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Pocos minutos después de que Argentina perdiera frente a Chile en la tanda de penales, sin conseguir la Copa América Centenario, en el majestuoso estadio MetLife de Nueva York, se multiplicaron los mensajes en las redes, en su mayoría burlones, pero sobre todo ofensivos, más que por la derrota de los argentinos, por el error de Lionel Messi, a la hora de fallar un tiro penal que podía haberle quitado a Chile el inédito bicampeonato y olvidan el contexto de su historia de vida y sus genialidades que lo han llevado a no ser parte del montón. Probablemente es esto último lo que muchos espíritus mezquinos no le perdonan.
Uno de los ‘memes’ del Enjambre, como llama a las redes el filósofo coreano Byung-Chul Han, mostraba a un sonriente papa Francisco levantando una copa litúrgica (cálice) con un texto al pie de la imagen: “El único argentino que levanta la copa”. Otro ilustraba a un pelotón de fusileros, que tenía en frente suyo a un hombre a punto de ser fusilado. Los fusileros le preguntaban a la víctima: ¿cuál es tu último deseo? Este respondía: “Que dispare Messi”. Ambos chistes me sacaron risas, ¿por qué negarlo?, pero no me duraron mucho tiempo.
Horas después supimos que el futbolista profesional más caro del mundo, quien solo dos días antes de esa pesadilla había cumplido 29 años, decidió nunca más vestir la camiseta ‘albiceleste’, esa misma que durante un siglo conquistó 14 copas América, pero ninguna con los botines del menudo futbolista. Pocos recordaron que quienes son parte del hipermercantilizado negocio del fútbol le habían exigido a Messi convertirse en el sucesor futbolístico de Diego Armando Maradona; más si el osado ’Pelusa’ había desafiado a lo que él llama la ‘mafia de la FIFA’. Tamaño despropósito, pretender que los liderazgos se heredan o se decretan. Messi, a quien difícilmente se lo ve sonreír, a pesar de que su pase se cotiza en 250 millones de euros (si es que el Barcelona quisiera venderlo), durante el partido mantuvo esa mirada cuasi de extravío y tras su fallo no solo que se refugió en la cabaña de la banca de suplentes, sino que momentos después soltó lagrimones enormes e incontrolables. Las lágrimas de Messi (excepcionales para que los medios espectacularicen grotescamente su historia) no solo reflejaron su frustración frente al resultado, sino -sobre todo- su impotencia frente a toda laya de negociantes (incluido su propio padre), que han multiplicado sus negocios particulares a costa de su juego bonito, sin reparar en todo aquello que a ‘Leo’ le produce esa mirada triste.
Los sabios del fútbol, los de las cabinas de radio y los de los graderíos, al unísono olvidan que a este chico tuvieron de niño que inyectarle en sus piernas para que se pusiesen fuertes y aptas para abonar al espectáculo que sigue engordando a los dirigentes de la FIFA, de Adidas, Head & Shoulders, de los trajes Dolce & Gabbana que cada vez lo han enfundado para recibir el Globo de Oro que entregan los dirigentes del fútbol europeo a estos jóvenes, muchos sudamericanos, que aportan hasta con lágrimas para multiplicar las fortunas de dirigentes corruptos que merecen la cárcel. Todos han olvidado que el que no metió el penal, y por tanto -desde su lógica elemental- debe ser agraviado, nació con un incipiente autismo, diagnosticado por el psicólogo y pediatra austriaco Hans Asperger y fue llevado por su padre a España para que supuestamente le curasen de una deficiencia hormonal. Probablemente todos, incluido su progenitor, olvidan que este niño que nació en un modesto hogar rosarino lo único que quería era patear una pelota, aunque sea de trapo, para meterle goles al arco iris y a la pobreza. Este chico, que al mirar no mira a nadie, es nada más que una pieza útil que engrana perfectamente en esa máquina de hacer dinero que se llama fútbol, a costa de la ingenua mirada de fanáticos que se niegan a entender que este espectáculo de masas tiene sutiles formas de poder y de dominio. Y al no ver el fútbol desde esa perspectiva, solo abonamos a que haya más miradas tristes como la de Messi, que quiere desenfundarse la ‘albiceleste’, expulsado por esos mismos que lo subieron a un pedestal, para después despedazarlo. Así es el fútbol, ahora.
Rodolfo Muñoz