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El Telégrafo

Entre la ecología, el ecologismo y los “ecologistas infantiles”

04 de junio de 2012 - 00:00

Soy biólogo, aquel que estudia la vida. Me considero un naturalista, es decir un amante retratista de la naturaleza. Como ecólogo –el biólogo científico que estudia patrones, interacciones y procesos en los ecosistemas– siempre he pensado que los argumentos que mueven a los activistas ecologistas nacionales e internacionales son totalmente legítimos, pues se basan en estudios serios y multidisciplinarios que alertan al mundo, especialmente a los países y grupos económicos que más contaminan el planeta, de los horrores de explotar indiscriminada e irresponsablemente los recursos naturales.

Ahora, como es de conocimiento general, Ecuador no está dentro de ese grupo de países súpercontaminantes, sin embargo, otros son los discursos que hemos escuchado estos últimos tiempos. Yo me he preguntado entonces, ¿estamos realmente empeñados en destruir nuestros recursos más preciados? O, ¿estamos encaminados a ser un país altamente destructor? Dejemos que los números hablen por sí solos: El 19% del territorio ecuatoriano se encuentra protegido bajo jurisdicción.

Desde el año 2008, el proyecto Socio Bosque ha ayudado a conservar cerca de 1’000.000 de hectáreas de áreas naturales a nivel nacional –esto sin contar con las reservas privadas preexistentes y que no se han adherido al plan de apoyo gubernamental–. Es decir, no menos de un 23% del territorio ecuatoriano (unos 64.000 km2) se encuentra legalmente protegido.

Un sueño para los grandes países ricos y ONG internacionales que tienen esa facilidad, desfachatez y mala costumbre de mirar y criticar la paja en el ojo ajeno. Existe un plan ambicioso para reforestar alrededor de 1’000.000 de hectáreas más.Si la Iniciativa Yasuní ITT se hace efectiva, estaremos evitando emitir unas 407 millones de toneladas de CO2 a la atmósfera.

El Ecuador tiene proyectado dejar de depender de la energía térmica –es decir de la energía eléctrica que se genera a partir de la quema de combustibles fósiles y que aún representa el 50% de la producción energética nacional– para hacerlo de un 99% de energía hidroeléctrica, eólica y geotérmica, que es más barata, “renovable” y menos contaminante, evitando con esto la emisión anual de 217.601 toneladas de CO2 a la atmósfera.

Los proyectos de mejorar la calidad de los combustibles para ensuciar menos el aire que respiramos –financiados por los impuestos verdes– son ahora una realidad. La gasolina y el diésel, respectivamente, pasaron de tener 1.000 y 7.000 ppm de azufre, a 650 y 500 ppm, y esto es solo el comienzo. Para antes de que entre en operación la Refinería del Pacífico (donde contaremos con combustibles de altísima calidad) el reto es bajar a 150 y 250 ppm de azufre de la gasolina y diésel, respectivamente.

10.500 (y contando) vehículos de transporte público, viejos y contaminantes, han sido chatarrizados en 4 años a nivel nacional, reduciendo la emisión de 10.500 toneladas de CO2 a la atmósfera; cabe destacar que el hierro nuevamente
obtenido es reciclado para su utilización en infraestructura pública. La inversión histórica en promocionar internacionalmente al Ecuador como destino turístico hizo que exista un 23,5% más turismo extranjero en 2011 que en 2005.

Más aún, Ecuador lidera la propuesta de compensación por emisiones netas evitadas (ENE) que incentiva a la gente a evitar la deforestación, como antítesis al programa de reducción de emisiones producidas por la deforestación y la degradación forestal en los países en desarrollo (REDD, por sus siglas en inglés) que, al contrario, estaría incentivando a la deforestación para obtener compensación económica por reforestación.

Aunque muy polémico, pero no menos alentador ambientalmente, es que desde ahora la minería ilegal, la mayoría de veces artesanal, que inclusive es más contaminante (nadie protestaba por eso) que la llamada minería a gran escala, ya no existe más y, por primera vez, todos los procesos mineros tendrán que regirse a las exigencias ambientales  que el Estado imponga.

Todas estas son acciones reales que, en términos netos, nos alejan aún más de entrar al grupo de los grandes depredadores de la Madre Tierra. Claro que falta mucho por hacer y mejorar en todos los ámbitos mencionados, sin embargo, en la actualidad el Ecuador es probablemente uno de los países más verdes del planeta, resultado sin duda de inmensas presiones socioambientales, pero también de decisiones políticas
acordes a ellas, lo que revela el estado democrático que aquí vivimos.

Pero más importante que todo lo expuesto anteriormente, hoy como nunca, se está invirtiendo en desarrollar a la ciencia y la tecnología para en un futuro, más cercano que lejano, justamente depender en menor medida de nuestros recursos naturales. Podríamos ser el país que le venda al mundo tecnología de energía “100% limpia”, métodos efectivos de reciclaje con menos impacto ambiental y que utilice menos agua, protocolos más efectivos de remediación ambiental, restauración ecológica y reforestación, organismos que degraden basura inorgánica y otros desechos tóxicos, biocontrol de plagas, etc. Con esto podríamos dar alternativas viables para reemplazar a la minería a cielo abierto, a mi criterio poco deseable en un país con tantos potenciales muchísimo menos destructores e igualmente exportables, como el biocomercio legal o hasta el cine documental de naturaleza.

Está en los ecuatorianos decidir qué tipo de desarrollo tecnológico queremos tener. Ahí también nos quiero ver, bien activos y proponentes, a todos los verdes ecólogos-ecologistas respetuosos amantes de la naturaleza, buscando la manera de salir de la retórica para, mediante acciones reales, acercar al planeta a una verdadera sustentabilidad.

Rafael E. Cárdenas
(Estudiante de doctorado Universidad Pierre y Marie Curie, París-Francia)

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