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El Telégrafo

Dolor y odio

28 de abril de 2016

Una mezcla, no de sentimientos, sino de pasiones que afloran y desbordan los límites de la razón. Por un lado, la inenarrable tragedia del terremoto que sorprendió a todo un país llenando de luto y dolor que solo lo pueden sentir quienes lo perdieron todo, menos la esperanza. Pero por otro lado, afloraron las más bajas pasiones, desnudando el odio y frustraciones de los políticos de siempre, no solo criticando, también denostando contra todo lo que se hace o no se hace. Al parecer se dice lo que se piensa y se siente, la dualidad corazón-cerebro se traduce al hablar y escribir. Los más duros adjetivos, epítetos, palabras hirientes, irónicas hasta lo impensable hemos visto y escuchado, pero no hemos visto ni escuchado que los que más tienen van a ayudar a construir campamentos para refugiados, no hemos visto ni escuchado que los ricos van a aportar para instalar hospitales de asistencia para los damnificados.

Solo el ejemplar acto de una humilde tía que, aquí en Guayaquil, se hizo cargo de sus once sobrinos, verdaderas víctimas del terremoto; pero parece que no hay más familias en Guayaquil ni en Ecuador, parece que no hay ricos que deseen compartir o al menos ayudar, pero sí se puede ver en las redes sociales ojos llorosos, con lágrimas que nunca derraman las personas que odian porque no sienten dolor; eso nos recuerda lo que dijo San Juan: “Pero el que tiene bienes de este mundo y ve a su hermano tener necesidad, y cierra contra él su corazón, ¿cómo mora el amor de Dios en él? No amemos de palabra ni de lengua, sino de hecho y en verdad” (1ª Juan 3:17,18). Que el dolor, las tragedias, nos unan y no se siga cultivando el odio. Respecto a esa ruin pasión debemos hacer como el expresidente Eisenhower, que cuando le dijeron que había muchas personas que lo odiaban, él simplemente escribía sus nombres en un pequeño papel y lo guardaba en el último rincón del último cajón de su escritorio donde prácticamente pasaban al olvido y no eran tomados en cuenta nunca más.

Ab. Fernando Coello Navarro
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