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Traducido de la lengua indígena de pobladores de la zona, po-sor-já es ‘espuma de mar’, que también es el apelativo con el que se llamaba a una joven hermosa. Antes de que los incas llegaran a invadir los cacicazgos ribereños, el pequeño poblado cuenta la leyenda que sus habitantes vigilaban a los belicosos puneños con sus flotas de balseros. Un día sus atalayas divisaron una pequeña nave al garete que acoderó en las mansas playas y los nativos acudieron a verla. En ella había una pequeña niña sobre una manta de algodón con jeroglíficos, destacando en su cuello un collar con diminutas piezas de oro con un caracolillo de igual metal, brillante y amarillo como sus finas hebras del cabello lacio de su cabecita que al igual que todo su cuerpecito era blanco como las nubes en un cielo azulado. Los absortos pobladores la llevaron a su cacique, quien convocó a todos los adivinos para que emitan una explicación sobre el singular hallazgo, pero ninguno pudo descifrar ni los jeroglíficos de la manta ni el caracolillo de oro pendiente del cuello de la niña ni su origen. Solo elucubraron que se trataba de una deidad protectora, hija del mar. Los vigías y cuidadores de la niña la llamaron ‘Po-sor-já’, quien creció con igual belleza, bajo la protección del cacique y cuidado de todos los pobladores, desde entonces conocidos como posorjeños. Querían conocerla, desde príncipes, curacas hasta hechiceros. Prendados de su belleza, la veneraban y le ofrecían presentes a esa semidiosa de esbelto cuerpo virginal de larga cabellera, adornada con flores campestres y sus brazos con plumas de papagayo y su infaltable caracolillo en su cuello blanco. La bella joven no realizaba ninguna tarea, excepto participar en danzas y festejos rituales en donde era la figura central. Vagaba libremente por la campiña y sus lomas jugando con los niños, recogía flores y frutas que obsequiaba a los sacerdotes y guerreros, también recogía plantas medicinales para los enfermos. En ocasiones meditaba con su cabeza erguida y fulgurante mirada al cielo y tomando su caracolillo junto al oído parecía escuchar voces que transmitía como presagios victorias, derrotas, pestes y muertes; de igual modo lo usaba como silbato agudo y el mar se encrespaba.
Hasta Huayna-Cápac acudió a ella para que le vaticinara sobre su imperio y sus hijos Huáscar y Atahualpa. Luego de las peleas de los hermanos, Atahualpa también vino a la costa y, después de guerrear con los puneños, Po-sor-já y su séquito le ofrecieron hospitalidad. Le presagió que su gloria era corta porque vendrían hombres ajenos a estos lares, de tez blanca, de largas barbas, con armas afiladas y con tubos que escupían fuego, cabalgando en monstruos desconocidos, sembrando muerte y terror. Luego de esa fatal y veraz visión, Po-sor-já se dirigió al mar anunciando que esa era su última revelación, entonces una gran ola la cubrió y desapareció.
Actualmente Posorja, parroquia rural del cantón Guayaquil, prospera. Y espera progresar más con la construcción del gran puerto a aguas profundas y una nueva carretera que viabilice el gran flujo comercial y turístico. El futuro es promisorio.
Fernando Coello Navarro