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El Telégrafo

Plantón vociferante

25 de julio de 2011 - 00:00

Pasadas las cinco de la tarde del jueves, subía en taxi por la Veintemilla,  cuando frente a la sede de El Universo en Quito  topé con un plantón que invadía la calle con pancartas en las que se destacaba la palabra libertad y una que pedía sonar la bocina en solidaridad. El chofer del taxi espontáneamente rehusó hacerlo, dándome sus razones solidarias con el Presidente. Su vehículo recibió ligeros golpes de quienes clamaban libertad de opinión.

Comprobaba una vez más que desde los propietarios, directivos y jefe de edición hasta sus trabajadores, no tienen noción de la diferencia que hay entre libertad de expresión y de difamación. Porque la esencia del problema, politizado al  extremo, es la calumnia comprobada que lanzó en su editorial “No a las Mentiras” Emilio Palacio contra el Presidente de “haber ordenado fuego a discreción y sin previo aviso contra un hospital lleno de civiles y gente inocente”. No solo es difamatoria  contra el Jefe de Estado, sino contra el país, que estaría gobernado por un criminal.

Considero un deber salir en defensa de la verdad. Hubiera hecho lo mismo, con igual entereza, si se hubiera dictaminado lo contrario. Pero se ha probado que el 30 de septiembre fue un golpe de Estado y de magnicidio frustrados, que condeno como colombiano residente desde hace años en Ecuador, donde he sido acogido como conciudadano.

Y lamento que el editorial del diario bogotano, El Tiempo, de este viernes, califique el dictamen de la justicia  de “página negra para el periodismo libre e independiente” sin investigar la verdad, y que el director de la SIP la denomine  “grave zarpazo a la libertad de información”, confundiéndola con el zarpazo calumnioso del editorialista de marras, hoy condenado a prisión y a una millonaria indemnización ejemplarizante, que algunos estiman desproporcionada, haciendo caso omiso de lo que representa la honra de la Patria y de su Presidente constitucional.

El Universo añadió injuria con la petición al Presidente  de que escriba como quiera lo que debe publicar el periódico, cuando se trató de una calumnia que simplemente había que reconocer. El magnate Murdoch del periodismo amarillo lo supo hacer, al reconocer el error y pedir perdón, sin quejarse de que tener que cerrar el diario más vendido del Reino Unido fuera desproporcionado castigo, así quedara casi medio millón de trabajadores en la calle.

Estos, como los de El Universo, son víctimas. No deberían pagar por los errores de sus empleadores, pero tampoco prestarse para que triunfe la impunidad.

Gustavo Pérez Ramírez
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