Publicidad
Mi hijo se acerca, con pinta de abatido, y me dice: “Me congela la sangre ver esto en la calle”. Se refiere a lo que observó hace apenas una hora conduciendo por la avenida Benjamín Carrión, al norte de Guayaquil. Ha visto, en apenas 10 minutos al volante, cómo al menos 5 jóvenes —no mayores a 18 años— consumen sustancias estupefacientes en la vía pública.
Y no es que mi hijo sea un conservador o moralista, lo que lo aflige es ver cómo una generación de jóvenes —no todos, obviamente— están cayendo en este drama de las drogas.
Con la misma aura de pesimismo, mi hijo reflexiona que el problema de las drogas siempre ha estado incrustado en nuestra sociedad, siempre ha estado ahí, solo que muchas veces volteamos la cara.
Ahora, en pleno siglo XXI, lo que ha cambiado es que lo vemos a diario, en nuestras esquinas, debajo de los puentes e, incluso, nos enteramos de que el consumo ha llegado a las aulas de los colegios.
Esto no se trata de decir que el Gobierno es el responsable, no se puede ser tan simplista, tan básico para decir eso.
Esto no es cuestión de un presidente, de un ministro, de un alcalde... Esto va por el lado de que la problemática mundial de las drogas se está desbordando en todas las latitudes del planeta. Y la solución no es meter preso a cada consumidor que se halle en la calle. Lo que hay que hacer —y, ojo, no es suficiente— es ayudar a esas personas con una mirada profesional.
Aquí corre la titánica labor que deben desempeñar los centros de salud y hospitales del país, teniendo como cabeza al Ministerio de Salud. El rescate de esta persona debe ir acompañado de un trabajo arduo de psicólogos y psiquiatras para respaldarlos en esos momentos tan difíciles.
Y son temas como estos los que deben unir a los ecuatorianos. Dejemos de lado las rencillas, los odios desmedidos por tal o cual personaje político. Arrimemos todos el hombro para evitar que Ecuador pierda una generación valiosa de jóvenes.
Vicente Jaén
Guayaquil