes pintarrajeadas, a las banderas y voces de reivindicación, a las expresiones de violencia, a las piedras, quema de llantas, carros y policías, a herir y matar al compañero de pensamiento diferente. Una violenta locura politiquera en los claustros universitarios.

Obligada la Universidad de Guayaquil a enrumbarse hacia la excelencia que todos anhelamos, el Gobierno y sus dependencias de educación superior actuantes debieran conceder tiempos más flexibles y mayor apoyo para la conversión, si consideran las décadas que se tomaron los politiqueros ‘universitarios’ y ‘gobiernos’ sin nombre (traidores, corruptos, cocteleros…) para provocar la magnitud del desastre organizacional actual; por su parte, las autoridades universitarias comprometerse a iniciar una verdadera depuración de los males y las personas responsables, por todos conocidos.

Dr. César Bravo Bermeo

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