¿Un año más para lo mismo?
(Las siguientes líneas tienen como autor a un hombre que intenta perseverar como cristiano católico) Hemos llegado, una vez más, al último mes del año. Diciembre. Absolutamente por pura gracia de Dios. Estamos con vida. Sí. Hoy hay quienes -estaban el año anterior compartiendo con nosotros- ya no nos acompañan debido a que la hermana muerte (como decía San Francisco a la muerte) los ha visitado y, consecuentemente, se nos han adelantado en este peregrinar terrenal. ¡Somos privilegiados! Otro motivo más, luego de gozar de seguir con vida, para ser humildes y con ello agradecer a la divinidad. Sin embargo, este año, 2025, ¿Es igual a los años anteriores donde seguimos practicando lo mismo: la superficialidad; la apariencia; o, el estar vacías(os)?
Días previos a diciembre pude percatarme de una conducta que sigue repitiéndose año tras año: una buena parte de personas (pareciera que cada vez es exponencial, en número) van de un lado al otro buscando vestuario o calzado, adornos para usar en casa debido a la Navidad (árbol, por citar un ejemplo), buscando platos o vajillas “para la cena del 24, de la noche buena” (me pregunté sobre esta intención: ¿Únicamente esa noche es buena, y las demás son malas?. Y proseguí, ¿Exclusivamente esa noche se cena y no se realiza esa actividad en las otras noches restantes?), y ni se diga la intensa y hasta desesperada concurrencia a comercios donde se expenden desde artículos para el hogar hasta juguetes. Seré severo en lo que voy a manifestar, más allá de que ni condeno la actividad del comercio ni tampoco a quienes creen que lo anterior configura la antesala de la Navidad. De hecho, el comercio es saludable, y como país lo necesitamos. No obstante, quiero apuntar hacia la conducta humana: nos hemos quedado y nos estamos quedando ahí, justamente en lo material, en lo tangible, en volvernos “puras pantallas”, y no hemos querido transitar hacia lo esencial: hacia la vivencia de la Navidad desde dentro, desde el interior, y así poder notar que aquel Dios todopoderoso que se hizo hombre se quiso hacer frágil, indefenso, humilde y pobre, con un único propósito: que lo identifiquemos y lo acojamos.
“De qué le servirá a una persona ganar el mundo entero, si al fin de cuentas arruina su vida (con la pérdida de su alma)” (paráfrasis del pasaje de San Mateo 16, 21-27, tomado de la Biblia de Jerusalén). Me permito plantear varios casos acompañados de una interrogante: Conseguimos erigir el árbol de Navidad más frondoso, si con los miembros de tú familia te has vuelto una persona completamente egoísta, mezquina, (y digamos las cosas por su nombre) malvada, al grado que haces lo mismo que le hicieron a María y José en Belén (les tiras las puertas en el rostro alegando que no hay sitio); ¿El árbol te va a abrazar, cenará contigo y te reirá o te mirará con aprecio y cariño?... Logramos hacer la mejor jugada (según nuestra conciencia) y entonces nos jactamos de haber engañando a todos (e incluso a Dios, y con osadía lo afirmamos), en concreto cuando tenemos pareja formal y estable (puertas adentro) y fuera de casa caemos en adulterio al mantener relaciones sexo-afectivas con otras mujeres, llegando al grado de ir “regando” hijos, cuando lo que realmente ocurre es que ni nos amamos, peor aún podemos sostener que amamos a los demás, y de forma tan infantil esgrimimos que hemos engañado a todos, cuando a quienes estamos engañando es a Dios y a nosotros mismos; ¿Nos podemos sentir bien cuando demos el abrazo a nuestro cónyuge e hijos, cuando sabemos con certeza que fuera de ese hogar hay otras personas que, al igual que la pareja formal a la que hemos abrazado, están sufriendo en silencio porque creen que somos una realidad (persona de hogar, sincera y fiel), cuando lo que realmente somos es una fantasía de persona (inestable, vacía, insegura y que necesita aparentar lo que no se es para recibir migajas de aprobación a modo de tanque de oxígeno para seguir subsistiendo?... Pensamos que podemos “sacarnos la vuelta” al ser irresponsables en nuestra profesión/ministerio conforme nuestra vocación, y únicamente estamos disponibles en los momentos agradables (cuando las cámaras están encendidas, cuando la persona que nos busca solicitándonos auxilio nos atrae o nos despierta interés por lo que puede hacer por nosotros), pero para los momentos “desagradables” (cuando tocan nuestras puertas para solicitar de nuestro tiempo y auxilio moral/espiritual) nunca estamos disponibles… ¿Cómo se puede ejercer la profesión o llevar a cabo el ministerio con la señora conciencia así de solapada o lastimada? ¿Dónde quedó la fidelidad y obediencia a Dios y a la vocación? ¿Y la práctica de la ética?
Estamos en un momento de preparación (tiempo de adviento; de espera) para la Navidad. Todo termina sobrando y hasta estorbando cuando el interior de la persona no se encuentra en paz (en gracia) ni con ella misma ni con el resto de personas que le rodean (desde rencores, envidias, frustraciones e impotencia, hasta la polilla del odio que carcome todo a su paso); el interior de personas así se encuentra agrietado pero no vacío; por dentro hay mucho dolor y ‘materia’ que empieza a ejercer presión y se aprecia en la fachada, en el exterior, y que pese a los pocos o muchos esfuerzos que se realicen por mostrar a los demás que se lleva una vida feliz, una vez que estamos en contacto con nuestro lugar de reposo las lágrimas, la conciencia intranquila ‘patea’ y la soledad agravan aún más la intranquilidad que se desborda cuando “nadie nos mira”.
Estamos en un momento de preparación hacia la Navidad. Aprovechémoslo de la mejor manera. Si no lo hemos hecho antes, demos ese paso hacia un exámen de conciencia que supera las fronteras de conformar una lista de torpezas o fechorías; procuremos que tienda a poder evidenciar nuestros errores, dando una ‘patada’ al ego y orgullo, no alimentando más al odio a través del acercamiento a quienes hemos herido para decirles: “Soy humano, perdóname”, inclinándonos hacia la enmienda, y sobre todo tocando las puertas de ese Dios bueno para manifestarle con humildad y con dolor: “Soy un pobre pecador, perdóname”. En ese instante, y solo desde ese instante, estamos en capacidad de observar que estamos a puertas de la conmemoración del nacimiento de Dios en la persona de Jesús; nacimiento de una persona de carne y hueso, humilde, pobre, indefenso, inocente, dulce y que nos despierta emoción… Y así, una vez dado el paso aquí narrado, podremos ofrecerle a Jesús lo que hace más de 2000 años experimentó en Belén: un lugar (en nuestro corazón) digno, pobre sí, pero limpio y puro. Y poder expresar a viva voz: “Aquí estoy para ti, para servirte, para lo que tú quieres” (como lo hizo el Burro y la Vaca). De esa manera, la Navidad tiene sentido profundo, y que nos permite, de paso, llevar la Navidad a los demás. La Navidad no es un acto donde recordamos la historia. La Navidad es el recuerdo de alguien que nos ama infinitamente y que espera que le brindemos nuestro interior y nuestra persona para decirle: “Estoy para ti (y para el prójimo, comenzando por los miembros de la familia)”.