Ecuador / Sábado, 20 Septiembre 2025

No hay reconstrucción sobre el barro de violencia

Ecuador vive una confrontación de insultos, agresiones, amenazas y muerte, tan deleznables como temerarias. La corrupción, el narcotráfico, el crimen organizado, ciertos dirigentes indígenas y sindicales que - cuándo les quitan  privilegios - ponen en jaque a un Estado y a una débil democracia para deslegitimarla, minar su marco jurídico, administrativo y social.  

Peligrosamente, la política dejó de ser una discusión de ideas para convertirse en una expresión de odio y nefastos intereses. La polarización que hoy satura el clima público, es el síntoma de una crisis estructural y persistente.

El voto al presidente, Daniel Noboa, después de la Muerte Cruzada y luego en el último proceso electoral, al margen de lo ideológico, fue expresión de un hartazgo social con una dirigencia que, durante más de una década, confundió gobierno con reparto de privilegios, gestión con propaganda, y disenso con traición. Fue la respuesta mayoritaria de una ciudadanía extenuada por una cultura política forjada en la simulación, la dependencia y la impunidad. Ecuador, degradado por años de hegemonía populista, no eligió un proyecto, sino romper con el que estaba vigente.

Como suele ocurrir, en los márgenes de toda dominación quedan los escombros del poder fugado. Y, muchas veces, quienes se dedicaron a construir autoridad sobre la base de la sumisión al líder, la supuesta doctrina infalible y el antagonismo feroz, son los primeros en recurrir a la violencia cuando el sistema que los legitimaba se cae a pedazos y, peor aún, amenaza con seguir manteniéndolos alejados del poder.

El actual gobierno a su estilo, toma medidas justas, necesarias y valientes. La Asamblea, a pesar de los esfuerzos, es muestra de chabacanería rampante que domina la escena actual. Se podría hacer un barrido por la función Judicial, Electoral y el CPCCS. La polarización que contamina la política es síntoma de la magnitud de la crisis que sufre el país.

No hay forma de reconstrucción posible sobre el barro de la violencia. Es esa la premisa que parecen haber olvidado los que la fomentan. El entusiasmo ciudadano se hiela ante una política convertida en espectáculo grotesco. Se necesita una reforma estructural que debe empezar por lo moral.

A la violencia se la combate con instituciones que funcionen; con debates que iluminen en lugar de incendiar; con una ciudadanía que exija, pero que también se comprometa. Está en juego mucho más que un recambio de nombres en las funciones del Estado. Está en juego un mejor Ecuador para las nuevas generaciones.