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El Telégrafo

El pepo y trulo, y el ñoco

06 de octubre de 2012 - 00:00

En el siglo pasado, cuando había muchas calles sin pavimento y sin asfalto, es decir, eran de tierra, en el Guayaquil de antaño y romántico, los niños solíamos jugar con las bolitas de cristal, también conocidas como canicas, al famoso y generalizado juego del pepo, que no era otra cosa que cada niño procuraba golpear con su bolita a la del otro niño que lanzaba a una prudencial distancia, eso requería una singular puntería y hábil destreza.

Además del “pepo” que era golpear a la bola o canica de cristal, también se arriesgaba en  lanzar la bolita para procurar un leve golpe para que pueda quedarse cerca y forme el “trulo” que equivalía a la separación de las bolitas por la medida de un palito de fósforo.

Entonces ese era el “pepo y trulo”. Además, en el juego con las bolitas se buscaba unirse a las mismas con la denominada “cuarta”, que era la distancia de la mano estirada entre el dedo pulgar y el meñique, o en su defecto la medida conocida como “jeme”, que era la distancia entre el dedo pulgar y el índice, obviamente de la mano de los niños, para lo cual jugaban entre los que tenían la misma edad o el mismo “porte” (estatura), para tener similares tamaño de mano y dedos.

Otro juego con las bolitas era el llamado “pique” y “ñoco”, que era golpear la bolita en un “palo” o poste de madera, generalmente los consabidos pilares de las casas mixtas; al golpear la bolita en el “palo” se procuraba con el rebote que se introduzca en un hueco pequeño natural o hecho a própósito que se lo llamaba “ñoco”; y al lograr introducir la bolita en el ñoco se ganaba un premio, que eran pequeños cuadritos de películas recortadas o “billusos”, que eran envolturas coloridas y abiertas, como billetes de los antiguos cigarrillos Lucky, Chesterfield, Camel, Cool, etc., que los niños recogían de los adultos mayores y fumadores que las desechaban.

Al evocar ese pasado por parte de quienes fueron (y fuimos niños), esas vivencias de antaño hacen falta, pues ahora parece que la tónica moderna obliga, por múltiples circunstancias, que los niños practiquen otros juegos, solos y en casa, sumidos en el automatismo y electrónica.

Ab. Fernando Coello Navarro M.Sc.
Profesor universitario

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