13 artistas piensan la urbe en Ínfulas de manglar
El entusiasta antropólogo Julio Estrada Ycaza dijo en su guía histórica que Guayaquil era un manglar con ínfulas de ciudad. La curadora e investigadora en artes Ana Rosa Valdez propone un giro semántico de esa frase para una muestra que reúne a 13 artistas guayaquileños que piensan desde su trabajo la ciudad y el manglar como una metáfora. Entonces llama a esta muestra Ínfulas de manglar.
En Casa Cesa, un almacén de muebles y alfombras persas construido en los años 80, después de que se iniciara el proyecto de Urbanización del Salado (Urdesa), se han desplazado por primera vez los objetos en venta para ubicar piezas de arte que reconfiguran formas de representar la ciudad, casi siempre desde la pintura. Las obras se contrastan con la estética clásica y de art déco con la que se decoró.
La gestora de este encuentro es Giuliana Vargas Cesa. Esta joven regresó de estudiar negocios en Italia y, vinculada por su familia con el mundo del arte, se encontró con una ciudad en la que había una proliferación de artistas y pocos espacios para exhibir su trabajo.
Abrir el negocio familiar para reunir a artistas de distintas trayectorias y propuestas le pareció urgente y posiblemente sea un proyecto que pueda sustentarse a largo plazo.
Junto con Valdez seleccionaron a los artistas de esta muestra que es posible verla desde al menos tres núcleos. La primera tiene que ver con los procesos urbanísticos de la ciudad, su arquitectura y la memoria barrial, ahora difusa.
En esos recorridos ficticios por los espacios, que piensan los curadores, Valdez prefiere iniciar por las obras de Estéfano Rubira, dos pinturas que fingen ser el revelado de una fotografía de un lugar que ya no existe.
Rubira registra en su obra el American Park, un centro de diversiones que se construyó al pie del Estero Salado, como un hito de progreso.
“No se trata de una idealización del pasado, sino de ver una fuga del presente, el relato de la modernidad”, dice el autor.
Juan Caguana usa espacios arquitectónicos claves de la ciudad, como el derrotado Gran Hotel Victoria, una construcción de inicios del siglo pasado que se miraba desde el río Guayas. Caguana lo usa desde la ficción de unos hombres montados sobre un elefante en el disfrute del río que desemboca en ese brazo de agua dulce.
Jorge Velarde y Diana Gardeneira confrontan sus miradas sobre un mismo lugar: el barrio Cuba, ubicado a la deriva del Barrio del Centenario –un proyecto urbanístico de la élite– cada uno explora el espacio en un proceso de acercamiento desde la academia.
Velarde lo hace desde el recuerdo del lugar de su infancia, pues vivió cerca del sitio. Gardeneira, por su parte, juega con la arquitectura vernácula, con las construcciones de madera y caña, y se pregunta sobre la representación femenina en un lugar en el que la memoria histórica se le atribuye a los hombres.
Al subir las escaleras, el núcleo se configura desde una mirada hacia lo natural, pero no siempre ecologista. Juan Carlos Fernández piensa en especies endémicas, como el delfín rosado, que dicen se podía ver en las aguas mansas que rodeaban la ciudad. Lo viste con la piel de un cocodrilo, pues ahora sería su forma de sobrevivir.
Eduardo Jaime presenta fotografías de sus recorridos por los cerros que rodean la ciudad y los modos en los que se registra la huella humana. Jorge Morocho experimenta con el paso del tiempo y la luz desde el huerto de su casa. Larissa Marangoni, una de las primeras artistas en reaccionar sobre la contaminación del estero, presenta unas esculturas que representan la memoria del manglar, como una metáfora de la posibilidad de que exista y se habite como un espacio natural.
En la planta baja, la muestra se configura desde miradas más distantes de lo natural. Gabriela Fabre presenta uno de sus muebles para el consuelo, el que sirve para no bajar la cabeza. Hay que usarlo de perfil. La artista representa una forma de caminar la ciudad, siempre atenta, con la cabeza en alto, sin nostalgias.
Jaime Núñez del Arco exhibe sus diseños con palabras pensadas desde la ciudad. Con dibujos que confunden a primera vista, el autor construye un relato del falso progreso de la ciudad. Maureen Gubia presenta un trabajo del recuerdo de su abuelo que se mezcla con la idea de una ciudad incendiada. Ricardo Bohórquez muestra parte de su serie fotográfica que muestra cómo se vacían espacios icónicos, el cambio entre el proyecto urbano y el pasado. Tyrone Luna mezcla la estética negada del grafiti en la ciudad y su propia historia del arte.
“La idea es que te sientas en una casa en la que se juega con la pretensión de reflejar esa idea de progreso y visión arquitectónica, desde otra ciudad posible”, dice Valdez. (I)
Datos
Los núcleos
Se divide en al menos tres: la mirada desde la arquitectura y los procesos urbanísticos y barriales; obras que representan los espacios naturales y endémicos; y una serie de trabajos que confrontan la nostalgia.
13 artistas presentan sus obras. Participan autores que tienen la pintura como oficio, así como la fotografía como registro de la memoria.
La casa
Se construyó en los 80 como un almacén y siempre está poblada de artículos para la venta.